Fotografía: Laura Santos


El 10 de mayo nos apuntaló a nivel Latinoamérica como la primera nación en tener un día para conmemorar a las madres. Sin embargo, la coyuntura del nacimiento de tal festejo se remonta a inicios del siglo XX como una respuesta de grupos reaccionarios contra el Primer Congreso Feminista celebrado en el estado de Yucatán, que planteó e impulsó la promoción del uso de métodos anticonceptivos y la planificación familiar, esto es, el derecho a decidir maternar o no. 

No obstante, en nuestro país esta fecha ha pasado a ser un día de guardar. Tanto instituciones públicas como privadas realizan actos, eventos y fanfarrias para rendir homenaje a las “reinas del hogar”. Lo cual es importante; de eso no hay duda. La labor que realizan tanto estas, como aquellas otras que sin atravesar el puerperio fungen la maternidad y los cuidados, sostiene al mundo y hay que reconocerles, pero cotidianamente con el acceso a derechos y condiciones de equidad.  

En contraposición, es indispensable pasar de las declamaciones de Gabriela Mistral, entonar Señora señora al borde de las lágrimas, los bailables y el marketing de consiente a mamá, en este día con x producto para cocinar o limpiar, a planteamientos más contundentes sobre la repartición de las tareas, el mismo salario por el mismo trabajo, la ruptura del canon de la maternidad idealizada/romantizada, y el trabajo en los lazos fracturados y relaciones problemáticas maternofiliales. 

Tras la bruma del bombardeo mediático y de marketing que nos cubre anualmente, queda siempre una brisa incómoda para todas aquellas personas que no tenemos los vínculos más sanos con nuestras madres. En estos casos, esta festividad despierta preguntas, heridas, evoca momentos difíciles y plantea el perenne recordatorio de aquello que no se ha resuelto o no se resolvió nunca. 

En concreto, nos interesan los últimos puntos:  los vínculos afectivos, sobre todo, los rotos o problemáticos. Para ello, Samanta Jiménez Arenas, psicóloga clínica, especialista en familias y prevención de la violencia y maestrante en educación sexual, nos compartió su perspectiva sobre la maternidad y el rol de las mamás mexicanas leído desde nuestras coordenadas socioeconómicas y culturales. 

Samanta considera que “los lazos socioafectivos que están relacionados al núcleo familiar son importantes porque son el primer espacio de sociabilización y contacto que tenemos. En este sentido, cualquier vínculo en la familia es sustancial, pese a ello, la mamá resalta, más, en este país donde hay muchísima ausencia paterna. Esto hace que el tema de la crianza se centre en las mujeres y por eso tendemos a darle más relevancia al vínculo que generamos con ellas, más que con nuestros padres. 

Hay muchos escenarios donde ellas se quedan criando y cuidando solas y esto origina que tengan que cubrir las necesidades familiares y se genera desgaste producto de la doble o hasta triple jornada laboral. Este tipo de situaciones regularmente devienen de violencia de pareja, de haberse separado del padre de sus hijos; en estos intentos de sobrevivencia y de poder dar el sustento muchos casos ocurren omisiones de cuidado o lejanía, cierto distanciamiento con sus descendientes”. 

Lo que afirma esta especialista se corrobora con los últimos datos de INEGI, que hasta 2022 contabilizó que 47% de los hogares carecen de figura paterna. En consonancia, esta misma dependencia, en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2021, concluyó que las mujeres en el mercado laboral dedican aproximadamente 35 horas semanales al trabajo remunerado. Además de este tiempo pagado, las mamás que trabajan fuera de la vivienda dedican 29.3 horas al trabajo del hogar, en resumen, las mamás en el mercado laboral trabajan un promedio de 64.3 horas semanales. 

Descomponer estos datos nos permite tener presente esto que las feministas han señalado por décadas: mayoritariamente es a las mujeres a quienes, por la construcción social del género y la división sexual del trabajo, se les ha constreñido a los cuidados, que también son trabajo. Estos comprenden, según la definición de la CEPAL, actividades destinadas al bienestar cotidiano de las personas, en diversos planos: material, económico, moral y emocional. De esta forma, incluye desde la provisión de bienes esenciales para la vida, como la alimentación, el abrigo, la limpieza, la salud y el acompañamiento, hasta el apoyo y la transmisión de conocimientos, valores sociales y prácticas mediante procesos relacionados con la crianza y procesos como la vejez, enfermedades y discapacidades. 

«— ¡Porque lo digo yo que soy tu madre! 

—¡Si es cuestión de títulos, yo soy tu hija! Y nos graduamos el mismo día ¿O no?». 

El diálogo pertenece a la tira Mafalda de Quino, quien en tres vignettes magníficamente elabora una reflexión profunda: tanto ellas como nosotros hijos, hijas, nos encontramos en procesos de aprendizaje sobre qué es eso de ser madres, o qué es ser hija, hijo, respectivamente. 

Desde otro punto de vista, no todas las relaciones maternofiliales son sanas, algunas son tóxicas, por enunciarlo en términos contemporáneos. Existen las mamás que golpean, manipulan, mienten, menosprecian, abandonan, abusan, tienen consumo problemático de sustancias, que ejercen la maternidad a ratitos, que vulneran, explotan, exponen, torturan y la lista podría seguir y seguir. 

