Fotografía: Laura Santos


Danielle AKA Madame Guzter. Ella, de acuerdo con el pronombre que eligió; tiene 24 años, es originaria de la ciudad de Querétaro y, en sus propias palabras, es Leo, voguera, travesti, bruja, estudiante internacionalista, tarotista, poeta y modelo. Se fue a algún lugar de su subconsciente y regresó unos segundos después para agregar: “a veces no sé qué soy, pero eso es lo que he descubierto de mí”.

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Conduje a la dirección de Madame con el sol del principio del ocaso. Al confirmar que había llegado al pórtico del número señalado, timbro. Desde la ventana de un segundo piso una voz muy dulce se dirige a mí. -Hola, Laura, dame un momento para terminar de alistarme y te abro-. -Claro, descuida, no hay prisa. Alcancé a divisar sus rasgos, su perfil envuelto en una tez morena clara, pómulos altos y marcados, ojos amplios como los de Nefertiti bordeados por cejas boscosas, pero bien definidas.

Tras unos minutos de espera, como una aparición, una figura esbelta, larga y suntuosa, en un vestido negro entallado que le sienta fenomenal, atraviesa la puerta principal escoltada por unos perritos: Sally, Cindy, Coffee, Lola y Yin. Solo le faltaba levitar. Se encamina al vestíbulo, sostenido unos guantes negros largos y translucidos, “pensé en usar estos para complementar el outfit”, me dice mientras me abre y sus perritos saltan y se paran sobre sus patas traseras para saludarme. -Están aún un poco húmedos, pero me gustan mucho como se ven con este vestido-. -Están geniales-, repongo. Yo nunca había visto unos guantes así más que en televisión o revistas de moda, me transportan a mi obsesión adolescente con Brigitte Bardot y Anne Hathaway en El diario de la princesa.

Ya en su sala, lo primero que hago es preguntarle con toda la pena que me cupo en el cuerpo cómo se pronuncia su nombre. – “Daniel: se escribe con doble l, pero se pronuncia Daniel”-. La veo calzarse unos tacones negros abiertos de pulsera, y me cuenta emocionada que llevan meses reparando las calles colindantes a su casa, que podemos usar la zona en obras, pero, sobre todo, la maquinaria como escenografía para hacer la sesión de fotos que ilustran este texto; algo con lo que ha fantaseado desde que comenzaron a operar el sitio de construcción. “La hora nos ha venido genial porque ya no hay trabajadores que puedan decirnos algo”, sentencia.

Este último comentario me retumba como un eco agudo en la cabeza. Procedo a diseccionarlo rápidamente en tanto asiento y le devuelvo una sonrisa. Habla de las dos, no solamente de ella. Entonces entiendo a qué se refiere: estamos en un país que odia a las mujeres, mujeres cis, trans; no importa la categorización, nos odian igual. Hasta el año pasado, México ocupaba el segundo sitio con más asesinatos de personas trans en el mundo después de Brasil. De manera análoga, la Organización de las Naciones Unidas nos ubica dentro de los diez países que más matan a sus mujeres en Latinoamérica. Los crímenes de odio y la violencia de género son actos atroces que no se reflejan fielmente en las estadísticas institucionales; que suelen evitarse en los titulares de los medios de comunicación masiva, pero que lamentablemente acontecen y arrebatan vidas. Vidas a las que incluso en la muerte se les borra.

“Ser travesti no significa quitarles su lugar a las mujeres porque por un lado celebramos esta feminidad y la libertad a través del cuerpo, de la diversidad de cuerpos y, en la cultura Ballroom a la que pertenezco, se celebran valores transfeministas que incluyen, abrazan y celebran a todas las identidades femeninas”.

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“La infancia y las travestis son incompatibles” aparece en algún lugar de Las malas, novela de la escritora Camila Sosa Villalba. Danielle, mientras elabora una cronología de su niñez, sostiene una mirada fortalecida e incólume. Me cuenta lo arduo que fue desde pequeña el hecho de querer explorar su feminidad. Se le prohibieron actitudes y comportamientos porque eran leídos como femeninos; por ejemplo, se le obligó a comunicarse de cierta manera sin ser demasiado expresiva; debía reprimir sus emociones, cumplir con los mandatos de masculinidad ante su familia y los espacios que ocupaba, pero, aun tratando de seguir ese juego, esas normas de género, recibió bullying en la escuela primaria y secundaria, tanto de compañeros como de maestros.

