Ilustración: Marzo Castaneira
La música y la palabra son dos componentes que fluyen. Si algo hay en América Latina, o eso que llamamos así, es una tradición oral y estilos que van del huapango arribeño en las zonas serranas del centro de México hasta los payadores del Cono Sur. La tradición de compartir experiencias comunales mediante la oralidad sigue vigente. Las luchas a partir de los años sesenta y setenta dieron pauta para que estas fueran herramientas narrativas contestatarias en favor de luchas sociales y el alzamiento de voces ante las atrocidades: Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Gabino Palomares, Aníbal Sampayo, son ejemplos de eso que a la postre se llamó canción de protesta y que más que protesta era música popular, perteneciente a las millones de personas que compartimos este continente fuera de esas franjitas ficticias que llamamos fronteras.
Manuel García, así como muchas otras y otros, forma parte de esa continuidad de música que no requiere sino una guitarra y la palabra. Una música que radica en su simplicidad y que en un mundo de saturación tecnológica es un ejercicio que resiste. Ahora, en esta ocasión, el cantante y compositor chileno presenta su séptimo disco solista, «Compañera de este viaje», y para Saltapatrás tuvimos la oportunidad de platicar acerca de este nuevo trabajo, aunque más que hablar del trabajo hablamos sobre los significados de la música, el arte, la protesta, todo aquello en lo que se sitúa la música y que este proyecto artístico viene a recordar.
Manuel García tiene más de veinte años de carrera. Perteneció a «Mecánica Popular» y ahora como solista ha tenido una carrera prolija con discos significativos como «Témpera» (2008) o «Pánico» (2005), entre otros. Platicar con él fue grato y le hago la primera pregunta acerca de su disco, sobre lo que hay detrás, las ideas, el cómo percibe su trabajo: «Es una obra que intenta dialogar con el quehacer latinoamericano, donde la guitarra como un instrumento fundamental de la cultura y la palabra se suman en su reflexión, al sentido de la tradición oral. Son canciones que teniendo una vida —por un lado intelectual y técnica, y por otro poética e histórica— habitan una obra de arte, y es un relato que tiene que ver con establecer una conversación. Conversación con aquellos momentos que están definidos por nuestros ancestros, aquellos momentos que abarcan lo que nosotros como pueblo logramos catalizar de las culturas europeas que llegaron acá, incluyendo el sentimiento y profundidad de lo indígena como un hilo conductor a través de toda América Latina, de nuestras penas, nuestras alegrías, nuestros rituales».
La oralidad persiste como discurso. La mayor parte del tiempo las poblaciones aprendimos a partir de los relatos comunales. Los griots en el África Occidental, los rapsodas en la Grecia antigua, los juglares en la Edad Media, los decimistas de la zona huasteca. Y como recurso, se revitalizó de muchas formas. En una época de cambios sociales, de una Guerra Fría como escenario, revoluciones y golpes de estado, la palabra y la música se alzaron como manifestación del descontento. Pero ahora hay otros escenarios, otras preocupaciones y en muchos casos incluso las mismas, aunque bajo otras miradas críticas que nos da el paso del tiempo. «Este disco está registrado en un momento delicado y crucial para Chile en el ámbito político y social por los estallidos que ha provocado la masiva concurrencia de un pueblo a exigir derecho, trabajo, educación, salud, etcétera; este disco se relaciona con todo aquello desde la perspectiva de que hay una valoración potente a través de las formas en que entendemos y comprendemos al amor en el presente. Sobre todo de lo femenino, y entiendo lo femenino como parte de lo masculino, no solo la reivindicación justa y potente que hacen las mujeres en el mundo por alcanzar el lugar que les corresponde a nivel histórico y en el ámbito cotidiano. Independiente de esa causa justa y concreta, lo femenino en toda su dimensión en un punto de vista en torno a la Tierra, el universo, el cosmos, a la relación que podamos tener como cultura; también qué derechos y oportunidades hay; qué sensaciones, sentimientos; cómo entregar amor hacia los amigos, la naturaleza, la familia… eso que puede ser cotidiano no tiene que ser contingente para poseer un sustrato social o político. Hay una cuestión en el quehacer de la reflexión en el arte: tú te arrojas como un niño a representar el mundo desde tu forma de dibujarlo y en esa forma, en esa emoción, existe un contenido que tiene que ver con esa relación amorosa con el mundo. El acto social y político viene desde el sentido de libertad de la creación y ahí tenemos una manifestación, algo que da cuenta de que un ser humano está atravesado por sus circunstancias personales, así como los eventos históricos por los que todos hemos pasado”.
