Texto: Yezica Montero Juárez

Fotografía: Jefte Acosta


Enunciar a La Bala Rodríguez es meterme en una complejidad de etiquetas que no me gustaría escribir, pero a la vez son necesarias para poder alcanzar a  construir al menos una cuarta parte de lo que esta mujer expresa a través de su ser performativo. 

De las dulces memorias a la patologización de su cuerpo

Alejandra nació a la orilla del mar, en La Paz, Baja California, en 1986. Recuerda momentos dulces en convivencia con los árboles y con el mar. Su mamá es originaria de Celaya, Guanajuato, quien para entonces ya se encontraba enfocada en la investigación de la biología marina. Mientras Bala comparte estas memorias se perciben diálogos que parecieran una constante lírica. Esa mujer habla pura poesía.

«Muchas de las decisiones de mi vida han tenido que ver con estar apasionada con algo, y se lo he aprendido a mi jefa: una se hace así misma». 

Entre estas memorias dulces comienzan a surgir síntomas con los que Bala ha tenido que enfrentarse desde muy temprana edad: la patologización del cuerpo gordo. «Mi mamá me metió a dieta a los 7 u 8 años porque consideraba que estaba gorda… Siempre fue el miedo de prevenir que estuviera más gorda, y eso que fui campeona de Kung Fu a los 10 años».

Evocar a los cuerpos hegemónicos como aquellos que cumplen con el ideal de lo bello, de lo saludable, de lo deseable, de los que merecen placer; es dejar prácticamente fuera del estándar a la mayoría de seres humanos. Y entre ese complejo de discriminación existe un movimiento que visibiliza a la gordura simplemente porque es y existe:  

«El Activismo Gordo tiene que ver con también desmantelar toda una serie de anulaciones, en torno a la posibilidad de tener este cuerpo sin la carga negativa que implique. Sin la patologización de este cuerpo, y entre activismos, también desde el lebosfeminismo… Yo no puedo pasar esto… de tener este cuerpo y ser lesbiana… A mí me pone a la luz de muchísimas opresiones… Pero no dejaría de lado que tengo esta experiencia corpórea y lo que implica en términos de un proceso colonial que todavía no concluye».

De acuerdo con información de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM: «La gordofobia es la discriminación que viven las personas gordas por el hecho de serlo. Este concepto tiene su origen en la expresión en inglés fatphobia. La gordofobia es un fenómeno sociocultural, económico y político, que está cargado de prejuicios valorativos, incitadores de odio contra los cuerpos que no entran dentro de los cánones corporales normativos».

México, al igual que Estados Unidos, comparten los dos primeros lugares con mayor índice de obesidad y sobrepeso entre la población infantil y adulta a nivel mundial. En este sentido, se expresa una aparente preocupación por parte de las instituciones hegemónicas como la OMS o la OCD, por las enfermedades relacionadas a los trastornos alimenticios, cuyos discursos sobre la patologización de la obesidad se han extrapolado en el lenguaje cotidiano, a modo de que cualquier persona, en el nombre de la salud,  puede enunciarse sobre los cuerpos no hegemónicos.

«Vivimos violencias concretas…hace 2 años tuve una úlcera  y cuando me diagnosticaron la primera opción que tuve del médico fue que me iba a hacer una manga… que me iba a retirar el estómago  ¡por una úlcera! Entonces,  en esa grave vulnerabilidad me lo plantee, y después reflexioné que no era la opción y lo que a él le interesaba era bajarme de peso para poder presumir ese triunfo: convertir la gorda en la flaca. Me dijo: vas a  quedar muy bien».

Bala es una mujer que se cuestiona todo, que vive en constante reflexión; gracias a su sentido crítico pudo elegir sobre su salud, y no sobre lo que el mundo espera de su apariencia. ¿Cuántas mujeres habrán llegado en un estado crítico de salud y salieron con una liposucción «aprovechando que le retirarán la vesícula»?

El principio del placer

En el Génesis, cuando Eva y Adán son desterrados del paraíso, el pudor sobre sus cuerpos fue el primer castigo que Dios imputó a sus  hijos que había creado a su imagen y semejanza. Y ciertamente, el imaginario colectivo siempre aspirará a ser como el Adán de Miguel Ángel.

La vergüenza, el pudor y el ser recatadas son antivalores que evidentemente se aprenden a lo largo de la vida. La mayoría tenemos recuerdos sobre la primera vez que nos dio vergüenza expresar algo de nuestros cuerpos. Pero afortunadamente ante estas opresiones milenarias, se están levantando las expulsadas del paraíso para enunciarse y mostrarse como ningún Dios las trajo al mundo.

«Mis memorias más dulces son en la niñez, en la playa y los cuerpos desnudos. Cuando paso por la  adolescencia… ni mostrar los brazos, y la playa es un lugar de hipervigilancia. Que se te sale el rollo, que cuánto pesa, ¡ya la viste! No saber qué te esculca la gente, pero estás muy al ojo público…y era una sensación de desobedecer».

Las vivencias íntimas que muchas no nos atrevemos a contar, Bala las enuncia, las comparte; no de manera pedagógica, ni en el plano de la victimización, si no en un tono limpio y sencillo donde su presencia es en sí el mensaje: esta soy, ni más, ni menos.