“Fue muy complicado por justamente no saber ni siquiera cómo nombrar las cosas, estar expuesta a una sociedad, a una familia con raíces y vertientes muy aferradas al fanatismo religioso, al catolicismo y a todas estas ideologías conservadoras que no les dan la bienvenida a las identidades diversas”. La historia de Danielle no es atípica en un país como el nuestro, donde diariamente a las personas LGBTIQ+ se les restringe el acceso, no solo a los derechos fundamentales, como a la salud, educación, trabajo, sino también a vivir, desarrollar y gozar su propia personalidad. Es como dice la Novia sirena, Lia García: “las personas trans todo el tiempo tenemos que negociar: en la casa, con los amores, los espacios que visitamos, con nuestros amigos, la ciudad misma. Siempre estamos negociando”.

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Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Danielle. Ella estaba bailando junto con otras personas en el patio de una casona del centro de Querétaro. Quedé estupefacta ante su dominio corporal, su elasticidad, la resistencia de su sistema anaeróbico para sostener tres canciones consecutivas sin dejar de moverse, su sensualidad, su seguridad. Me maravillaba cómo ese grupo de personas lograba alterar la atmósfera, cómo te inducían las ganas de vivir, de sentir la música y despojarte de cualquier inhibición; al tiempo que te hipnotizaban con el movimiento de sus manos, piernas, cadera. Se trataba de ser; dejarte ser. Meses más tarde, por un largometraje que vi de casualidad, Paris is burning, supe que eso que bailaban tenía un nombre: Ballroom.

El Ballroom, me explica Danielle, son eventos a los que también se les conoce como Balls (desfiles), en los que se hace pasarela o catwalk, y baile; hay un panel de jueces que son personas ya reconocidas en diferentes escenas, las cuales se encargan de calificar a los participantes. “Se vive la fantasía de caminar algo, de vestir una prenda, de mostrar tus habilidades en el cuerpo”, detalla. Me señala también que en estos eventos puedes encontrarte presentes a un sinnúmero de identidades, así como muchas categorías en las cuales incursionar, algunas de estas son: Butch Queen, Femme Queen, Pasarela, Face, Body, Vogue Fem, Sex Siren, esta última hecha para elogiar tus recursos eróticos, tu sensualidad, y hay muchas otras.

¿Cómo surgieron los Balls o Ballroom? ¿Quién y dónde lo inventó? Entre más preguntas me hacía, más respuestas me llevaban a la misma dirección: la historia del Ballroom es la historia de las personas negras y la pugna por los derechos de la comunidad LGBTIQ+, en Estados Unidos de Norteamérica.

Para ilustrar mejor, en los años previos a la Guerra Civil de este país, los esclavistas inventaron un espectáculo en el que usaban a las personas negras para entretenerse; lo denominaron Cakewalk. Podríamos decir que es un tipo de baile en el que los dueños de las plantaciones fungían como jueces, y premiaban con pasteles, de ahí el nombre ‘cake’, al negro que actuaba mejor como blanco.

Dichos entretenimientos se popularizaron dentro de los estados sureños, pero prontamente se extendieron hasta llegar a celebrarse en el mismísimo Madison Square Garden, en Nueva York. Sin embargo, el vínculo entre los cakewalks y los Ballrooms, como los conocemos hoy, surge con un nombre: William Dorsey Swann. William fue contemporáneo a la declaración de la abolición de la esclavitud, pese a haber nacido bajo el sistema esclavista, y fue la primera persona negra de la que se tenga registro en identificarse a sí mismo como Drag Queen.

Swann realizaba Ballrroms o dragballs donde los asistentes compartían su misma historia: gente en busca de un espacio en el cual pudieran travestirse y disfrutar de su sexualidad. Incorporaron el Cakewalk, pero ya no para entretener a los amos blancos, no más un ejercicio de poder y humillación del otro, sino reivindicación y regocijo entre iguales; para divertirse, para ser admirados. Estos eventos causaron en repetidas ocasiones arrestos para William por alterar el orden público con actos inmorales. Se despreciaba la existencia negra y con más ahínco a los negros que se travestían. Pero él siempre alzó la voz para oponerse a esos señalamientos y prohibiciones. De ahí que se le reconozca como pionero en la defensa de los derechos de las personas LGBTIQ+.

