Fotografía: Elizabeth Becerril

Texto: David Álvarez


Majo, o Maja, es una cantautora, activista y ecofeminista. La conocí hace varios años en la carrera, por 2012. Estudió Ciencias Políticas. Me confesó que yo le caía mal. A mí no, porque soy buena persona, pero con el tiempo nos encontramos en otros espacios y henos aquí. Nos citamos un jueves de cualquier día de este año en curso. A mediodía. Al llegar acomodo el espacio y le acerco un sillón para que tome asiento, pero antes de comenzar con la entrevista vamos a desayunar unas gorditas y quesadillas por aquí cerca. Luego acudimos a la tienda a comprar cigarros, papas, cualquier cosa. Regresamos para después volver porque se le olvidó un cilindro enorme de agua. Otra vez de vuelta, en casa, en el sillón.  Ella enciende un cigarro y mientras esta charla empieza hablamos de otras cosas. Fumamos un poco y le damos vuelo a esto.  

No explicaré mucho al respecto acerca de su vida o detalles que en realidad no importan. O sí, sí importan, pero si quieren no. Saben a lo que me refiero. Había escuchado su música y la verdad es que tiene una voz súper potente y bellísima. Me considero seguidor de varias de ellas, que suelo poner de vez en vez. Esta es una confesión. Ahora con su agrupación Pizarnikas le digo que tiene ese dejo de música rupestre parecida a Nina Galindo. Como que dan ganas de ponerse a cantar con alguna cerveza en mano. Y cigarros, claro, siempre cigarros.

Después de tanta faramalla le preguntó la clásica «¿quién eres?» para empezar, directos, a lo que vamos. Me da risa esa pregunta por la fuerza que tiene y la manera simple de llegar y preguntarla como si nada. Obviamente le aclaro a qué me refiero: ¿cómo empezó? ¿Cómo se define como artista? Cosas así: «A veces siento como si pudiera conjuntar todas las cosas que hago, pero me siento como un aeropuerto. Un chingo de proyectos… unos llegan con mucha fuerza y otros van. Un chingo de llegadas y un chingo de idas… emociones. Si los aeropuertos tuvieran música sería uno». Se asume como un vaivén, muchas cosas transitando de un lado a otro, que va y viene. Prosigo con otra pregunta, más básica: ¿Cómo iniciaste en la música a través del canto? «Para mí el canto es una herencia. Mi tatarabuela, mi bisabuela y mi abuela se dedicaron profesionalmente al canto. Mi abuela enseñó a toda la familia a cantar. Tuve un acercamiento disciplinado a la música por ella. En las reuniones familiares cantábamos karaoke y ella nos corregía. Nos grababa. Empecé aprendiendo por ella. Me di cuenta que tenía una relación melancólica con la música. Tenía como doce años y estaba inscrita en una universidad de música y proseguí en el canto. Luego un diplomado avanzado. Digamos que fueron clases de ópera, talleres, cosas así. Esos son como mis principios. Ya después me eduqué en la calle…», la interrumpo, porque le digo que me la imaginé vestida de chola, tirando placa. Reímos otro tanto. «Después empecé a hacer jam, todos los lunes, con otros músicos. Luego se abrieron tres proyectos que son Lagiralilla, Boisse y Pizarnikas».

Del primero lo conocía. Es un proyecto que tiene nueve años. Los vi tocar en algunos espacios, «con Félix Serrat, que es guitarrista. Y tenemos varias canciones en Spotify, en YouTube». Con Boisse tiene diez años, que es un proyecto con bajo y voz, junto a Héctor Baños. Luego habla de Pizarnikas: «somos una banda de puras mujeres que tocamos música principalmente feminista. Cumplimos un año”. Le pregunto el cómo surgió la idea de hacer esta agrupación y la historia me remite a una clásica agrupación punk: “Con una compa que es socióloga, Pay, teníamos el sueño de hacer una banda de puras morras. Ella no sabía tocar algún instrumento, pero queríamos hacerlo. Aprendió a tocar la batería, y luego hicimos ensambles, le vimos futuro a esto y empezamos a conformar una banda». La agrupación además cuenta con Ana Zurita —guitarra—, Ilse Cervantes —teclado— y Mariana Ruiz —guitarra—.

A Majo le cuestiono el vínculo entre la música y el activismo, el cual es parte de su quehacer político. Ejemplos hay muchos en la música como Billie Holiday, Woody Guthrie, Violeta Parra, Víctor Jara, Marilina Ross: «La música es transmitir, compartir, como lo es la mayor parte de las obras artísticas. He encontrado en la música una relación para compartir en lo que realmente estoy, que es el amor a las mujeres, a las madres, a las niñas. Ese proyecto es específicamente de eso. En Lagiralilla tenemos canciones de esos temas, pero apostamos por otras formas de amar, hay más experimentación».