«Hay una construcción de un cuerpo valioso, un cuerpo hegemónico desde la colonización…es distinto al mío. Yo tengo memorias de poco cuidado. El tacto para mí es rudo… Soy tratada como un cuerpo menos humano y esto se comparte con otras subjetividades, que estamos fuera del centro de esa hegemonía, que sabemos cómo luce».

El sexilio

Como una mujer con una historia de vida fascinante, Bala, tal cual, ha sido una catapulta que se ha lanzado de un lado a otro. Desde La Paz, Baja California, estuvo en el extinto Distrito Federal explorando ingresar en alguna escuela de cine, y para la buena fortuna del Querétaro liberal de closet, llegó a radicar aquí para realizar sus estudios en Sociología.

Este ambiente le llevó a encaminarse un poco más hacía el combate de algunas opresiones. Fue de las iniciadoras del colectivo «Degeneradas», cuyas intenciones feministas no fueron exactamente un lugar donde Bala pudiera encontrar el espacio para sus expresiones. « … Aún no le dábamos lugar a la lesbofobia… Esto que oprime… No encontraba el espacio sobre la gordofobia… No me estaba preguntando sobre este cuerpo… ¿No me estarán dando un lugar secundario por este cuerpo que habito?, y no hubo un eco… Encontré una posibilidad en el performance».

Bala describe al sexilio como la consecuencia del huir de los espacios donde no hay cabida para su lesbianismo. El proceso de aceptación dentro de su cuna familiar ha sido una constante lucha, y también un aprendizaje que aún no concluye, sobre todo para su madre. 

Sin embargo, a pesar de que Querétaro goza de la fama de las pequeñas ciudades conservadoras del Bajío, Bala ha sabido encontrar huecos de libertad: «Al principio hubo experiencias difíciles, un conservadurismo… En los espacios feministas era abordar el tema del aborto, pero yo siendo lesbiana y viviéndome así, acá en Querétaro pues sí me sentí muy sola, medio oculta, pocos espacios, una moral muy clara católica… Al final me encontré con rarezas como yo… en el mundo del arte, como otros activismos».

Su acercamiento con el performance surge a partir de su acercamiento  a «espacios donde se habla de lo queer, de la monstruosidad como algo para performar, como unas posturas críticas frente a estas opresiones en torno al cuerpo». 

Ciertamente, los cuerpos gordos son objetos de infantilización, carencia de líbido: «Constantemente ves poca representación del cuerpo gordo deseante en las películas. En una serie no ves gordas fajando o consiguiendo encuentros gordos placenteros». 

Disfrutar de una tutsi pop

Existimos quienes asistimos al psicoanalista semanalmente por años y lo ocultamos en la profundidad de nuestras agendas. Y hay, quienes del trauma pueden realizar una especie de homenaje no para trascenderlo, sino para exponerlo. 

«Yo encontré en el performance la posibilidad de reflexionar sobre mi propia vida. Había memorias, opresiones en el cuerpo, y una forma de presentarlo con el cuerpo, circularlo en el mundo… Activa un trauma, lo coloca en un sitio y lo comunica».

Bala ha sido una artista autodidacta, no ha necesitado de la formalidad para avalar sus performances. En 2011 tuvo su primera experiencia en la Facultad de Bellas Artes de la UAQ, bajo la pieza titulada «La Gorda»: «Me presenté con un body. Traía rollos de canela, fresas, y me saqué una paletita de la vagina… una Tutsi Pop». El performance no tendría por qué explicarse, pero cuando Bala comparte el trasfondo de su vivencia artística, el impacto de la descripción del mismo, se vuelve tan dulce como la Tutsi Pop. «Viví mucha vergüenza de comer en público… El morbo de ver a la gorda insaciable por muchos años lo evité. Se trabaja con el trauma y se desactiva… En general, la feminidad vivimos esa opresión, pero a mí me resolvió mucho comer en público, en el 2011».

Del cuerpo a la palabra

El modelaje del cuerpo desnudo es otra de las expresiones que Bala ha compartido. Mientras el diálogo continúa, comprendo que la relación de Bala y su cuerpo no es en ningún momento sobre el discurso mercadológico que el body positive fomenta. No es ser la mujer con «sobrepeso» porque es políticamente incorrecto decir «gorda». No es el ser la mujer de curvas donde en todos lados hay grasa menos en el abdomen. Es el no definirse, y tampoco el temor de enunciarse a los cuerpos como son: flacos, flácidos, gordos, ñangos, granosos, varicosos, etc. 

A modo de cierre, la faceta de Bala en el mundo literario se dio a partir del acercamiento con talleres de escritura chicana, donde reconoció que el «escribir tu mierda» también es otro espacio con posibilidades a manifestarse. «Escribir sobre mi deseo, la palabra podía desnudarme, pero con dificultad hablaba… podía bailar, mostrar; pero de lo que me apropié fue de enunciar… me costaba más hablar, escribí poemas… de la relación compleja que tengo con mi madre… el deseo de lesbiana… que es eso más allá de lo sexual».


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vivi.castaneira@gmail.com

Un comentario en «La Bala Rodríguez: cuerpo y mente Gorda»

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