Texto: Mariana Uribe Salinas

Fotografía: Jefte Acosta


Querétaro no es una ciudad hecha para la conspiración. Sobre todo, si pensamos en el centro de la ciudad, con sus calles de adoquín, la mayoría bien iluminadas, relativamente amplias, con sus típicos y turísticos restaurantes —que ofrecen buffet de huevos y chilaquiles remojados—, no nos queda claro dónde se esconden esos espacios, refugio para los artistas, los creadores, las personas a las que simplemente les gusta ir «a tomarse un café» —en todo el sentido de la palabra—.

No niego la existencia de las cafeterías mexicanas, tradicionales, que sirven el café en tazas y no en vasos de plástico o cartón «pseudoreciclable». No niego tampoco que hay lugares ya —La biznaga, Die galerie, Maco en sus buenos tiempos, Cronos cuando recibía a cantautores, lecturas de poesía y performances, Librería Pessoa y otros— de los que nos hemos apropiado para la «conspiración», para las charlas con amigos, para los talleres y cursos, para obtener por un precio justo una porción de comida adecuada y de calidad o un sitio dónde comprar productos elaborados por locales, entre otras cosas, pero en una ciudad rebosante de cafeterías, fondas, restaurantes fancy, lugares como El obrero nostálgico son sitios dignos de nuestra atención y nuestro cariño.

El pasado sábado 6 de marzo, me recibieron en la nueva dirección de El obrero nostálgico. Mayra y Ana luz aceptaron contarme un poco de la historia de esta cafetería, donde además de café encuentras artículos de productoras locales y un espacio de libre expresión. Sin quererlo, Mayra y Ana me otorgaron una visión cercana pero fresca del proyecto que hace más de cinco años inició Eneida Paes en Ciudad de México.

La historia de la cafetería y el origen del nombre están relacionados con la vivencia de Eneida Paes en diversas cafeterías y restaurantes en CDMX, que en la mayoría de los casos no tenían en cuenta ni la vida de estudiante que tenía Eneida ni la idea del salario y el trato justo para con el empleado. Así pues, la creadora de El obrero nostálgico concibe la idea de autoemplearse junto con una de sus amigas y se topa con la realidad de una colonia que existe a partir del funcionamiento de una fábrica textil, y que cuando cierra deja a muchas personas en situación de desempleo. Estos obreros, me cuentan Ana y Mayra, llegan de cuando en cuando al café de Eneida y cuentan sus historias del trabajo en la fábrica y de cómo sus vidas han cambiado desde el cierre de la misma.

Más tarde, El obrero nostálgico cambia de residencia a Querétaro y Eneida continúa con la lucha en esta ciudad industrial y en la que poco a poco van ganando —o más bien recuperando— lugar y comensales proyectos como este, que apuntan más hacia la consolidación de una comunidad cultural que de una empresa solamente. Eneida acuñó el nombre El obrero nostálgico para su café en honor a esas historias y a la oportunidad —nos dice Mayra V.— de resignificar el espacio en el que se vive, de dotar de experiencias alegres, amenas, importantes el lugar de trabajo en el que no solo coinciden ella y su amiga como autoempleadas, sino que también funge como refugio para esta comunidad necesitada de remembranza de las memorias colectivas.

Mayra V., es la prueba fehaciente de que el proyecto no es solo una empresa o un restaurante, pues cuenta que en sus pocos meses trabajando en el lugar y a pesar de la situación sanitaria que atravesamos, ha recibido apoyo y un lugar para desarrollarse también de manera académica: «tenía que buscar —para la universidad— un caso de una empresa que abordara las formas de organización del trabajo y de sus significados. Y justo, yo trabajando aquí comienzo a darme cuenta de la esencia misma, de los objetivos de Ene… Ella nos hace mucho hincapié que el trabajo no debe ser esclavizante», dice Mayra.

Parte de los valores que se viven en el café son los que se esperarían en una sociedad funcional y plena. Las y los colaboradores de El obrero… trabajan bajo la idea de que el trabajo debe poder disfrutarse y que no debe haber competencia entre ellos, sino que si cada uno aporta su parte y enseña al otro lo que sabe. Y dice Mayra «somos parte de una economía circular», pero también lo son de un círculo de saberes compartidos. Y es que El obrero no solamente tiene cabida para el compartir de conocimientos del lado de la barra, también permite y promueve espacios para diversos colectivos queretanos y para productores locales. Su funcionamiento es circular en el sentido de que todos participan en ofrecer y recibir en la medida de sus posibilidades.

Ana Luz, por su parte, es parte de la familia de El obrero nostálgico, pero también posee una empresa de conservas, por lo que sus envasados se distribuyen dentro de las puertas del café. Ella, como empresaria también aprende de las formas de trabajo que vive y consume de los otros productos que se venden en el café.

Además, si uno observa bien el entorno cuando se haya dentro de la cafetería, encontrará muchos símbolos, imágenes que nos refieren a la lucha obrera; el menú, por ejemplo, está lleno de frases, los nombres de los productos alimenticios son elementos de la cultura mexicana, de las tradiciones. Se vende, por ejemplo, pozol, bebida típica a base de maíz y cacao característica del sureste del país y que muchas personas van al café a buscar, ya sea porque los remite a viajes o porque les cuentan los comensales a las colaboradoras, «son personas que vienen de otras partes del país buscando familiaridad y recuerdos».

El espacio se presta para que los colectivos queretanos también se reúnan y organicen, para que se hagan talleres, se presenten libros, atendiendo a la inherente necesidad humana de socializar saberes: dicho por las propias trabajadoras de El obrero… «es un espacio para conspirar», ya sea en solitario o en conjunto, ya sea para ir y leer acompañado de una bebida tradicional o para organizarse con uno de los grupos que frecuentan las mesas del lugar.

Por último, es necesario mencionar que El obrero nostálgico es uno de los lugares que triunfó ante esta crisis sanitaria y que se mantiene en pie. Siguen atendiendo con la diferencia de que cambiaron de dirección hace pocos meses. Ahora es posible degustar una de sus pizzas de flor de calabaza, «FloresMagón»o una baguette «Revolución» en la misma calle M. Escobedo, pero unas cuadras más hacia E. Montes.

Sus alimentos y los artículos de las otras productoras que alberga siguen disponibles y es una grata sorpresa comprobar que la banda queretana está presente en el proyecto de diversas maneras. No solo venden café molido, miel, conservas, salsas, tisanas, productos de higiene personal, libros de diversos temas —vale mucho la pena darse un clavado a la biblioteca, tienen libros sobre política, sociología, educación…hasta uno sobre el Sagrado femenino que me llamó bastante la atención—, se colabora con diseño de imagen de las marcas que ahí se distribuyen, con materia prima para la elaboración de la comida, con ideas, con movimiento.

Hacer comparación de la familiaridad y la calidez que se encuentra en estos espacios con respecto a otros restaurantes es inevitable y simplemente por ello vale la pena encontrarnos en ellos y seguir dándoles vida.


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