Fotografía: Laura Santos
Es domingo en la colonia Satélite, y la explanada del mercado se transforma en un santuario de plástico, memoria y obsesión. Aquí no hay misa matutina ni pan recién horneado que convoque a las familias; el llamado lo hacen los juguetes, que en sus diversas formas —nuevos, usados, venerables o de saldo— operan como los verdaderos cronistas de nuestra relación con el tiempo.
La escena podría confundirse con un paisaje de nostalgia colectiva: figuras de acción de He-Man, Thundercats y Halcones Galácticos reposan junto a cajas desbordadas de superhéroes actuales, en lo que parece un intento por resolver un enigma intergeneracional. ¿Qué valor tiene lo nuevo frente a lo viejo? ¿Qué queda de nosotros en las cosas que guardamos?
Rodrigo Galván, organizador de Toy’s Satélite, prefiere explicarlo desde lo práctico. “Queríamos un lugar donde convergieran todas las generaciones. No todo es nostalgia; aquí también encuentras lo último en películas, series y videojuegos.
Así logramos que los niños vengan con sus papás y que ambos se lleven algo”. Y ahí está la clave: no es un bazar, es un contrato tácito entre recuerdos y consumo, donde la memoria también tiene su precio.
Al mediodía, el mercado late con su propio ritmo. Padres explican a sus hijos por qué los Thundercats eran lo máximo en su época, mientras adolescentes regatean el precio de figuras de anime o videojuegos. Las mesas son islas de historias, conectadas por un mar de cajas de plástico y envolturas brillantes.
El pasado se despliega en la superficie: juguetes de los ochenta y noventa que sobrevivieron al desdén de las mudanzas, las ventas de garaje y el olvido. Al mismo tiempo, el presente se impone en forma de lanzamientos recientes, frescos como el algoritmo que los promociona.
“No somos solo un mercado de cosas viejas”, aclara uno de los vendedores, mientras acomoda figuras de Marvel junto a un set de Lego recién salido de fábrica. “Aquí hay de todo, porque el coleccionismo no es exclusivo de una época. Hay quienes buscan lo que les faltó en su infancia y quienes solo quieren lo que está de moda”.
La elección de Satélite como sede no es casual. Es una declaración geográfica, un punto de encuentro para quienes están cansados de las largas peregrinaciones al centro de la ciudad.
“Aquí estamos más cerca de la gente que vive al norte. No tienen que cruzar la ciudad para encontrar algo que les gusta”, explica Rodrigo. Y en esa decisión pragmática, el mercado también reconfigura el mapa emocional de Querétaro: el norte ahora tiene su propio epicentro para el intercambio de historias encapsuladas en juguetes.
En este pequeño cosmos, cada vendedor aporta su especialidad. Royer Toy’s, Pandora Toy’s y Axel Toy’s despliegan figuras modernas junto a reliquias de décadas pasadas. Otros, como Marvel Toy’s y Oski Wheels Shop, operan casi como curadores de un museo portátil, donde lo común se vuelve excepcional según el ojo del visitante. Cada mesa es un microcosmos que reinterpreta la relación entre consumo y memoria.
Hacia el final de la tarde, el mercado comienza a disolverse. Los juguetes vuelven a sus cajas, pero la narrativa sigue en pie: el domingo es un ciclo infinito de encuentros y despedidas, de búsquedas y hallazgos.
Toy’s Satélite no es solo un mercado; es un recordatorio de que los juguetes, viejos o nuevos, no son tan inocentes como parecen. Son espejos, símbolos y anclas, que conectan a quienes los sostienen con un tiempo que ya fue o con un futuro que apenas imaginan.