Fotografía: Yahvéh Flores


Conseguir trabajo es una travesía que padecemos no pocas veces en la vida. Salir a dejar currículos por doquier con la firme esperanza de que «este sea el bueno» o decenas de correos a plataformas, agencias, lo que sea que solicite algo en lo que podamos desempeñarnos. Realizar entrevistas cada tanto y escuchar las mismas preguntas absurdas o muy obvias de los encargados de RRHH, quienes al final de todo terminan diciendo: «nos comunicamos contigo», «te mandamos las pruebas psicométricas por correo» o cualquier excusa para decirte que no.

El argentino Roberto Artl escribió una crónica titulada «La tragedia del hombre que busca empleo» donde retrata la vida del desempleado en Buenos Aires y la irónica labor de buscar sustento: «puede decirse que este hombre tiene el empleo de ser el hombre que busca trabajo», lo que deja en claro que incluso en la «desocupación» uno se «ocupa», conformando una especie de gremio que vislumbras atrás o delante de ti con sus documentos en mano para el mismo puesto o que no ves, pero que sabes que responde a la misma vacante en redes sociales. Levantarte, prender la computadora, actualizar tu currículo, modificarlo, adaptarlo, para luego enviar y así, continuamente, hasta que alguien responda y seguir el proceso. Una entrevista, dos filtros, tres filtros, ¿cuánto pretendes? ¿Por qué esta empresa? ¿Cuáles son tus fortalezas? ¿Puedes dibujar una persona con una sombrilla?   

El trabajo tiene como objetivo la producción de bienes y servicios para atender las necesidades humanas; bien sabido es que Yahvéh —en los relatos bíblicos— castigó a Adán, dejando en claro que «con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra,  porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3:19), tema que fue reconfigurándose mediante las instituciones eclesiásticas constituidas con el tiempo y que, durante la Reforma protestante, siglo XVI, ocupó –el trabajo– parte de la centralidad del cambio de paradigma  dentro de dicha doctrina religiosa.

Para F. Engels el trabajo es «la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre», tesis que aborda en su ensayo «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre», resaltando, además, el valor que del trabajo hace la Economía Política clásica (que precisa como ciencia social burguesa), como «la fuente de toda riqueza». No es casualidad que la doctrina marxista se haya enfocado con suma atención al tema y que el trabajo se constituya como una actividad convertida en virtud en un modelo —capitalista— que constituyó la productividad como su elemento clave. El homo economicus nos dice la teoría neoclásica de economía. 

Carlos Monsiváis dice que lo peor que te puede pasar en el capitalismo, aparte de nacer, es fracasar. ¿Eres soltero? ¿Cuáles son tus áreas de oportunidad? ¿Conoces lo que es un sindicato? 1 200 pesos a la semana, de 7 de la mañana a 6 de la tarde. Requisitos: 6 años de experiencia, disponibilidad de horario, trabajo bajo presión. Contratación inmediata. ¿Tienes tatuajes? ¿Cartilla? ¿Eres madre soltera? ¿Carta de antecedentes no penales? Queremos gente que se ponga la camiseta. Los viernes compramos pizza. Allá afuera hay muchos que quisieran este trabajo. Oiga, no tiene por qué insultar. Señor, no rompa eso. ¿Seguridad? Venga, por favor. 

El tema laboral es una cuestión que debe analizarse de lleno. La reforma en este campo, en el sexenio pasado, vino a debilitar este ejercicio para los trabajadores. La pandemia lo acentuó. Mientras, continuamos el espectáculo de levantarse, mandar currículos y esperar, así de simple y complicado. Es una carga emocional muy fuerte. Así como los trabajadores, resignados a la repetición y el miedo constante a perder el ingreso. Por cierto, «trabajo» tiene la misma raíz etimológica que la palabra «tortura».  

David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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