Fotografía: Giovanna Tron


La doctora Badano ya no está, se fue, muy al sur, casi al fin del mundo. Ahora vive allá Cecilia, la bruja, la astróloga, la madre y la abuela que ha vuelto a pisar las baldosas del Buenos Aires que dejó hace más de veinte años.

Cecilia mira la posición hipotética de los astros, de los planetas y de las estrellas para saber dónde le conviene más cumplir los años. La conozco desde hace casi diez y no fue sino hasta hace algunos cuantos que decidí dejarme llevar por lo poético que puede ser darle explicaciones a la vida en lo que por las noches alcanzamos a ver en el cielo.

“Tú sabes que yo soy una mujer de ciencia, no creería en la astrología si no hubiera comprobado que funciona”, me dijo una vez ante mi gesto de incredulidad. En su casa, le dedicó una habitación especial a su investigación interestelar; el calendario lunar para orientarse y una computadora con un programa específico para elaborar cartas astrales eran su centro de operaciones.

Los estantes de libros en los dos departamentos en los que vivió en la ciudad de Querétaro dejaban ver la añoranza por volver a su tierra. La literatura latinoamericana, sus estudios sobre las representaciones de la violencia y el narcotráfico, así como sus romances con el periodismo fueron las pasiones que nos hicieron coincidir.

Entre esos estantes: Borges, Las mil y una noches, Piglia, Kohan, Fresán, Andruetto y toda la legión de escritoras y escritores sudamericanos la llevaban de vuelta hacia Argentina. Los cuadros del tango colgando en la pared, la luz dorada en nuestras charlas vespertinas y el té de jengibre con limón permanecerán como el escenario en el que tanto escuché, tanto pregunté, tanto aprendí y tanto comprendí.

“Los libros son con lo que superé la viudez y el exilio”, nos dijo poco antes de irse. Después de vivir más de una década en un matrimonio que la hizo muy feliz, tanto intelectual como emocionalmente, enviudó, joven, muy joven. La necesidad económica, la oportunidad de estudiar en el extranjero y un país convulso y hostil hacia el pensamiento de izquierda fue el cóctel que la llevó a migrar, junto con su hija, hacia Estados Unidos de América.

Los días grises y fríos de Oregon enmarcaron su estancia, pero los libros, los libros, siempre los libros… la hicieron viajar, tanto a través de la literatura misma como por los logros académicos que fue obteniendo, para pasar un tiempo en Madrid y luego llegar a vivir a México.

Muchos de sus estudiantes se volvieron, nos volvimos, sus amigos y colegas en la Universidad Autónoma de Querétaro. Compartimos lecturas, andanzas, congresos, artículos académicos e historias.

Desde que la conocí, me maravilló su figura: la de la mujer viajera e independiente que no pierde su sensibilidad ni el cariño por su tierra ni por los lugares que conoce, que vive mucho, que conoce mucho y se apasiona mucho por las letras. Para la melosidad mexicana en los tratos diarios, sus modos no siempre fueron agradables, aunque no fue mi caso, entrenada desde niña en la franqueza de golpe en las formas norteñas de mi padre. Hay que ser realistas y sabernos una cultura en exceso amable y cariñosa, al menos en el centro y sur de México.

Poco antes de su partida, en el reparto de la biblioteca de la que se desprendió, al menos de manera material, me contó de los libros más importantes: los tres tomos en papel biblia de Las mil y una noches, un regalo de su marido, por algún aniversario o cumpleaños.

El otro libro, una primera edición de 1974, con la primera publicación de la obra completa de Borges, que le regaló su abuela: “ese libro ha ido de Buenos Aires a Estados Unidos, de Estados Unidos a México; ahora volverá a Buenos Aires y después le quedará a mi hija si sigue viviendo en Estados Unidos. No sé dónde irán a parar los libros cuando me muera”.

Cecilia me contó que desde niña quiso ser docente. El sueño de esa niña se cumplió y parte de su huella se ha quedado en el uso que le doy al punto y coma, en los autores que conocí por recomendación suya, en la exigencia de la necesidad de conocer El Ateneo, la librería más bonita del mundo.

La migración a ella le trajo un trabajo estable, la oportunidad de viajar, de leer y de escribir, de andar en bicicleta y habitar el centro de Querétaro, de hacer amigas. Ahora la migración la ha llevado de vuelta a casa.

Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

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