Entre pregunta y respuesta hay pausas cortas. Ella está sentada, un poco inclinada y se toca las manos mientras habla. Juega con sus dedos. Voltea la mirada o la mantiene firme, no cambia de postura. Me gusta estar con ella, me hace reír, reflexionar, todo es apacible. Le comento el cómo pasó de ser una niña de óperas y demás, a tocar jazz, a una dinámica más libre, de un lado a otro; sí, como un aeropuerto: «Cuando te topas con personas que tienen el corazón del mismo lado hay muchas maneras de hacer activismo. De querer luchar y una de ellas fue esta. Hay mucha vida cuando cantas algo que quieres transmitir, lo que compartes con las otras, en este cuerpo individual y colectivo. Es como si el canto fuera un pretexto para eso y a la vez el canto es donde me siento cómoda, y creo que a las compas también. Se me hizo una manera subversiva de transmitir ese amor».

Le pregunto, para indagar un poco, sobre otro proyecto que tiene en proceso con Maruca Hernández, quien vive en Chiapas y hace música infantil, «…hicimos estas canciones de las abuelas que nos gustan mucho como Chavela Vargas, tocamos “Rosas en el mar”, y metimos varias autoras y autores (…) Ese disco se llama “Chun tata” y es solo con guitarra y voz». Afirma también que todo lo que crea es junto a otras personas. No tiene proyectos en solitario.

Majo tiene veintinueve años. Como se mencionó es politóloga por la Universidad Autónoma de Querétaro y aunque dice que su carrera no le gustó del todo, admite que aprendió y pudo definir mejor la posición política que muestra en su trabajo. En ese sentido la increpo en su postura política, la protesta y los feminismos: «Me inserté en el feminismo viniendo de una familia conservadora y fue difícil conciliar posturas en un principio, pero después de estudiar con amigas y maestras pude consolidar una postura hacia un ecofeminismo, que ve la explotación de las mujeres a través del cuerpo, territorio y tierra. Le entré a eso bien duro. Mi familia era muy religiosa y la religión es muy perniciosa hacia las mujeres. Me encendió una mecha para darme cuenta de lo que ocurría».

Platicamos un poco más al respecto: «he notado que en todos los proyectos que hacemos hay música y compartir saberes con las otras. No necesariamente académicas, sino de experiencias de vida». Explica un poco esos vínculos dentro de la protesta. La gente no ve lo que ocurre dentro de los movimientos sociales o grupos, la convivencia, las redes, las amistades: «En ese trayecto armamos un festival llamado “Mujeres en las calles” con distintas herramientas. Estuvimos reunidas un chingo de morras y lo que nos pasó fue que empezamos a ver qué pedo con nosotras. Luego me moví con mis compas, iniciamos tertulias feministas donde empezamos a leer morras teóricas mayoritariamente latinoamericanas, y ahí he aprendido mucho, pues aún seguimos. Por parte del activismo ecológico hicimos una colectiva llamada “CoLoca Tierra”, donde dialogamos con expertos sobre medio ambiente… ahí sí te tienes que meter en reglamentos, cuestiones jurídicas para la defensa del territorio. También está “Reforestemos QRO”. Cuando hay un problema de tala en un lugar nos juntamos. Dentro de esto te encuentras con mucha jodidez, pero también banda con este hartazgo».

Implicarse de esta manera puede traer consigo problemas. El caso de Aleida Quintana es un ejemplo claro y precisamente le pregunto a Majo sobre lo peligroso que puede llegar a ser: «Por ahora no me ha llevado la policía, pero sí, hay enfrentamientos. En San Miguel, en un barrio donde fuimos, la gente se unió y realmente estábamos aventándole las rejas a la tira», y enciende un cigarro y su postura en el sillón donde se encuentra cambia, más contundente y prosigue: «Han metido compas al bote y nos hemos organizado para sacarlas. O amenazas de muerte como en esta última ocasión con lo de la despenalización del aborto. Nos unimos y tratamos de apoyar. En el tema ecológico como en el tema feminista estamos organizadas», remata.

La charla de nueva cuenta se dirige a la música, sus influencias: «De todo, me gusta la música en general. Me gusta que te haga sentir. Pero en particular me gusta Concha Buika, Chavela Vargas, Mercedes Sosa…», luego hablamos de las borracheras de Chavela con José Alfredo Jiménez y prosigue: «Chavela, a pesar de que no se nombraba activista o lesbiana, su activismo estaba en sus canciones. Tenía ese dolor que experimentaba y que nos sentimos reflejadas muchas. Comparto eso con esas mujeres… Y de todo, Liliana Felipe, me gusta el rap —Rebeca Lane, Masta Quba, Sara Hebe—. En el blues y jazz Nina Simone, una de mis grandes influencias. Cuando la conocí era muy morra y la escuché y sentía que compartíamos ese gusto por la melancolía» y enseguida Majo entona Missispi Goddam, «recuerdo que cuando la escuché pensé de inmediato que eso quería hacer».