Es en el proceso de formación de criterios, de generación de autonomía y maduración de la conciencia de uno mismo, que nos es posible identificar que quizá tuvimos o tenemos experiencias de crianza violentas. Madres que lejos de posibilitarnos autoestima, independencia y autoconfianza nos abonaron al síndrome del impostor, de la necesidad de complacer a otras personas antes que a nosotros mismos; nos generaron ansiedad, angustia, depresión, prácticas autodestructivas, entre otras. Mientras que, sin duda, no tenemos el deber de perdonar, por autocuidado y en pro de resolver esas heridas, ¿cómo sanamos estos vínculos?

Samanta disecciona el problema. Explica que, primeramente, debemos analizar que existen “las expectativas que se tienen en torno a la maternidad, que tienen que ver con este sistema de creencias machistas, generador de mucha presión. La idea que tenemos de la maternidad socialmente sostiene que las mujeres tenemos un instinto materno y que debieran darnos amor incondicionalmente.

Y, por otra parte, no estamos tan acostumbrados a reconocer que también pueden ser violentas. Cuando escuchamos que alguna lo es nos sorprendemos porque tenemos esta idea o creencia sobre lo que es o debería ser una madre y cuando no cumplen con eso, cuando no son cuidadosas o cariñosas se tiende a señalar más. Esto no quiere decir que no tenga que ser señalado, es importante hacerlo, sólo es algo para tener presente y reflexionar”. 

Así, por ejemplo, en México el 86% de las mujeres privadas de libertad son madres. El 41.1% de las mamás de 15 años y más no cuenta con educación básica terminada. Ocho de cada diez mujeres ocupadas con al menos un hijo (80.6%), carece de acceso a servicios de guardería. El 30.8% de estas de 15 años y más casadas o unidas, declaró haber padecido al menos un incidente de violencia por parte de su pareja en los últimos 12 meses; 27.8% ha sufrido violencia emocional, 14.1% económica, 8.5% física y 2.5% sexual. En 2016 se registraron 399,140 nacimientos de madres menores de 19 años, es decir, 17 de cada cien nacimientos reportados en dicho año. De los cuales, 737 fueron de mujeres de 10 a 12 años; así como 8,818 de niñas de 13 a 14.

Para Samanta, en la presencia de conflictos o violencias de madres con sus descendientes no podemos partir sin considerar las experiencias de vida, por un lado, el cómo ellas también vivieron experiencias como hijas, hermanas, parejas; si llegaron a vivir violencias, abusos. Puesto que en muchos casos en los que se confirma la violencia, surgen trastornos como depresión y ansiedad, lo que tiene repercusión en la forma en que se vinculan en sus relaciones consecuentes. 

“Por un lado, está la parte de las experiencias que tienen las propias mujeres que maternan, desde su infancia, no solamente con sus familias, sino que muchas tienen antecedentes de violencia extrema con parejas o exparejas, inclusive con el padre de sus hijas, hijos. Que puede detonar un malestar a nivel emocional o nivel físico. Y ello dar lugar a conflictos. Tenemos toda una estructura donde estas mujeres estuvieron intentando sobrevivir, vivieron todas estas violencias y no se permiten tener otro tipo de vínculos más cercanos con sus hijas e hijos”.

Nos invita a hacer ejercicios reflexivos o de rastreo de la historia de vida de nuestras mamás o de la persona que desempeñó esa labor en procesos psicoemocionales o psicoterapéuticos. “Si yo tengo este contexto de lo que mi mamá vivió y por qué decidió lo que decidió se vuelve una manera de entenderla mejor y su coyuntura, lo que no significa justificarla. Al final, cada persona elige lo que elige, aunque claro, hay circunstancias muy complicadas que no elegimos, como la violencia y el abandono, pero el cómo a partir de mi experiencia yo trato a mis hijas e hijos, ahí sí. 

Para muchas personas el entender el contexto de las decisiones y acciones maternas les ayuda a sanar. Otra cosa es el trabajo personal. Si en la relación con mi madre yo percibo que me hice muy autoexigente y estoy constantemente observándome y criticándome y la narrativa interna que tengo va mucho desde este lugar, entonces requiero empezar a trabajar desde esta parte y los aprendizajes que se reforzaron en el trato con la mamá. Pero ya para eso habrá que empezar con un trabajo muy particular, a mirar cuál ha sido mi herida en mi relación con mi mamá y, en ese sentido, comenzar a abordarlo, trabajarlo y cuestionarlo. 

Empezar a darle lugar también a mi yo adulta. Saber que no soy esa niña, niño o adolescente que fue herido de esa manera, que ahora estoy en otro lugar. Y puedo permitirme verme a mí misma de manera distinta, eso también ayuda mucho para recolocar y resignificar esa experiencia con mi mamá”.

Laura Santos
lausantos012@gmail.com
Afromexicana, abogada feminista, docente, integrante del Colectivo de Litigio Estrátegico e Investigación en Derechos Humanos, A. C.

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