Fotografía: Laura Santos


El periodismo independiente no nació para complacer. Nació, más bien, del hartazgo. De la necesidad de mirar lo que los boletines omiten, de escuchar a quienes no son invitados a las ruedas de prensa, de preguntar lo que incomoda. Hoy, mientras Proyecto Saltapatrás cumple cinco años, pienso que esa terquedad (la de no callar, la de insistir en la dignidad como brújula) sigue siendo la única forma honesta de estar en esta profesión.

Cinco años no son mucho, pero en este país pueden sentirse como una eternidad. México es un lugar donde los periodistas se enfrentan al silencio impuesto por el miedo o la indiferencia; donde el oficio de contar se convierte, con frecuencia, en un acto de resistencia. En ese contexto, sostener un proyecto independiente es casi un milagro laico. Pero también es una forma de decir: aquí seguimos, aunque no haya presupuesto, aunque la pauta publicitaria nunca llegue, aunque la neutralidad siga siendo el disfraz favorito del poder.

El periodismo crítico (ese que incomoda porque pregunta quién gana y quién pierde con cada decisión) se ha vuelto un espacio de memoria y de contradicción. Porque sí, también nos equivocamos, también cargamos nuestras torpezas. Pero a diferencia de los discursos oficiales, no pretendemos borrar nuestras fallas; las mostramos, las pensamos, las corregimos en público. Esa es, quizá, la mayor diferencia entre informar y adoctrinar: la voluntad de dudar.

Durante estos cinco años hemos aprendido que no basta con denunciar. Hay que entender, hay que contextualizar, hay que conectar el dato con la vida. La perspectiva de derechos humanos no es una moda académica: es el recordatorio de que detrás de cada cifra hay cuerpos, historias, ausencias. Es la manera más clara de decir que el periodismo no se hace desde el púlpito, sino desde el suelo.

Hacer periodismo independiente en Querétaro (y en cualquier parte del país) significa enfrentarse al desdén institucional, a los abrazos condicionados, a la simulación del “todo va bien”. Pero también significa encontrar a la gente que sostiene el oficio desde la solidaridad: quien comparte una historia, quien abre su casa, quien manda un mensaje para decir “los leo”. Esas pequeñas cosas son las que mantienen encendida la chispa cuando la burocracia o el algoritmo intentan apagarla.

Monsiváis decía que “la crítica es la forma más alta de la esperanza”. Y quizás eso resume estos cinco años: una esperanza terca, modesta, pero constante. Seguir escribiendo, seguir mirando, seguir dudando. Porque en tiempos donde el ruido se confunde con la información y la propaganda se disfraza de objetividad, el silencio es complicidad.

Así que sí: cumplimos cinco años. Pero no celebramos sólo la permanencia; celebramos la posibilidad de seguir contando sin pedir permiso. De seguir creyendo que el periodismo, cuando se hace con cuidado y con rabia justa, sigue siendo un acto de amor al prójimo.

Cinco años después, seguimos saltando (y contando) para no ceder.

David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás. Estudia la maestría en Derechos Humanos y Políticas Públicas.

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