Luego de la explicación le comento que me urge escuchar el disco completo… “yo creo que te va a resonar. Naturalmente en mi viaje se me han pegado cositas y he ido robándome, en el mejor de los sentidos, momentitos estéticos que me han llegado profundamente al corazón en ciertos lugares y uno de esos lugares es México, sí o sí, por todo lo que México implica pensando en una cultura que tiene una raíz profunda y latente”. Le hablo acerca de la intimidad en la música y cómo esta al ser expuesta logra que otras personas se puedan sentir interpeladas por lo que se escucha y dice. Hay un vínculo porque lo que enuncia alguien implica a los demás. No somos ajenos. «Exacto. En estos días es muy importante porque el pueblo chileno —y también sucede en el mundo— pone en jaque los grandes paradigmas que se están cayendo a pedazos. La gente se está expresando mucho. Aquí los muros en Chile parecen verdaderos libros abiertos de lo que la gente piensa y siente, hay manifestaciones que tienen que ver con una rabia contenida de muchos años, que es también parte del destrozo público, que es una triste metáfora de una realidad y un pueblo dañado. También hay mucho arte, una serie de elementos que lo que nos dicen es que las distintas generaciones y el pueblo se expresan en sus maneras estéticas y necesarias de decir las cosas. Como artistas tenemos que tener cuidado de no querer decirlo todo. No intentar representar lo que los demás descargan en las paredes. No tratar de pasarnos de listos con convertirnos en “cronistas sociales” a ultranza, por así decirlo, porque está la tentación de querer cantar y decir lo que ocurre como un impulso natural, que lo hace bastante bien la gente joven como en el caso del rap, pero en el caso de la canción guitarrera —que está conectada con cierta tradición latinoamericana— hay que tener cuidado y respeto, y también decir que una obra está hecha de lo que no dice. Hay un silencio por respeto hacia muchas cosas, porque uno no las puede decir o porque otros lo están diciendo a su manera y también hay que escuchar, respetar y valorar ese discurso».
«Compañera de este viaje» se sitúa bajo esta denominación y contexto. Una profundidad de la que Manuel García es consciente y que rememora al hablar de la música latinoamericana y su legado. Una obra concebida atrás tiempo, pero que es en un contexto de pandemia —un tema obvio en todo el sentido— donde se crea y se hace público en su conjunto, pues algunas canciones como «Una dulce amiga» y «Pepitas» circulan en YouTube. «El disco tenía ganas de hacerlo desde los catorce años. Me planteé que era hermoso hacer un disco como “Al final de este viaje” de Silvio Rodríguez, solo que me di cuenta que me iba a tomar muchos años hacerlo; debió ser el primer disco si hubiese podido. El disco tiene un plan antiguo, pues algunas canciones tienen dos o tres años de existencia y otras las compuse en el ámbito de pandemia, pero me concentré en esta temática de la energía de lo femenino. Traté de huirle al tema de tratar de convertirme en un urgente comunicador de la historia contemporánea de Chile, no estuvo en mis pretensiones, más bien tuvo que ver con haber cumplido cincuenta años; para mí eso generaba un ciclo de vida importante para poder detenerse bajo la sombra de un árbol —este caminante que va con su guitarra por el mundo—, mirar hacia atrás el camino recorrido y enfocar hacia adelante el camino por recorrer, pero en un momento de pausa —que fue la posibilidad que nos otorgó el encierro— me di a la tarea de trabajar con la guitarra acuciosamente durante horas muchos días y poder así entrenarme lo suficiente para grabar este trabajo con guitarra. Lo venía fraguando hace mucho tiempo y se venía juntando en mi corazón la oportunidad de hacerlo. Si algo “bueno” tuvo el encierro fue que pude conectar mucho con la guitarra».
