Fotografía: Yahvéh Flores



La llamada literatura del yo tiene referentes en distinta épocas, donde su impronta puede rastrearse desde las Confesiones de San Agustín hasta Adiós a todo eso de Robert Graves, y en el que se encuentran Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, Autobiografía de Mark Twain y el Ermitaño en París de Italo Calvino, por mencionar algunos en el que el individuo –el yo– toma conciencia de sí como tal, origen que, como explica Georges Gusdorf “tiene lugar en el momento en que la aportación cristiana se injerta en las tradiciones clásicas”, haciendo referencia a su valor en Occidente y la preocupación con el pasado. No es cosa menor que, durante el siglo XX, el valor de la memoria –“recordar el pasado es un acto político”, diría Geoffrey Hartman, luego de los regímenes de terror vividos durante este siglo– desemboque en darle un sitio público al recuerdo privado, en lo que Andreas Hussey denomina “el estallido de la memoria”, y los procesos que se han desenvuelto en distintas instituciones y academias: la literatura testimonial, los museos, el análisis de la historia oral y el auge del documental, poniendo a discusión lo que, a inicios del cristianismo, fue conformándose. Bajo estas postales históricas, reduccionistas, claro, yacen algunos géneros que, en definitiva, encontraron una difícil tarea de pertenencia entre el campo literario y científico, dos grandes continentes que habían enmarcado sus propias barreras para ser diferenciados del resto. 

La autobiografía es uno de les géneros que logran transigir las fronteras entre lo real y ficticio, quizá una manera de cuestionar el lenguaje y de repensar el concepto de memoria que transita entre la percepción, casi figurada, de un pasado atraído al presente. Su vitalidad es, desde este enfoque, la del lenguaje, que permite al individuo transmitir su propia conciencia al resto. Si bien, la autobiografía manifiesta al sujeto en una realidad específica, no penetra en lo real en tanto real, sino en lo que el sujeto, en una época, retoma como “lo realmente acontecido”, razón por el que tales ejercicios han sido motivo de controversia en el campo científico y literario, al no ser objetivos ni totalmente ficticios, sino un entramado de categorías con lógica propia. No es que el objeto no exista fuera de la visión del que nombra, sino que, al nombrarlo, edifica una realidad. Es entonces que al referir a lo real, no puede sino pasar por una percepción sociocultural de quien lo observa, y que tiene entre sus conceptos el de realidad social, pues tal como afirma Renato Prado “el hombre es un ser similar al rey Midas, pero desde un punto de vista ontológico y semiótico, pues todo lo que toca lo convierte en un objeto con sentido humano (…) lo introduce, en suma, ipso facto, en una red de relaciones, cuya suma total y totalizadora llamamos cultura”, por lo que el lenguaje constituye en sí, una forma de asirse al mundo y, por ende, de actuar en él. Al preguntarle a Carlos Monsiváis cuál era la prueba de la existencia de dios, refirió: “por el lenguaje”, algo que George Steiner ratifica en sus Gramáticas de la creación, al decir que “desde el punto de vista hebraico, la creación es retórica, literalmente un acto de habla. Lo mismo ocurre en la instauración de un argumento filosófico, en un texto teológico o revelado y en toda la literatura. Crear un ser es decirlo. El ruah Elohim, la respiración o pneuma del Creador dice el mundo.” 

Bajo esta premisa, la autobiografía pone, como otros tantos, al lenguaje en el análisis, propone a su vez un ejercicio respecto a él, en su práctica escrita junto a la memoria, sustrato narrativo, para preguntarse si acaso lo que decimos, pensamos y escribimos no es más que una ficción con cierto sentido real, lo cual no implica más que impresión, algo que Bertram llama, en el caso de Friedrich Nietzsche, como una “mitología” personal, en el que el individuo dota de sentido su propia figura, como primer testigo de sí mismo. Si acaso esto manifiesta, en una orientación vaga, la problemática entre realidad y ficción, lo cual se amplía a los estudios del lenguaje, encontramos en ello una referencia inmediata de lo que el proceder humano realiza del entorno, para dotarlo de significado y transmitirlo, dejando su propio rastro en el suelo que pisa, sin posibilidad de ser definido, haciendo hincapié en la riqueza que la escritura nos deja al ni siquiera poder estipular limitantes que no se vean transgredidas por su propia dinámica.

David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

Un comentario en «La autobiografía y las fronteras del lenguaje»

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