Por: Luis Ar Osorno


Hace un par de años me paseaba por la FIL de Guadalajara. Era mi primer visita y, más allá del barullo que hay a su alrededor, me sentía algo harto de la sensación de estar embodegado en algo que se parecía poco a la literatura y mucho a cualquier«Expo tu boda»—aunque algunos escritores se paseen por los pasillos; un desfile que parece más relaciones públicas y mercancía pedestre que oportunidad para conversar—. Busqué en el programa algo que me sacara de ese letargo y de la curiosa sensación de mirar por horas libros que no podría comprar —a los días llegarían a mí las historias de amigxs que decían que la FIL es el paraíso para «expropiar» libros—. 

La editorial española Pepitas de Calabaza presentaría un libro, «Diarios sin motocicleta», de un Canek Sánchez Guevara. Caminé, errabundo, hacia la sala donde sería la presentación. No sabía nada del libro ni del autor; me quedaba clara la referencia, eso sí, a los Diarios con motocicleta, pero más bien fui porque había escuchado cosas sobre esa editorial que luego no supe si son invento de la memoria o no: si eran un colectivo anarquista que derivó en editorial —tal vez los confundía con Traficantes de Sueños, tal vez ni uno ni otro—. Eso me parecía motivo suficiente para encaminarme, pues andaba en ese entonces tras la pista de encontrar maneras de pensar el sustento lejos de la carrera de becas, la vida «godín» o de plano el desempleo.

Me parecía, en ese ingenuo entonces, que el mundo editorial era una linda trinchera para evitarse, de modo airoso, el desempleo —aunque, ciertamente, la FIL no era el mejor lugar para pensarlo, pues, como dije, la bodega parecía más un campo de la mercadotecnia—.

Fui, me senté en la tercera fila y esperé. Llegó un tipo alto, pelón, de ojos tristes. Luego el periodista Rogelio Villareal. Después la traductora y editora francesa, Anne Marié. También estaba Jesús Anaya, editor. En la mesa el letrero, solitario, de Canek Sánchez Guevara. ¿Es un invento de mi memoria o en efecto estaba ahí el letrero esperando a quien no llegaba?

Y en efecto, Canek no llegaba y Alberto Sánchez —el tipo corpulento, de hombros caídos— comenzó a hablar. Y entonces todo fue quedando claro: Canek no llegaría. Falleció a los cuarenta años, en enero del 2015. Y Canek fue «El Nieto», como seguramente detestó ser reconocido, de Ernesto Guevara de la Serna; hijo, pues, de Hilda Guevara. Alberto Sánchez es su padre; habla de él con enorme ternura y nostalgia. 

De a poco se van desenvolviendo las cosas: no solo nieto del Che Guevara; su padre, Alberto, fue un guerrillero en los setenta en el norte del país que formó parte de la «Liga Comunista 23 de septiembre» —el 8 de noviembre de 1972 secuestraron un avión pidiendo la liberación de presos políticos, lo cual consiguieron y luego volaron a Cuba, donde Alberto conoció a Hilda—.

Así, Canek crece en una Cuba de Fidel, pero pronto sus padres tuvieron discrepancias con el régimen fidelista y estuvieron de país en país. «Pre-anarquista», en sus palabras, y desde entonces más interesado en el rock, el punk, Kafka, los ocios y el software que en la revolución cubana. Adeptos al legado revolucionario le recriminaban de cuando en cuando que era un mal nieto del Che.

En esa vida errante se fue formando Canek, quien más tarde diría de sí mismo: «¿Qué puedo decir? Solo soy un egoísta que aspira a ser un hombre libre. Un egoísta que sabe que el Egoísmo nos pertenece a todos y que este ha se ser solidario si se quiere pleno… ¿profesionalmente? Soy un vagabundo profesional, observador internacional, antropólogo urbano, filósofo de súper mercado, cronista de lo que carece de interés, escritor de nada en concreto»[1].

Hay libros, pocos, que son como amigxs. Uno, sin certeza de nada, siente una repentina afinidad —anímica, intelectual, pero, sobre todo, de eso que llaman estilo, que no es una formalidad, sino justo el punto entre lo anímico y lo intelectual— con los modos en que discurre el pensamiento del otro. Hay modos que invitan y modos que repelan.

«Tendríamos que pensar mejor lo decisivo que es eso en un pensamiento, la tonalidad afectiva»[2] dice un filósofo brasileño, Peter Pál Pelbart, sobre su afinidad con Gilles Deleuze. Algo así percibí que pasaba mientras caminaba por las palabras del Diario.

Deambulaciones circulares, pedazos de diario, argumentos desordenados que apuntan al ensayo; formas de ganarse unos centavos escribiendo una columna para el diario Milenio,en donde de paso dejaba rastro de su cuerpo, de sus tristezas, de las soledades; de la pesadez de encontrarse con turistas, de su vida de aquí para allá, sin nada en concreto. «Diarios sin motocicleta» es el primero de cuatro libros que saldrían en la misma editorial —es incierto si suceda— donde se reúnen sus columnas de Milenio que hablan sobre eso: una vida, un pensamiento, errante. 

¿A quién le importaría leer casi trescientas hojas de nada en concreto? Una cartografía anímica, el ensayo es ese paseo de solitarios que buscan quién sabe qué. A la nada en concreto le cabe de todo: hackers, dealers, apologías del ocio, la tristeza de cumplir años, debates aferrados sobre filosofía política y vida práctica, y un largo etcétera.

«¿Qué son estos bosquejos que aquí trazo, sino figuras caprichosas y cuerpos deformes compuestos de miembros diversos, sin otro orden ni proporción que el acaso?»[3] cita Canek a Michel de Montaigne. Sabedor de la tradición del ocio y el ensayo, estos textos son testimonios del modo de vivir de un cuerpo —las deudas, los amoríos, el trabajo, los extraños que no nos sonríen en la calle—, y para el lector, si se siente convidado al paseo, es compartir el peso de las preguntas, angustias, claridades y alegrías del pensamiento que se carga del cuerpo.

Con diario y sin Canek, a la distancia de esos días, sin grandes esperanzas en las editoriales, pero sí en los cruces entre la vida y la escritura, retomo ocasionalmente el libro para cuando es importante recordar que siempre hay por ahí otros cuerpos silvestres que se resisten y mezclan, así sea triste y penosamente, o plena y gozada, su vida y su pensamiento. 


[1] Canek Sánchez Guevara, Diario sin motocicleta, España, 2016, p. 23. 

[2] Entrevista a Peter Pál Pelbart: “Una crisis de sentido es la condición necesaria para que algo nuevo aparezca”. Recuperada en http://blogs.publico.es/fueradelugar/124/una-crisis-de-sentido-es-la-condicion-necesaria.

[3] Canek Sánchez Guevara, Diario sin motocicleta, España, 2016, p. 175.


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