Manuel García confiesa su amor por México luego de preguntarle sobre su paso por estas regiones no tan distintas a las de Chile, y que, por la pandemia, será difícil realizar presentaciones en público: «conocen amigos y amigas el amor profundo que tengo por las tierras mexicanas. El amor profundo que viene proyectado por nuestros ancestros. En Chile comenzó con la historia latinoamericana desde que se constituye como tal y los países fijaron sus fronteras; el amor, el humor, las tradiciones y la cultura fueron parte de lo que significó nuestra construcción como pueblo en Chile. Hablo de canciones, poemas, costumbres, rituales, admiración por un pueblo que sabe entender la muerte como una cosmogonía como ninguna otra en el planeta. Es un aprendizaje constante ir para allá. México vive acá con uno». Entonces Manuel García nos habla un poco de lo que sucede en su tierra, como haciendo un contraste, respecto al arte en esta pandemia: «Ha sido una declaración de principios salir a tocar. En Chile hace muchos años que no toco en bares y en México sí lo hago, no me conocen en muchas partes y cuando ando viajando tocamos. No es un ambiente propicio para poder tocar música con la pura guitarra, pero víctimas de las circunstancias, se entendió a estos conciertos como una actividad cultural. La gente llegó con el ánimo de escuchar y emocionarse en el hecho de que estuviéramos haciendo en el fondo esta declaración de principios, que es el derecho que tenemos a la cultura, todos como pueblo, en vista de que el estado de Chile ha castigado al arte, que ha estado siempre de parte de un pueblo que despierta. Hemos tenido la definición de cultura de gobierno como una enemiga. Aquí se abren parques de juegos, tiendas, y no se puede abrir un teatro con distancia social, es decir, las medidas son arbitrarias. El día 8M tuvimos marchas pasando por la calle que escuchaban y se sumaban a lo que estaba pasando como actividad cultural dentro del bar. Hubo momentos de manifestación para sumar voces de marcha en una cuestión que finalmente era la actividad de un concierto en un bar, pero mucho más que eso, una actividad cultural y ¿por qué no?, social y política».
Y en México tampoco es ajena la situación, en la que no hay ecuanimidad respecto a las decisiones de abrir o no ciertos espacios, preferencias, y demás. El arte lo hace el pueblo y no el Estado… «y es la gracia que tiene nuestra cultura latinoamericana, que el arte no es una cosa que todavía se tenga que terminar de estudiar en las academias, sino que está vivo en las calles de nuestras ciudades, en el latir de nuestra gente, nuestras almas. No es una cuestión que esté meramente por estudios universitarios, de conservatorio, que también hacen una gran labor y trabajo por la música, pero tener un arte tan vivo, que influye tanto en la vida nuestra, es una cosa súper importante que Latinoamérica debe cuidar».
Para finalizar, le comento estas palabras que me hizo recordar del huapanguero Vincent Velázquez al decir de la viveza en la palabra, el color, salir a caminar, moverse, la alegría de la música… «claro, un pregón de algo que se vende en la calle, el tono y la manera de hablar, establecer una musicalidad que tiene que ver con cómo nos expresamos, la poesía que hay en un puesto de tacos en la calle, de una india que nos ofrece algo que es ancestral, cosas con las que uno puede acceder a la historia profunda a partir de un gesto muy sencillo, todo eso es nuestra poesía latinoamericana».
Manuel García es un artista que ha dejado marca en la música que gusta de contar cosas que pasan, que se sienten. Bien escribió Eduardo Galeano acerca de los pajaritos que dicen que estamos hechos de historias y es cierto, algo hay en ese contarnos que nos hila en un tejido de vínculos y emociones con los demás, y sin duda «Compañera de este viaje» extenderá un poco esos horizontes de lo decible para convertirse, entonces, en otra historia, en millones de historias, que entran por las fisuras de los discursos oficiales para romperlos y que se convierten en un canto latinoamericano para el mundo. Un cacho de corazón.
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