Fotografía: Ana Karina Vázquez
Le he escuchado ya a más de una persona que la pandemia es un trauma colectivo que no terminamos de asimilar, por eso pretendimos seguir y vivir mucho, mucho más, más intenso, o no. Sólo seguimos y los que crean, también, por eso hay aún pocas obras que aborden ese encierro y tanta muerte, pocas en comparación de lo que se esperaría de tamaño suceso. El último libro de la escritora argentina le hace frente al tema.
Del compendio de cuentos que conforman «Un lugar soleado para gente sombría», el primero -y mi favorito- hace una referencia tanto a la pandemia como al individualismo rampante y cegante que mutila nuestras capacidades de formar colectividades. Se trata de «Mis muertos tristes», una narración que se encuentra disponible en línea en el portal de la Revista Gatopardo.
El relato aborda la crueldad de la indiferencia y la ilusión de vivir en un gueto aislado que tanto nos han vendido en Querétaro; la idea de que las murallas del hogar nos separan de las violencias que aquejan al resto de las personas, que lo que les suceda se justifica porque están afuera.
El cuento de la escritora aborda la convivencia constante con la muerte, la muerte que no se da cuenta de que llegó. Incluso, los personajes muertos continúan «viviendo» en loop los momentos previos a que todo terminara. El horror ¿y el descanso? Les llega cuando se dan cuenta de que están muertos.
No es novedad que para Mariana Enriquez la realidad siempre resulte más aterradora que la ficción, eso y las licencias literarias son un par de los motivos que ha dado para responder por qué prefiere escribir novelas y cuentos antes que hacer periodismo.
Contrario a las escenas explícitas que pueden leerse en la laureada novela por la que ganó el premio Alfaguara, «Nuestra parte de noche», en los cuentos de este último libro hay misterios, descripciones densas y profundas que permiten imaginar lo perturbador a partir de la propia mente, sin instrucciones.
Quizá porque la autora justo buscaba construir un sitio donde la imaginación del terror no fuera tan real, aún a pesar del frente que le hace a la pandemia, de reconocer el trauma que nos marcó.
La persistencia de que lo verdaderamente real es el tiempo está en la obra de la escritora argentina, por ejemplo, cuando habla del tiempo: «El tiempo, esa monstruosidad aplastante. El tiempo, lo único que no se podía parar y ni siquiera se sentía». Precisamente la enfermedad es uno de los temas que abunda en el libro: el dolor, el sufirimiento y la transgresión de la cotidianeidad.
Su editora, Leila Guerriero, refiere que lo aterrador son las descripciones de lo que «podría suceder». La esperanza es que la escritura y la lectura sirvan para exorcizar y no para profetizar.