Fotografía: Giovanna Tron


Escribo esto a casi cinco años de haber vivido por primera vez un episodio de crisis de ansiedad, allá por septiembre de 2017. Las lágrimas constantes. Las palpitaciones aceleradas en el pecho, mi corazón desesperado por romper las costillas que lo resguardan, los brazos ajenos de lo entumecido, la garganta muda en un grito ahogado y el asco. 

El asco siempre, desde las noches de insomnio como un preludio al día agotador que se avecinaba, hasta la cúspide en las mañanas. La monotonía y la eterna expectativa de que por fin sucediera lo peor. Lo peor estaba sucediendo y tanta nube no me dejaba verlo. 

Llegué al libro de Eloy Fernández Porta por las referencias de Antonio J. Rodríguez sobre la literatura del suicidio y las enfermedades mentales. La pregunta que más me resultó estimulante para iniciar la lectura de Brotes Negros fue, ¿qué tal si tanta gente tiene razón? ¿Qué tal si es normal sentir tanta angustia? 

Los datos del Senado de la República estiman que, para 2017, yo formaba parte del 14% de la población mexicana con trastorno de ansiedad generalizada, pues se trata de “la enfermedad de salud mental más común en el país”.  

Fernández Porta dice en su relato, honesto y brutal: “¿Y qué tiene de raro? ¿Acaso no hemos vivido siempre en pleno brote? La tensión y las contradicciones que nos han constituido, ¿no llevan, por pura lógica, al brote esquizofrénico?”. 

Los únicos momentos en los que recuerdo haber podido anclar mis pensamientos a lo que sucedía frente a mí, son las dos horas a la semana que le dedicaba al entrenamiento tardío de mi perro. Ni cuando nadaba estaba libre del miedo: sentía que entre brazada y patada, algo fatídico terminaría por ahogarme de una vez.

“Mi torpeza a la hora de poner sobre el papel las cosas que me duelen puede ayudar a relativizarlas. Mundo, relativízate.”

En ese momento no llegué a la intención de lo que Eloy Fernández llama hacer militante a la ansiedad, el cuestionar la necesidad de productividad y el condenar la ausencia de certidumbre tras el derrumbe de mi pequeño mundo inmediato. 

Y es que, como asegura también el autor que me llevó a pasearme por los brotes negros, no es una casualidad que cuando se exige creación, consistencia, presencia y abundancia perfecta, se tiende a llegar al límite y no está mal. El camino en el ámbito literario y cultural en el que Eloy Fernández Porta se ha hecho camino también es el que lo llevó a la cumbre ansiosa. 

“Pero también son prisiones las emociones. Canalizar las energías negras en una causa política: esa ha sido la respuesta militante al problema de la salud mental. Pero estas nobles intenciones no resuelven el problema principal: la productividad, el imperativo de la realización en los actos públicos. Si la solución es volverse partisano perfecto, que extrae beneficios simbólicos y materiales de su dolencia, ¿en qué se diferencia eso del principio neoliberal que nos conmina a convertirnos en el empleado precario del mes?”, se pregunta el autor. 

Y es que, también es normal, ¿hasta sano, quizá? Conocer lo peor de una misma para poder encontrarse en tanto abismo, toparse con el vacío para darse cobijo. Tanto los brotes de Eloy como los míos se hicieron evidentes luego de una ruptura amorosa. El autor narra cómo en medio de la crisis ansiosa vuelve a su mente el nombre de su ex pareja, como una materialización del tiempo que ya no es, de todo lo que ya no es. 

Ahora, quisiera pensar, que, a pesar de que cada proceso, por trillado y obvio que parezca y tenga sus propias particularidades, puede haber un punto en común entre quienes elegimos las letras como refugio y condena cada vez. El escribir para depurarse y luego poder respirar. 

“Estas líneas son un paso más hacia la recuperación. Pasos. Para ir reencontrándome con las capacidades. Para vivir con menos pasado.

El error: pensar en el pasado como un bloque. El pasado son líneas. Yo soy la misma persona que podía ayudar a otras.”

Eso, justo vivir con menos pasado, por difuso, idealizado y melancolizado, de la forma que a una le parezca, de a poco, con tumbos y aburrimientos que se vuelven un valle de calma que se atesora sin ningún tipo de pretensión ostentosa. 

Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

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