
Fotografía: Rosa Valencia
El período estudiado es una época de cambios culturales, tecnológicos, económicos, políticos y sociales. La historia del mundo contemporáneo está marcada por dos grandes guerras en las que el mundo sufrió profundas transformaciones, sin embargo, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial se presentaron acontecimientos que también fueron decisivos para el futuro; se experimentaron cambios que anunciaban una nueva era y un nuevo estilo de vida, cambios en la industria, el deporte y el entretenimiento y la tecnología, mismos que ahora tenían un papel importante en la cotidianidad.
Con sus propios conflictos políticos y bélicos, la sociedad en México también evolucionó. Las transformaciones sociales no se hicieron esperar pues ahora ciertos sectores de la sociedad podían adquirir diferentes hábitos que exigían cambiar las antiguas costumbres, y las mujeres fueron protagonistas de una inevitable transformación en los roles sociales a los que estaban sujetas en los años veinte y treinta.
El periodo de entreguerras
«El periodo interbélico se caracteriza como un periodo marcado por movimientos contradictorios» es la afirmación que hace Anne-Marie Sohn (1993) al resumir una época. En la primera década —los veinte— podemos observar una euforia por la fiesta y el relajamiento que era de esperarse luego de una guerra que mantuviera a todos en un largo periodo de tensión y suspenso; las empresas producían mercancías en masa y la población no escatimaba en diversiones. Cambios que podían tomarse a la ligera —como la transformación de la moda en las mujeres— fueron trascendentales en la percepciones futuras sobre la libertad de expresión femenina al igual que las cuestiones laborales, que después de la Primera Guerra Mundial pasaron a ser un aspecto común en la vida de las madres de familia.

De acuerdo a Lipovetsky (1990), la moda va más allá de la indumentaria y el vestido, «es una formación esencialmente sociohistórica» y que tiene una corta temporalidad. Puede abarcar el mobiliario, el lenguaje, el gusto, las obras culturales y las ideas.
En los años veinte, los cambios sociales más significativos para las mujeres no se encontraron solamente en el vestido holgado y el cabello corto: sus costumbres cambiaron con las formas de entretenimiento más novedosas como ir al cine y bailar charleston o fox–trot, los modales que definían a las jóvenes damas ya podían incluir la bebida y el cigarro. Entre las tareas que «debían» realizar ya se encontraba el estudio universitario, la ciencia, la investigación, la escritura, el periodismo, la fotografía o cualquier otro trabajo con el que fueran capaces de sostenerse además de la posibilidad de participar en la política gracias al voto que no les impidió seguir en búsqueda de la igualdad de sus derechos.
Las mujeres, en su camino de liberación, no lograron cambios «importantes», pero sí muy significativos, que las hicieron resistir en los años posteriores; tuvieron que cambiar sus papeles de madre, estudiante u obrera para nunca volver a ocupar un solo puesto doméstico, sino para participar también en las decisiones que marcarían el rumbo de la historia.
Las pelonas en México
Como país vecino fue inevitable que México adoptara las modas de Estados Unidos e incluso de Europa por parte de las familias más acaudaladas pese a que concluía uno de los conflictos más importantes de su historia: la Revolución Mexicana.
Fue precisamente en este acontecimiento en el que aparecieron los más notables ejemplos de algunas mujeres que quisieron liberarse de los roles a los que estaban destinadas. Por ejemplo, no todas las soldaderas fueron muchachas raptadas por los ejércitos revolucionaros; Elena Poniatowska (1999) nos dice que «hubo casos de mujeres que no esperaron a que llegaran las tropas rebeldes a sacarlas de la monotonía de su vida: fueron a su encuentro» y muchas de ellas fueron famosas por sus proezas y su habilidad para dirigir grandes grupos. Algunas trabajaron como espías, mensajeras, enfermeras y coronelas, y existieron también muchos casos de las que se vistieron de hombres para poder participar en la batalla; el más conocido quizás es el de Amelio Robles quien poco a poco fue adoptando una identidad masculina que se fortaleció con la aceptación de otros soldados por su valentía. Más allá del hecho de que se haya vestido de hombre, vemos en su historia que en la guerrilla se sentía verdaderamente libre, cosa que no era posible en su rol de mujer y que además de niña tuvo aspiración por dedicarse a la medicina, una carrera «masculina» para la época (Cano, 2009).

Estos antecedentes de la participación de las mujeres en una vida fuera del hogar y las tareas domésticas dieron pie a que en los años veinte la modernidad femenina fuera asociada con las revolucionarias, no por su valor, sino por su «disponibilidad sexual». Por los corridos que se hicieron de las mujeres revolucionarios podemos conocer estas percepciones. Por ello, su nueva condición social enfrentó muchas dificultades para ser aceptadas por los hombres y por las mismas mujeres de clases más altas.
