Fotografía: Adrián López


No soy afín al futbol, más que por nostalgia. Hablo de ese pasado en el que jugaba con los compas de la cuadra o en la liga municipal en la que participaba el equipo de la fábrica de mi padre. Él nos dirigió una temporada. Jugamos contra la Piedad, Santa Rosa, Buenavista, San Pablo, Gerber, Kellog´s y demás equipos representativos de barrios y empresas. Nosotros representamos a la Sección 74 de Agrogen y nuestro máximo logro fue una semifinal. Yo jugaba de defensa central y posteriormente me fui a la portería. Al descubrir este puesto participé en los torneos de la primaria, donde tuve mis años de gloria, al formar parte de la selección de la escuela en un torneo organizado por la delegación Félix Osores Sotomayor, donde logramos el subcampeonato.

Todos los fines de semana mi padre ve el futbol. No le falla a ninguna liga. Acudo cada que juega el América y solemos platicar de cuestiones personales o laborales mientras observamos el partido. Las mentadas de madre no faltan. Sobretodo las mías. Durante el medio tiempo acudimos al baño y por la botana en turno. Estiramos y volvemos al frente de la pantalla. Más mentadas de madre y de nuevo las charlas.

A mi padre el futbol le apasiona. Recuerda su juventud e incluso, hace poco, se dedicó a hacer marcos de madera para las fotografías que tiene en las que sale con su equipo. Desde niño jugó y aún de grande, en liga de veteranos, metió un gol de cabeza en una cancha en la que se jugaba utilizando la mitad de esta. El cuerpo ya no suele ser lo que era antes, pero eso no importa si de futbol se trata. Mientras haya posibilidades, aunque pocas, los pretextos sobran.

Para mi padre el futbol consiste en divertirse, pero cuando ve a un jugador fallar de manera burda, reclama diciendo que él no era tan malo comparado con esos cabrones que no saben ni siquiera dar un pase. Él habla mucho sobre política o economía. Está atento a la bolsa desde que se jubiló y no pierde oportunidad de sacar el tema. Yo tampoco y seguimos ese otro juego de diferencias en la plática. Intercalamos temas, pero siempre hay futbol.

En su cumpleaños le regalé un libro de Eduardo Galeano titulado «El futbol a sol y sombra», además de buscar ansioso crónicas de futbol para saber cuál leerle la próxima que vez que lo vea.
Vinculo lo que me gusta a mí, como lo es la crónica, con lo que le gusta a él, y es una manera en la que puedo hacer que mi padre comprenda lo que a mí me apasiona. A veces hablamos de ello y me dice que leyó a Carlos Monsiváis y a Renato Leduc, y ahora se ha vuelto fan de Martín Caparrós.

Cuando pienso en futbol, pienso en más que un partido o datos superfluos, jugadores o pleitos entre barras, sino en mi niñez y mi padre. Sus regaños en la cancha cuando estaba en el equipo infantil o la convivencia de fin de semana. También de disputas y el contexto de mundiales o partidos, o de cómo el América es un equipo paradójico, chingón y pendejo a la vez. Pero así sucede. Juan Rojas, colega y por quien conozco lecturas sobre futbol, me dice que ser sociólogo e irle al América es una contradicción hasta biológica, pero qué se le hace, fui americanista antes de entrar a la carrera. Aunque, a decir verdad, no es que le vaya a la América, sino que, aquí entre nos, al que le voy es a mi padre.


David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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