Fotografía: Laura Santos


En la región del Bajío, Querétaro es un punto de confluencia para quienes buscan mucho más que simples objetos coleccionables. Un lugar donde los recuerdos, las historias y los vínculos de la comunidad se entrelazan en un solo espacio: Zeromanía.

Si uno asiste a sus ediciones, no solo estará ante un mercado de figuras, cómics y recuerdos, sino también ante una muestra palpable de lo que significa pertenecer a una hermandad, un colectivo unido por la pasión y la nostalgia.

La historia de Zeromanía comienza, como muchas historias de gran envergadura, de forma modesta. El primer paso fue un encuentro fortuito, el tipo de oportunidad que se da cuando el gusto y la amistad se alinean.

Cuitláhuac Castro, mejor conocido como Furio Garza, junto con su amigo Carlos Valdovino Ochoa, idearon lo que más tarde sería uno de los eventos más representativos del coleccionismo en Querétaro. Ambos compartían la visión de crear algo distinto: un espacio donde los objetos y las personas no fueran solo números de una transacción, sino piezas de una comunidad.

Zeromanía nació en la cochera de la casa de Furio, en la colonia Observatorio. En aquel primer evento, hace diez años, no se podía anticipar lo que estaba por venir. Lo que parecía un simple tianguis de juguetes coleccionables se transformaría en una tradición.

La idea era sencilla: juntar a los coleccionistas, compartir lo que cada uno tenía y disfrutar de un espacio común. La conexión con los asistentes no era solo comercial; se trataba de crear un lugar donde las personas pudieran sentirse parte de algo. Un día, una amistad, el primer paso hacia una comunidad.

Pero lo que parecía una idea efímera comenzó a tener forma. La respuesta del público no se hizo esperar, y Zeromanía pronto necesitó más espacio. El evento pasó de la cochera a un restaurante en la calle Madero, después a la Sagarpa y luego al Centro Educativo Cultural del Estado de Querétaro, el Gómez Morín. Cada mudanza, cada cambio, traía consigo una nueva capa de historia. El evento crecía no solo en número, sino en significado.

Carlos Valdovino, otro de los fundadores, recuerda esos primeros días. Según él, la clave de Zeromanía fue detectar la falta de un espacio común para los coleccionistas en Querétaro. En ese entonces, la gente se veía limitada a comprar y vender en tiendas, donde el contacto personal era mínimo.

Sin embargo, en Zeromanía todo cambiaba. Los coleccionistas, antes dispersos, se reunían para intercambiar no solo productos, sino experiencias. Valdovino habla de la hermandad que se generó entre los expositores. Para ellos, no se trataba de competir, sino de convivir y compartir un espacio común.

Las ediciones de Zeromanía fueron ganando terreno. Pasaron los años y el evento evolucionó. En 2020, los organizadores enfrentaron un reto inesperado: la contingencia por la pandemia de Covid-19. Zeromanía, como muchos otros eventos, tuvo que detenerse.

No obstante, lo que podría haber sido un golpe fatal para un evento de esta naturaleza se convirtió en una pausa reflexiva. Cuando las restricciones finalmente se aliviaron, la comunidad que había crecido en torno a Zeromanía se reactivó con fuerza. El regreso fue con más expositores y con una energía renovada. La pandemia no pudo desintegrar lo que, en esencia, no era solo un negocio, sino una red de personas unidas por un sentimiento.

El regreso también trajo consigo un cambio en la dinámica de la venta. Mario Salazar, otro de los expositores, cuenta cómo en un principio las figuras de Star Wars, He-Man y los pósters eran los productos más demandados. Con el tiempo, las colecciones se diversificaron.

La afluencia de personas que llegaron de diferentes partes del país y el mundo trajo consigo una variedad mucho más amplia de productos, desde figuras de acción hasta objetos japoneses, pasando por un sinfín de coleccionables.

Salazar, quien lleva 15 años dedicado a la venta de juguetes y quien se integró posteriormente a Zeromanía, explica cómo su tienda que comenzó en Tamaulipas se adaptó al mercado de Querétaro, que en sus primeros días se encontraba más enfocado en coleccionables clásicos. A medida que el evento creció, los coleccionistas y expositores comenzaron a abrir sus horizontes, lo que permitió una amalgama de productos y una mayor interacción entre los vendedores.

Para Cuitláhuac, el evento tiene un propósito que trasciende lo comercial: se trata de crear un espacio donde las personas puedan dar rienda suelta a su niño interior. Ese «niño interno» al que hace referencia Furio Garza es el que anima a cada persona a recordar, a conectarse con su pasado y a compartir ese legado con otros.

Y es que, en el fondo, Zeromanía no es solo un evento de coleccionistas; es una comunidad que, como todas las grandes comunidades, está construida sobre la idea de pertenecer a algo más grande que uno mismo.

Zeromanía, como una entidad, ha sido testigo de un cambio generacional. El niño que hace diez años soñaba con una figura de acción ahora es un adulto que tiene la posibilidad de adquirirla. Pero lo que no cambia es la conexión humana, el vínculo entre los que se sienten parte de algo más grande. Esta, quizás, sea la razón por la que Zeromanía sigue creciendo: no se trata solo de comprar o vender. Se trata de la relación, de la conexión, de la hermandad.

Hoy, con más de 60 expositores, Zeromanía ha logrado lo que muchos eventos de esta índole no logran: mantenerse fiel a su propósito original mientras evoluciona y se adapta a los tiempos modernos.

La comunidad que una vez comenzó en una cochera ha crecido, se ha fortalecido y ahora se extiende a través de toda la ciudad. Y lo mejor de todo es que, a pesar del éxito, sigue siendo, ante todo, una comunidad, un espacio donde el comercio no está por encima de la amistad ni la conexión humana.

Así, Zeromanía ha llegado a ser, en muchos sentidos, el símbolo de una generación que ha aprendido a valorar no solo lo material, sino también los vínculos que se tejen en torno a las experiencias compartidas.

David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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