México tuvo —como lo ha tenido siempre— el ejemplo a seguir de Estados Unidos y de Europa: para 1920 la Constitución norteamericana ya aprobaba el voto a las mujeres mayores de edad mientras que en Inglaterra fue hasta 1928 (Algarabía 2012). Fue, entre otros factores, gracias a los altos grados de alfabetización en estos países que las mujeres se animaron, además de adoptar las nuevas tendencias de la moda que liberaba su cuerpo a participar en la lucha por sus derechos humanos, políticos y laborales.
Durante el porfiriato ya se habían establecido algunas escuelas primarias mixtas o únicamente para niñas además de escuelas para señoritas. No es de extrañar entonces que en los años veinte, las mujeres ya tuvieran acceso a la educación, aunque, en su mayoría, seguían relegadas a las tradiciones y costumbres heredadas del pasado que estaban a punto de romper. Gracias a la llegada del cine mudo la sociedad vio en pantalla a las actrices como figuras novedosas y —por qué no— transgresoras, con la ropa ligera y holgada, maquillaje marcado y el cabello corto… flappers decían que se llamaban, pero en México fueron conocidas como «las pelonas» (Rubenstein, 1924).
Así, las primeras mujeres mexicanas en adoptar la moda extranjera de cortarse el cabello fueron las de las clases altas, precisamente por su fácil acceso a las actividades culturales más vanguardistas de la época. Al mismo tiempo, los medios de comunicación —como los diarios— hicieron burlas y críticas al nuevo estilo de las señoritas porque rompían con la «pureza nacional» (Rubenstein, 1924). Durante la misma época, la libertad que se estrenaba gracias a los atuendos femeninos logró mayor acceso al deporte, ya que «dignificó el cuerpo “natural”, permitió mostrarlo tal y como es, desembarazado de las armaduras y trampas excesivas del vestir»; de esta forma Lipovetsky (1990) nos habla del cambio que trajo el “culto deportivo” simpatizante con lo ligero y lo dinámico y que se opuso a la figura de la mujer sedentaria, cosa que los medios y la sociedad mexicana reprobaron por ir en contra de las tradiciones. A pesar de ello, las escuelas tuvieron materias de cultura física en las que se incluyeron actividades como atletismo, basquetbol y, por supuesto, la gimnasia artística.

Pero los verdaderos conflictos iniciaron cuando las clases media y baja, y las mujeres mayores, también se cortaron el cabello, lo cual resultó inconcebible no solo para los hombres, sino para las mujeres mismas, pues el corte se consideró más apropiado para las más jóvenes y las «más bonitas», es decir, las de la clase alta. «La moda llegó a ser un imperativo categórico» (Lipovetsky, 1990) y las diferencias entre todas ellas estaban desapareciendo.
Las queretanas “matan sueño e ilusión”
Si en la Ciudad de México las pelonas tuvieron dificultad para ser aceptadas, en una ciudad descentralizada como Querétaro no hubo excepción. El cambio no fue inmediato: las mujeres más notables, las que también tuvieron acceso a las formas de entretenimiento más novedosas, fueron quienes iniciaron la adopción de la moda liberal. En las fiestas decembrinas y de Año Nuevo destacaban las familias pertenecientes a los estratos sociales más altos con su presencia y participación en los eventos sociales; entre ellos las señoritas eran el blanco de elogios y retratos para El Heraldo de Navidad, la publicación que tuvo sus inicios en 1900 y que reseñó los más importantes acontecimientos de la temporada, como las corridas de toros, las ferias ganaderas o la coronación de la Reina de Navidad.
En la publicación 1920-1921, las señoritas que están retratadas tienen el cabello recogido en moños altos, llevan vestidos largos y mantienen un semblante discreto; la editorial reza: «El respeto a la tradición quedó satisfecho». En 1925 ya aparecían algunas con el cabello corto y, aunque manteniendo generalmente una postura seria, representaban un cambio que tarde o temprano debía llegar. En los contenidos, además de los tradicionales poemas y reseñas, existen algunos artículos en los que sus autores critican la música —uno de los principales elementos que influyen en la vida cotidiana—, como este: «México es un pueblo que por sus condiciones etnológicas resulta heredero de maravillosas disposiciones artísticas; pero, debido acaso a la incuria de las clases directoras, en parte, y a la perniciosa influencia de los vecinos de la República del Norte que nos importan una música frívola e insubstancial en tanto que con su oro nos roban elementos de cultura inestimables» (1992) y después en la misma publicación, en la reseña de un concierto, aparece la crítica: «¿Y qué me dicen ustedes de la música moderna? Toda ella se reduce a los two-steps, fox-trots y otras lindezas tomadas de nuestros muy artísticos primos». Evidentemente, el cambio se manifestaba.