Los escenarios son parte importante en la vida de cualquier persona dedicada a la música, así que la abordo con ello, sobre los lugares en los que ha estado: «Trabajé en restaurantes, bares, en la calle; estuve en el TrovaFest, otros festivales. Íbamos a estar en varios eventos, pero por la pandemia todo se canceló». Luego recuerda un bar en San Miguel de Allende donde estuvo dos años: «Lo extraño un chingo. Era muy chido. Al final hacían cola para pasar. La gente alzaba las manos mientras cantábamos. Había un ambiente muy chido con la banda que trabajaba en el lugar, que es algo que la gente no ve. Los músicos con los meseros, los de cocina, con todos los que están en ese ámbito, solemos llevarnos muy chido y suele haber compañerismo y solidaridad». Además recalca que la cercanía con el público es única: «hay banda que ha llorado y que yo pueda por medio de una canción hacer sentir algo es muy chido, hay otro tipo de reflexión, por eso me gusta cantar con significado…  y también de juego, porque es súper chido jugar y me gusta mucho a hacer jam». «Improvisar. Igual y algún día sacan algo bien raro, experimental, como Yoko Ono cuando grita», la increpo. «Hacemos eso también, de hecho en esos lunes que tenemos de músicos que te digo, porque los lunes descansamos los lunes». «San Lunes, como los albañiles». «¡Sí! Pues te juntas y armas tus instrumentos e improvisas. A veces salen cosas no tan chidas, pero muchas veces sí». 

Majo es un vaivén. Va de la música a la política, los feminismos. Se queja, lanza diatribas, habla de la lucha, las utopías, las posibilidades de cambio. De colectividad. Se mueve en zigzag. Todo lo vincula, lo hace propio y lo comparte. Le creo en definitiva lo del aeropuerto. «No puedo vivir sin cantar. Despierto, lavo trastes y canto. Cuando he visto a compañeros y compañeras que no tienen lugar para cantar y compartir es bien culero. Facebook Live es muy cansado. Hay una reciprocidad con el público cuando estás ahí, pero de manera virtual es muy cansado». Cuestiono más sobre el tema de la pandemia y la música. «Si de por sí está jodido ser músico en Querétaro, porque pagan muy poco, con esto es peor. Nos sosteníamos de las tocadas. Una tiene sus otros trabajillos para aliviarse, que es algo que hacen muchos artistas. Entre dar clases y tocar los fines de semana me di cuenta cuando cerraron escenarios que muchas personas quedaron sin nada. Hemos comentado entre músicos que hay mucha depresión». Y los datos en salud mental y desempleo son desalentadores, es cierto, principalmente para la comunidad artística.

De la música pasamos a la escritura, que va de la mano, para componer canciones o solo escribir por gusto. Me dice que tiene diarios. «Me gusta mucho cantar y escribir”, menciona y prosigue: «hemos sacado algunas revistas digitales y el que más me gusta es el que habla sobre la maternidad. En Chiapas conocí mucho de las compañeras zapatistas e hice un libro donde recuperé experiencias de otras madres llamado “Manifiesto para madres-brujas”, que se encuentra digital. Habrá parte dos con el enfoque ecofeminista», pausa un poco y continúa: «Desde niña me gustaba escribir novelillas, había hecho entrevistas a mi familia, de hecho las tengo guardados en disquetes», y entonces le pregunto sobre sus canciones: «Todas las canciones de Lagiralilla son composiciones mías». «¿Cuál te gusta más?». «La de “Piedras” —Lagiralilla— me gusta mucho», y lo dice con un tono amoroso, como de quien abraza con cariño. 

La plática concluye tras varios cigarros, digresiones, chistes y demás. Hacemos un recuento de sus canciones y menciona las colaboraciones con Edgar Oceransky y Sergio Félix de Mexicanto. Apago la computadora, nos levantamos luego de estar sentados tanto tiempo, me enseña otras canciones y la escucho. Me gusta hacerlo. Admito que aprendo mucho de ella al compartir algún momento. Hablamos sobre escribir y nos quejamos de los fracasos cotidianos. Estiramos un poco el cuerpo y vamos por agua, otro cigarro, es una tarde tranquila, de clima agradable. Nos despedimos hasta la próxima ocasión. Reviso si no se quedó el cilindro enorme de agua. No vaya a ser. Las papas siguen intactas, pues no recordaba que las habíamos comprado. Nuevamente tomo la computadora y pienso en escuchar música antes de comenzar a escribir. Lo hago durante algunas horas sentado en el sillón. Pienso en los aeropuertos. En ese movimiento multitudinario que va y viene, que va y viene. De un camino a otro, de un tema a otro, de una charla a otra y concluyo que sí, en definitiva, Majo es un aeropuerto donde transita una multitud de experiencias, amor, arte, que va y viene, que va y viene.


David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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