«A las mujeres que denuncian no se les hace justicia», se escucha decir por un altavoz mientras decenas de mujeres se reúnen a las afueras de la Alameda Hidalgo, en avenida Zaragoza. Con capuchas, pañoletas verdes y moradas, así como una batucada acompasada con las gotas de lluvia que caen en la ciudad, inicia una protesta en contra de la criminalización de feministas y de las detenciones de algunas de las mujeres que participaron en la pasada marcha del 8M.

«No tenemos miedo. El miedo ha cambiado de bando. No estamos solas», continúan, mientras un círculo de mujeres se va haciendo cada vez más grande a unos cuantos pasos de la maqueta monumental del Centro Histórico. Las manifestantes gritan consignas al unísono y exigen un alto a la persecución política y el acoso de las autoridades locales, a quienes señalan de intentar hacer reuniones privadas para la autoinculpación de sus compañeras. 

Alrededor, miradas curiosas se detienen a observar. La mayoría solo pasa extrañada y continúa su travesía. Los automóviles suenan el claxon cada que pueden, principalmente en rechazo hacia lo que implica ver mujeres congregadas exigiendo justicia. «Salimos y decidimos salir a las calles a reunirnos, porque vale la alegría de estar juntas, de sentirnos acompañadas. Nadie más lo va a entender más que nosotras», espetan.

Suena la batucada nuevamente. Consignas. Esperan un poco antes del pronunciamiento. Marcan las mantas con aerosol y la frase «NI UNA MÁS» en blanco que resalta sobre el fondo negro. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis tambores suenan. Una, dos, tres, cuatro, cinco… y un chingo más de mujeres gritan: «Lucha, lucha, lucha…»

Suben a la maqueta, esa que fue inaugurada en 2018 y considerada una burla por su costo de nueve millones de pesos. Fue pintarrajeada en la marcha del 8M y ahora reluce, pero para ser convertida en tarima. Tres manifestantes se trepan a la plataforma con su propio monumento: una escultura de una vulva gigante que sobresale entre las calles y edificios de la ciudad en miniatura. Leen su manifiesto: «Hoy hablamos las nadie, las putas, las locas, las exageradas, hoy hablamos de las que todas y todos hablan, pero nadie escucha».

«El pasado 8 de marzo del 2021», señalaron, «nos articulamos junto con otras colectivas de la República Mexicana y del estado de Querétaro para ejercer nuestro derecho a la libertad de expresión y a la legítima protesta feminista». Las demás afirman moviendo la cabeza de arriba hacia abajo. Otras atentas solo observan. Las edades oscilan entre los 18 y 25 años. 

A un costado aparece de pronto una mujer de mayor edad. Es Araceli Osorio, madre de Lesvy Berlín, quien fuera estudiante universitaria asesinada por Jorge Luis González Hernández el 3 de mayo de 2017. Un feminicidio que provocó la indignación social por las irregularidades, omisiones y revictimización con la que las autoridades de la Ciudad de México y la UNAM trataron el caso. Araceli Osorio entonces solicitó la oportunidad de decir unas palabras, la ayudaron a subir y habló:

«A más de 4 años hemos tenido que recorrer, no solo las oficinas públicas y juzgados, sino las calles, pues es la única manera en que hemos podido hacer que nos escuchen. En que hemos dicho lo que aquí pasó ese 3 de mayo de 2017. Por eso se me hace necesario y urgente salir a las calles. Nosotros no deberíamos estar aquí. Deberíamos estar tomando un café con nuestras amigas. Deberíamos estar en casa viendo alguna película. Deberíamos bailar. Deberíamos estar, pero no lo estamos. El día de hoy más de 11 mujeres van a ser asesinadas por el simple hecho de ser mujeres(…) así que se saldrá a las calles las veces que sea necesario, por nuestras compañeras que ahora están detenidas, por nuestras compañeras que tratan de intimidar, por ellas, por todas».


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