Fotografía: David Álvarez
Para Olivia Teroba, la autobiografía ha sido un género que le ha permitido dar cuenta de los aspectos que permean en su escritura, de los temas que no le son ajenos a una generación desencantada con las promesas de la meritocracia y que padece de la consolidación de las políticas de la explotación de las vidas: el dinero, siempre es el dinero.
En su última obra, «Dinero y escritura», la autora navega por las contradicciones internas que implica el ser una mujer feminista, con formación en la teoría y con todos los conflictos que no necesariamente reconocemos en lo práctico. El autosabotaje o el síndrome de la impostora impulsan una autoexigencia que hace pesada la existencia de la creación, en este caso, literaria.
De acuerdo con Teroba, la manera en la que le hace frente a este desafío es, precisamente, a través de la escritura, puesto que independientemente de la terapia profesional para procurar salud mental, el materializar estos cuestionamientos propios ayuda a desacralizar la escritura y dejarla de pensar como un arte elevado del que una escritora puede creerse indigna y, más bien, reconocerlo como el hecho material y mundano que es.
«Hay muchos aspectos que colindan ahí y uno de ellos también es pensar la escritura como un acto muy elevado o muy fuera de la realidad, que tiene un valor especial por no ser parte de una actividad cotidiana. A mí me interesa más pensarlo como algo que es muy cercano y algo que me nutre día a día, y que a veces va a resultar y a veces no. Entonces justo ponerlo por escrito para mí es ir creando ese espacio dentro de la escritura».
Abordar la cotidianidad, las contrariedades de los afectos familiares y las construcciones de las propias personalidades en torno a eso es precisamente el enfoque que el conjunto de ensayos que conforman «Dinero y escritura» ofrece.
Además del contexto (que también responde a las lógicas del mercado) en el que hay muchas más mujeres escribiendo y siendo publicadas, en comparación con el siglo pasado, para Olivia Teroba hay chispazos de disrupción en la práctica de la lectura con la proliferación de los clubes en los que un hábito que fácilmente pudiera darse de manera aislada, en solitario, se convierte en un hecho colectivo en el que la compañía es la protagonista.
La lectura en grupo que sucede en los clubes de lectura hace frente a la tramposa moda que busca publicar mujeres según las demandas del mercado y respondiendo a determinados temas de actualidad. Para Olivia, la cautela debe prevalecer, puesto que la escritura no debe estar sujeta a demandas como esta, que bien pueden resultar efímeras.
“Hay un interés del mercado en publicar más escritoras, como pensando en seguir cierta moda y ahí creo que hay que ser más cuidadosas, porque en realidad todas las modas pasan. No estamos seguras de que el mercado siempre vaya a ponernos tanta atención. Desde hace mucho tiempo hay mujeres que escriben y que escriben muy bien”.
Respecto a la oferta de literatura hecha por mujeres, la autora señaló las colecciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de la Dirección General de Publicaciones, como Vindictas, en las que se recupera la obra de escritoras que habían permanecido a la sombra durante años y que ahora se pueden leer.
“Como lectoras tenemos que ser muy conscientes de cómo leemos, de qué forma, qué contenido, para que no vuelva a caer en el olvido, y termine siendo una moda pasajera como todas las modas que ha retomado el mercado y después la cambia por el control”.
Esa consciencia de la que habla la autora puede ayudar también a cuestionar las normas y las expectativas de la escritura hoy, puesto que se ha comprobado que las conclusiones categóricas sobre el deber ser se desmoronan y se reinventan desde siempre; ejemplo de ello es Borges como autor, que usaba cantidades a granel de adjetivos, aún cuando el canon indicó por mucho tiempo que no era lo correcto.
“Es importante saber que no hay reglas al respecto y yo hablo de esto respecto al privilegio, porque creo que esta conciencia de clase no se tiene que confundir con una autocensura o con un pedir disculpas mientras se escribe, que es algo que he notado muchísimo. Creo que es algo muy cristiano que nos tenemos que sacar de encima”.
Justo el reconocimiento del poder escribir como un privilegio, más allá de representar una autoflagelación sobre la qué disculparse, puede abrir posibilidades creativas no reconocidas en las que también se pueden encontrar maneras de resistir y hacerle frente a las condiciones materiales. Inclusive, desde el derecho al ocio, pensado como la necesidad de pausa o como la actividad fuera de las lógicas de producción en donde se comparten espacios con otras personas, como con las amistades.
“En la idea del ocio es bueno pensar en lo que va más allá de su finalidad; hacer cosas como sembrar un árbol o platicar con tu abuela puede ser súper nutritivo. Es una manera de ocio, pero también es algo que te ayuda a mantener el equilibrio, que es importante, cuando estás dedicándote a una actividad artística”.
La autora considera que la lectura se puede expandir de muchas formas y una de ellas es a través de la exploración de otros formatos, como los audiolibros, que acompañan desde otro sentido a la imaginación y al contar historias.
Respecto a los espacios donde se gesta la literatura, Olivia Teroba señaló que se tiene muy internalizada la idea de la escritura del siglo XX, en donde los hombres, principalmente, eran los protagonistas. Todo giraba en torno a un ambiente bohemio en el que típicamente se escribía en contextos de élite, se viajaba a Europa y había instituciones muy asentadas que lo permitían y lo legitimaban. Hoy, cuando todo eso se ha diluido y las escrituras desde las periferias, desde las plumas de mujeres proliferan con y en contra del mercado voraz, es necesario reconocer las capacidades creativas de escritoras y comunidades lectoras para construir nuevos espacios.