El 2020 llegó como una de esas fechas en el que se espera encontrar indicios no solo del presente, sino del futuro. En su calidad de nueva década buscábamos hallar, en esta vuelta al sol, motivos que nos hicieran pensar que la balanza estaría esta vez de nuestro lado. La posibilidad de un futuro más luminoso. Pero si de algo podemos tener certeza, es que las cosas siempre pueden tornarse peor. 

Soy un replicante

La cinta Blade Runner (1982), del director Ridley Scott, se encuentra ambientada en 2019. Cuando alcanzamos aquel año, más de alguno nos aliviamos de no encontrarnos en un ambiente cyberpunk en el que vehículos voladores surcaban un sombrío cielo mientras un grupo de replicantes —androides genéticamente empleados para su explotación humana— huían por la jungla de acero perseguidos por el Blade Runner Rick Deckardl. Su delito: evadir la obsolescencia programada para experimentar su humanidad.   

Pero ¿realmente estamos alejados de ese futuro? ¿Nunca se han sentido un replicante? Hay quien afirma, como el filósofo esloveno Slavoj Žižek, que estamos atravesando un tiempo convulso producto del capitalismo más voraz. Cuyo resultado es un conjunto de cuerpos explotados esperando dar el último aliento antes de ser sustituidos en la cadena de producción. En un análisis que realiza a partir de esta cinta, Žižek nos dice que en un tiempo posthumano, todos somos ya replicantes.

La película de Scott está basada en la novela de Philip K. Dick, «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?». El escritor no estuvo del todo conforme con esta adaptación cinematográfica. Pero más allá de las diferencias y alcances entre la literatura y el cine, la esencia de ambas obras comparten una preocupación filosófica sobre un futuro en el que lo que nos hace humanos se diluya como lágrimas en la lluvia.

Huxley vs Orwell

Si hablamos de futuros desalentadores, es necesario recordar aquella vieja discusión sobre qué futuro nos aguarda, si el imaginado por George Orwell en su novela «1984» o el de Aldous Huxley en «Un mundo Feliz».

Al igual que el mundo planteado por P.K. Dick, en estas obras la humanidad se encuentra en una espiral hacia la destrucción de su propia esencia. Por un lado, Huxlex plantea una sociedad hedonista contralada por medio del acceso al placer; la banalización de la información permitía una pasividad en los ciudadanos que facilitaba su manejo; la esencia del hombre se diluía en un mar de intrascendencia. Esta visión parece reflejarse en las dinámicas del hombre postmoderno. En donde conceptos como la «verdad» y  la «realidad» se traslapan hacia las pantallas, hacia la reafirmación del ser por medio de su avatar.

Por otro lado, Orwell crea una ficción donde el control del individuo es generado por medio del uso autoritario de la fuerza; plantea un orden político-militar que a base de una estricta vigilancia y penalización domina y modela las conductas sociales. Yergue para tal propósito la entelequia del «Gran hermano», una representación del estado policiaco que por medio de cámaras posa su ojo vigilante en el ciudadano.

Lo cierto es que ambas novelas trascienden en el tiempo por la vigencia de las preocupaciones que abordan. El futuro nos resulta impredecible, pero cada día parece orillarse a un desenlace hostil. 

Capitalismo y distopía

A raíz de la actual pandemia de COVID-19 que se expande, prevalece y repunta en el mundo, países —autonombrados— de primer orden como Rusia, China y E.U.A emprendieron políticas y medidas para controlar la epidemia. Algunas acciones en diversos puntos del proceso incluyeron la suspensión de derechos y garantías, así como un estricto monitoreo de los ciudadanos.

Esta última medida hace pensar en la hipervigilancia plantada por Orwell en su novela, pero también hemos sido testigos de cómo algunos sectores y clases acomodadas han podido refugiarse en una burbuja de privilegios y de placeres hedonistas, al margen de las necesidades colectivas, convirtiendo un confinamiento en su mundo feliz; mientras los sectores menos desfavoridos han tenido que salir a la calle a buscar su sustento, a costa de su propia salud, como cuerpos consumibles y desechables para el engranaje económico. 

Es probable que seamos el presente distópico que entremezcla los peores escenarios imaginados, pero cuyo común denominador es la lógica del mercado capitalista. Cuyas consecuencias podemos palpar en cada esquina, en la precariedad laboral, falta de servicios básicos de calidad y violación de nuestros derechos humanos más fundamentales.

Es verdad que el SARS COV 2 ha cobrado la vida de centenas de miles de personas en todo el mundo, al igual que ha precarizado la situación económica de millones de personas. Sin embargo, es prudente preguntarnos si un virus como este es la verdadera pandemia, o si acaso llevamos años padeciendo una peste más letal, que carcome el futuro, un mercado-nación global que se perpetúa como una dictadura. En esta época tan convulsa, cuesta mucho imaginar un futuro más equitativo, menos opresivo, más esperanzador.


Iván Landázuri
psicoeducivanrl@gmail.com
(Oaxaca, 1990). Ha colaborado para diferentes revistas como la Revista de la Universidad de México (UNAM), Apócrifa Art Magazine, Yaconic, Registromx, Penumbria, Letrina, Monolito, Clarimonda, Errr Magazine, Hysteria, entre otras.

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