Fotografía: Jefte Acosta


Apreciamos la materialidad del mundo —objetos que lo conforman— por medio de los sentidos. Entre ellos, el que de manera más habitual solemos emplear es la vista, pero observar el mundo solo es posible gracias al efecto en el que la luz solar nos impacta a nosotros y a los objetos que nos rodean, luego estos estímulos rebotan hasta nuestros ojos para ser decodificados por el cerebro. Esta acción se desarrolla en fracciones de segundo y nos permiten desenvolvernos en el medio físico.

Pienso en todo ello mientras un rayo luminoso se cuela entre el follaje del nisperal. Es una imagen extraordinaria si consideramos que aquella luz ha viajado miles de kilómetros en el espacio en un tiempo aproximado de ocho minutos con veinte segundos hasta impactar en este sitio exacto, generando una sublime estampa.

Esta distancia de tiempo y espacio forma parte de las condiciones que han permitido la conservación y proliferación de vida en la Tierra. Si nuestro planeta estuviese más cerca o más lejos —en kilómetros— del Sol, la temperatura y otras variables asociadas no serían óptimas para la sobrevivencia de casi ningún ser. Ello me hace pensar a su vez en la manera tan peculiar en la que nosotros —la humanidad en su conjunto— habitamos y nos relacionamos con el tiempo y el espacio. 

Ambos fenómenos son inherentes a nuestra existencia, sin embargo, nos resultan tan ajenos en cuanto a su dominio teórico racional. Lo que explica muy bien san Agustín de Hipólito en aquella vieja paradoja —«¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé»—. En esta barrera experiencial se desenvuelve una de nuestros grandes deseos: domar —detener— —desdoblar— el tiempo.

Es en ese terreno de lo utópico, donde el arte surge como placebo de nuestra angustia, hasta ahora es el arte y sus disciplinas la manifestación humana más concreta ante el paso impostergable del tiempo. Quizá por ello asocio a la literatura como una forma más de conquistar el tiempo. De extender nuestra voz y nuestras ideas más allá de nuestras restricciones ontológicas y temporales. 

Así pues, el tiempo y el espacio —aun virtual— se hacen puente entre las personas. ¿Cuánto tiempo y kilómetros separan el momento y lugar en el que escribo estas palabras y el lector las recibe? Tal como los rayos solares viajan hasta impactarse con los objetos. Las ideas deambulan en busca de oídos que presten atención. Así, por medio de este túnel temporal de la grafía, nos llegan ecos de otras épocas y podemos continuar el diálogo con autores que nos legaron sus ideas y visiones del mundo.

Si se le piensa con detenimiento, qué exención y quimérico resulta poder leer a autores como el mismo Homero, Quevedo, Dostoievski, Hemingway y tantos otros que con su obra rompieron su propia condición finita y continúan entre nosotros, por medio de la atemporalidad de sus ideas y su abordaje vigente de la condición humana. 

Si existe un lugar en el que el tiempo se doblega y rompe es donde los libros coexisten. Reconozco la cursilería en la última línea, pero no encuentro mejor ejemplo en el que la voluntad y el espíritu humano se manifieste con mayor intensidad para desafiar los principios rectores del universo físico. 

Recién hace unos días acabo de culminar la lectura del «Lobo estepario» de Hermann Hesse después de varios años de posponer en los que el libro ocupó un espacio en el librero. Las palabras de Hesse retumban con fuerza en las circunstancias presentes de mis días, aun así abrigo una sensación extraña de haber llegado a esta obra a destiempo, aunque como lo he venido ensayando, nada más relativo como el tiempo y la literatura. 

Justo ahora, la tarde muere y con ella la noche se expande. Pienso en el hipotético lector de este texto y en las fórmulas en las que intenta postergar que cronos lo embulla. En mi caso, es poner una letra tras otra hasta llegar al punto final. 


Iván Landázuri
psicoeducivanrl@gmail.com
(Oaxaca, 1990). Ha colaborado para diferentes revistas como la Revista de la Universidad de México (UNAM), Apócrifa Art Magazine, Yaconic, Registromx, Penumbria, Letrina, Monolito, Clarimonda, Errr Magazine, Hysteria, entre otras.

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