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Coyote con india, chamizo

Querétaro presume a Israel mientras Gaza arde


En esta era de globalidad de provincia, donde los gobernadores aprendieron rápido que hacer relaciones internacionales era sinónimo de posar para la foto con diplomáticos y estampar la firma en documentos que más parecen contratos de ficción, Querétaro apostó por Israel como socio estratégico.

No al Israel de los kibutz, del cine de Amos Gitai o del hebreo que suena a poesía antigua; no. Al Israel blindado, tecnológico, vigilante y vigilado. Al Israel que exporta ciberseguridad y cosecha impunidad. Al que perfecciona drones mientras Gaza arde. Ese.

Querétaro descubrió en Israel no un modelo a debatir, sino un espejo donde mirarse con ilusión de potencia. El gobernador Mauricio Kuri estampó su firma en un Memorándum de Entendimiento con la embajada israelí. ¿El contenido? Un menú de modernidades: agricultura, agua, planificación urbana y, por supuesto, seguridad y tecnología. Es decir, el Evangelio según Tel Aviv.

En la tierra donde se presume que el agua nunca falta (hasta que se interrumpe el Acueducto II), firmar convenios con una potencia hídrica y militar suena a eficiencia. Pero en realidad, la postal no revela otra cosa que el fetichismo del primer mundo aplicado al provincialismo ejecutivo.

Porque además, Querétaro ahora tiene una calle que se llama “Estado de Israel”. Un gesto simbólico donde el simbolismo se convierte en asfalto. Y como todo en la política contemporánea, se devela con placa, se bautiza con aplauso, y se abandona con prisa. A nadie le importó que esa calle esté en una colonia de urbanismo genérico, lejos de la memoria y más cerca de la zonificación. Lo importante era el acto, no el acto de pensar.

La Universidad Autónoma de Querétaro tampoco se quiso quedar atrás. En un intento de globalización académica, firmó un convenio con ILAN (Israel Innovation Network), para que sus estudiantes participen en premios de innovación. Porque la vanguardia ahora entra por la aduana de la tecnología y se celebra con hashtags de Silicon Wadi. Nadie niega la necesidad de innovación. Lo inquietante es la ausencia de contexto, de crítica, de preguntas sobre de dónde viene ese conocimiento y a qué estructuras responde.

Pero la realidad insiste. Y afuera de las oficinas donde se firman los acuerdos, en las calles sin nombre y en los auditorios sin presupuesto, las y los estudiantes, las y los colectivos de derechos humanos, personas migrantes, los pueblos desplazados y quienes no caben en la narrativa oficial, alzan la voz. No con hologramas ni con convenios, sino con rabia y dignidad.

El problema no es que se hable de Israel. El problema es que se calle todo lo demás. Que se aplauda la vigilancia pero se ignore la represión. Que se admiren los sistemas inteligentes pero se olviden los cuerpos bajo los escombros.

Por David Álvarez

Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás. Estudia la maestría en Derechos Humanos y Políticas Públicas.

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