En 1926 El Heraldo de Navidadtenía un amplio texto que parodiaba los cambios de la sociedad queretana, entre ellos los que protagonizaron las mujeres: «Me permito una digresión, un chiste, sin gracia: jovencitas que tenéis habilidad para hacer vuestros vestidos, ¡fuera los moldes! A tomar las tijeras con la mano izquierda y las telas con la derecha para no seguir costumbres retrógradas y a cortar libremente! [sic] Que salió una manga más chica o más ancha que la otra, que el vestido arrastra por un lado y queda zancón por otro, que por un lado tiene un plegujo y por otro un fruncido, tanto mejor: no rezéis rutineras, habréis derrotado a los moldes y avanzado en la labor renovadora».
Por supuesto que dos años después, en la publicación de 1927-1928, la mujer que aparece en las primeras páginas de El Heraldo de Navidad, la señorita María Eugenia Díaz, luce una sonrisa coqueta, lleva el cabello corto, las pestañas y los labios maquillados y el vestido sin mangas: todo el estilo de la flapper. Además, en este número y en los posteriores también tuvieron participación algunas mujeres en la publicación de poemas como Dolores Correa Zapata, Josefina Granados y Margarita Mondragón.

Las mujeres que practicaron algún deporte durante las fiestas navideñas también aparecieron en algunos números: reseñaban las carreras romanas y basquetbol en la Alameda Hidalgo de los equipos «Quinta de Azules» y «Quinta de Guindas», ambas descritas por su simpatía y entusiasmo. (El Heraldo de Navidad, 1921)
A diferencia del caso europeo y estadounidense, en Querétaro la modernidad se vivió en espera quizás de otro cambio proveniente de la capital de México o del resto del mundo. La evolución del rol femenino continuó y en 1935, durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, se creó el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, que demandaba el voto femenino e igualdad en los derechos humanos, peticiones que se vieron cumplidas hasta los años cincuenta (Algarabía, 2012).
La vida cambió por completo con la adquisición accesible de teléfonos, autos, fonógrafos, discos, luz y calefacción en los años treinta. La sociedad conservadora de Querétaro sentía nostalgia de los viejos tiempos, cuando las tradiciones estaban al resguardo de las mujeres elegantes y no a merced de la ligereza de las flappers. Una página de la ya mencionada publicación de 1928 hace una comparación interesante: «Ayer, las castellanas de los bucles dorados, de amplias crinolinas de encajes y brocados, llevaban en sus ojos ensueño seductor; las bellas castellanas de abolengos proceros, por quienes se abatieron mil nobles caballeros, que aspiraban, vehementes, a ganarse su amor. Hoy, la flapper moderna de los labios pintados, de la falda rabona, de los bucles cortados, que bebe whisky and soda y baila charlestón, ha perdido el prestigio de los tiempos pasados, el encanto sublime de los bellos pecados, y lentamente mata sueño e ilusión» (El Heraldo de Navidad, 1928).
Conclusiones
Como conclusión podemos decir que en los años entre los dos conflictos bélicos más importantes de la historia existieron cambios que comúnmente son tomados a la ligera, que muchas de las cosas que actualmente conocemos y aceptamos como parte de la vida diaria tuvieron su origen en esos años en los que, en algunos lugares, no pasaba nada. Actualmente las mujeres podemos ver el uso del corsé y las medias como algo muy exagerado y se nos hace muy fácil rebelarnos ante las normas de la moda —que de todas formas ya no son tan estrictas— o elaborar un plan de vida que incluye una preparación académica para después enfrentarnos al mundo laboral, sacar la credencial de elector, manejar nuestra vida sexual, planear la familia que podríamos tener, opinar sobre temas políticos y sociales. Cosas tan comunes hoy en algún momento representaron múltiples dificultades, pero algún día tuvieron que iniciar; los años veinte fueron la expresión de lo que las mujeres esperaban hacer de su vida y el reconocimiento que se les dio en los treinta sobre su presencia laboral y el valor que tenían por mantener una familia fue decisivo para los años posteriores, no solo en Europa sino también en todo el mundo.
Sin embargo, lo que debe ser una mujer hoy, no es del todo libre. Ahora existe otro tipo de dominación difícil de concebir y es la que procede de los medios de comunicación, pues ahora ellos, y los que están detrás, dictan los comportamientos que debemos seguir. Así como en los veinte se representaba a la mujer liberada y en los treinta el ideal de ama de casa, hoy podemos preguntarnos qué tipo de mujer se nos exige ser.
