Texto: Daf Martínez
Fotografía: Jefte Acosta
Desde sus inicios, cuando los muchachos negros de Harlem y el Bronx organizaban fiestas clandestinas en las que sampleaban música pop y la combinaban con rimas sobre la vida en el barrio, el hip hop fue un asunto de hombres. El MC era también un gángster y tenía acceso al uso de la violencia. Una violencia que en el fondo era defensa contra la opresión en manos de los poderosos, casi siempre blancos, siempre millonarios, pero que no dejaba de estar marcada por el sello patriarcal.
Durante casi cuatro décadas, esta fue la imágen hegemónica del hip hop que habitó en la imaginación colectiva. El rapero y el MC continuaron siendo gángsters, varones y en sus letras siguió viva una violencia que, conforme su música se iba normalizando, perdía el tono de protesta y se mimetizaba, a veces, con lo que los estereotipos burgueses pedían: Autos, consumo y misoginia.
Hay, sin embargo, muchos ejemplos en la historia del hip hop y del rap que empujan en otro sentido. Voces para las que enunciar la violencia y el dolor de una vida perra no deja de ser una necesidad más que un acto glamoroso y que nos recuerdan, a cada instante, que el hip hop es resistencia.
Una de estas voces es Rouse Rickter. No creció en el Bronx, ni en Harlem, sino en Apaseo el Alto primero y en el municipio de Corregidora, después. Por eso mismo, tampoco rima en inglés, sino en su lengua materna. Además es morra, una morra poderosa, casi una bruja, podríamos decir, aunque no haríamos justicia al potencial de su flow y caeríamos en un lugar muy común que al final opacaría su esplendor.
Como todo buen rapero, la Rouse escribe sobre lo que más le duele. De hecho, a decir de ella misma, tiene dos tipos de letras: las felices y las encabronadas. No hay espacio para matizar, tampoco para los mediocres tonos grises. Todo en ella es juventud y pasión. Tanto para gozar y reír como para llorar y lamentarse. Un ejemplo muy palpable de este arrojo lo podemos encontrar en la que quizá es una de sus canciones más conocidas: Naces, creces, sufres.
Con una conciencia casi budista sobre las implicaciones de haber nacido en un mundo que hace todo lo posible por arrancarte de él; Rouse nos dice en estas rimas que, si por ella hubiese sido, habría evitado que sus padres se hubieran conocido. Para muchos, esto puede sonar terrible, pero los contemporáneos y contemporáneas de Rouse encuentran la frase llena de sentido. Por eso, nos dice ella misma, esta rima es de las favoritas entre quienes la siguen.
Las rimas de Rickter están llenas de lo que ama y lo que detesta ¿Qué detesta? ella misma nos lo dice a cada momento: la traición y la falta de empatía. En lo que ella hace no hay medias tintas y su estilo es crudo, como el de Leazzy, una rapera jaliciense que ha influido profundamente en su trabajo. Sin embargo, ella no es una académica. Conoce a los clásicos del género, pero su arte se alimenta de otras cosas: cosas como las dificultades que llegó a vivir de niña, cosas como el desengaño o ser morra en un país como México, una región como el Bajío.
A Rouse, sin embargo, no le gusta quejarse. Ella es de las que chambean. Descubrió su pasión por las rimas en un festival del Día del Estudiante en el CBTIS 118. «fue como si me hubiera partido un rayo», dice, «desde ahí ya nada fue igual». Y aún así, el rayo no fue suficiente. No se iba a quedar sentada a esperar que los rayos cósmicos actuaran por ella. comenzó a rapear en camiones y a subir su música a internet.
Por cinco años, permaneció «abajo del agua», hasta que le llegó una propuesta para participar en una batalla escrita, que es una especie de duelo de tres rounds, donde el primer round es a capela, el segundo instrumental y el tercero mixto. Suena fácil, pero no lo es. Se busca evitar la vulgaridad, el chiste fácil, el insulto vacío y privilegiar el ingenio.
Desde esa batalla escrita, que tuvo lugar en 2017, Rouse ha tenido otras cuatro batallas, todas contra mujeres. Este mes, sin embargo, por primera vez se batió con un hombre ¿Hay diferencia? La verdad es que no, formalmente, pero no hay que olvidar que es un mundo en que las mujeres han tenido que abrir su camino ante el machismo de muchos hombres dentro de la escena. Es muy probable que no sea más difícil ganarle a un hombre que a otra mujer, pero si sucede, el símbolo es fuerte.
Lejos de desanimarla, este machismo en la escena del Hip-hop le ha dado a Rouse mucha resiliencia. Aprendió, por ejemplo, a no confiar en los estudios de grabación de buenas a primeras. Muchos tipos intentaron trabajar con ella, pero luego confundían las cosas, presionaban para que todo girara a otro lado, la querían besar. Ella, como cualquier artista, quería que lo importara fuera su trabajo y así sucedió. Hoy tiene reconocimiento nacional, la invitan a festivales, va a rimar a Coahuila, a Nuevo León, Ciudad de México. Eso sí, no pocas veces ha tenido que pagar sus viáticos, porque el estándar para las mujeres en la escena sigue siendo doble, pero no se desanima.
Por su tenacidad, además de rapera también es embajadora de una marca, «En la sangre», se llama, es ropa urbana. Quién mejor que ella para eso. También estudia una licenciatura en ingeniería industrial, un mundo que ella misma reconoce como totalmente antagónico al del hip hop, pero que también la enriquece y extiende su perspectiva. Y aún así, con todos esos logros, sigue subiéndose de tanto en tanto al camión a deslumbrar a los pasajeros con sus rimas, a veces alegres, a veces desoladoras, pero siempre construidas desde la empatía más profunda.
Sorprendentemente, dice que le produce más miedo el público del camión, al que enfrenta casi a diario desde años, que el de las batallas y festivales y es que aquí la cosa es más seria: el público es más difícil porque de entrada no busca escucharte, tienes que ganarte su confianza, la confianza del contador y al ama de casa y el estudiante hastiado y salir con un aplauso y una moneda y quizá hasta una sonrisa.
Lo que la mueve a hacer es justo eso, la conexión con el otro. Dice que una vez una chica se le acercó y le dijo que una de sus rimas le había traído la paz en un momento de muchísima soledad. Ella escribe desde ahí, desde el dolor, pero no se queda ahí. En lo que hace hay redención y nostalgia por lo que pudo haber sido, pero se perdió en la implacabilidad del tiempo.
Al final, lo que busca es demostrar que se puede transfigurar el dolor y conseguir lo que se anhela. El precio, claro, es no rendirse, chingarle, pues.