Fotografía: Yahvéh Flores


Levantarte es el primer paso. Estar acostado y preguntarte si es necesario hacerlo y discutir sobre el tema que abordarás y de qué manera. Para ello pasan dos horas. Despertaste en la madrugada y pensaste que te hacía mejor persona porque se supone que eso dicen que pasa. Pero no. Tienes que forzarte y poner las cosas claras antes de que la mañana se te vaya en nada.

Al levantarte vas al baño, lees una revista, preparas café y te sientas en la sala a seguir leyendo. Revisas Facebook y Twitter para encontrar información de interés y se te va otra hora viendo páginas y videos sugeridos de gente cayéndose, perros graciosos o memes de gatos. Sabes que pierdes el tiempo y te preocupa, aunque no haces algo.

El segundo paso podría ser encontrar tu espacio. En realidad no crees que los haya ni que se encuentren. El consejo suena bien para un curso de coaching (y hay que repletar de palabras este texto). Se escribe o se hace lo que hace en donde sea, independientemente del lugar. ¡Vamos! Sabes que no puedes escribir si vas de pie en el camión, jaloneándote, pero se entiende el punto. Podrías estar en la miseria absoluta como Víctor Hugo Viscarra, Lee Stringer o los últimos años de Oscar Wilde y escribir. Lo haces porque no puedes no hacerlo.

El tercer paso consiste en conjuntar información; parafrasear, resumir y sintetizar o, en pocas palabras, interpretar, transcribir y describir. Te da pereza de solo pensarlo. Nunca has sido metódico y la escritura que haces es un vaivén de información sin sentido. Mejor haz lo que quieras. Es una buena sugerencia. Honesta en todo caso y eso debe significar algo. O eso esperas.

El cuarto paso consiste en ir a la tienda por cerveza. Es lo que has hecho estos últimos días y algo te ha servido. No precisamente beber, pero la resaca trae consigo una serie de emociones que te hacen cuestionarte. Despertarte al otro día hastiado sin saber qué pasa con tu vida y ponerte a escribir o divagar y ver qué resulta de jugar con las ideas e historias.

El quinto paso es recordar. Recapitular las vivencias para generar emociones es buen aliciente. No estás bien, así que sabes por dónde van las imágenes que aparecerán en tu cabeza. Escribir es confrontarte. Es doloroso y, sin embargo, liberador. Como un llanto que no puede contenerse.

Hace poco rescataste una frase de la película “A los que aman” de Isabel Coixet: «Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible, que podemos mirarlo como a una criatura oscura, tanto más ajena a nosotros, cuanto más cerca la sentimos. Pero yo siempre he creído que el dolor que no encuentra palabras para ser expresado es el más cruel, el más hondo, el más injusto».

Crees en ello. El dolor más profundo es aquel que es inefable y, en ese sentido, escribir es una manera de extraer y expresar. Darle contorno, textura, convertirlo en algo tangible, como una botella y así manipularlo, estrujarlo o tirarlo a la basura.

Luego de estos pasos solo queda hacer lo propio. Tirarte de nueva cuenta en la cama y llevarte la computadora o libreta. Quedarte refugiado y seguir divagando. Luego escribes la primera oración y sale este texto. Vuelves a ir al baño y te quedas pensando en las similitudes entre cagar y escribir. Bajarle a la palanca y ver cómo esa mierda se va, mientras da vuelta y desaparece. De eso se trata todo esto. Pero hay que limpiarse el culo. Ese es un buen consejo.


David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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