Posteriormente, con el Renacimiento de Harlem en los años veinte, caracterizado por el crecimiento exponencial de las artes y las expresiones culturales, se generó un ambiente ideal para los Dragballs, los cuales “fueron los más fortalecidos y fuertes de todos los perfomances de Harlem de la década”, tal y como los describió el activista y escritor Langston Hughes, quién también consideraba que eran espectáculos de color. “Harlem estaba en el Vouge y el negro estaba en el Vouge”, escribió.

Vouge como categoría del Ballroom se debe a la afamada revista del mismo nombre, que comenzó su circulación en 1892. La diversidad sexual de Harlem se rebeló frente a las imágenes paradigmáticas de lo bello, lo deseable, lo digno de fotografiarse, televisarse, de mostrarse en una pasarela o una revista como esa. Fue así como pasamos del Cakewalk al Catwalk: una pasarela de apropiación, de exaltación y dignificación de la existencia negra, latina, gay y travesti, principalmente.

No obstante, con la boga de los Ballrooms en Harlem, las personas blancas comenzaron a aparecer y a exigir ganarlos. Reclamaban dichas distinciones porque la mente colonizadora no cambió con la declaración de proscripción de la esclavitud. Aquí surge otro nombre clave: Marcel Christian LaBeija, esta última organizó en 1962 el primer ballroom exclusivo para Drag Queens negras. Y se convirtió en madre fundadora de la Casa LaBeija.

A partir de los sesenta comenzó una efervescencia nunca antes vista en la cultura Ballroom, ya que se nutría del espíritu político de la época, de movimientos sociales como el de los derechos civiles y políticos de la población negra en Estados Unidos; el movimiento contra la maldita guerra de Vietnam y la irrupción de Stonewall, donde lesbianas, gays, personas transgero, transexuales, travestis, Drag Queens, seropositivos, jóvenes afrodescendientes y latinos que eran criminalizados y rechazos por su orientación sexual y/o identidad de género decidieron tomar el espacio público, encararon al gobierno en turno y a la sociedad homofóbica, xenofóbica y transfóbica para defender sus derechos.

Para los noventa, cuando esta cultura ya se había sofisticado y desarrollado en cuanto a una estética y normas más claras, ocurrieron acontecimientos que posibilitaron visibilizarla y ayudar a su propagación en todo el mundo. El documental Paris is burning y la canción Vouge de Madonna, que se convirtió en hit incuestionable, son solo algunos ejemplos. Aunque también hay casos de apropiación cultural indebida, como numerosos activistas han señalado respecto de la serie Pose u otros artistas, cuyo único interés es venderse a sí mismos como producto de entretenimiento de masas.

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Madame recibió una invitación para pertenecer a una de las casas pioneras en México en introducir y celebrar esta cultura que es House of Apocalistick. “Llevo ya tres años en la casa, durante todo este tiempo he conocido su filosofía; cómo está dividida, qué lugar tienen las madres fundadoras, las pioneras, y las hermanas mayores”.

La organización en casas, con madres o padres al cuidado de estas, hace sentido cuando uno tiene presente que a las personas de la comunidad LGBTIQ+ muchas veces se les marginaliza y rechaza por su propia familia, e inclusive, hasta no hace mucho, había leyes que les consideraban ilegales; el crimen: ser pervertidos sexuales. Así, aquellas viviendas donde regularmente se realizaban Ballrooms se establecieron como “casas” y “familias”, y se convirtieron en un mecanismo de sobrevivencia, un nuevo clan, uno que sí te acepta, te cuida y se siente orgulloso de ti y lo que eres.

Para Madame el Ballroom también es eso: un salvoconducto del odio del mundo. Relata que se acercó a esta práctica porque se sentía segura y cómoda. “Es un espacio donde podía expresarme libremente, mover mi cadera, donde yo podía agitar mis manos como yo quisiera y la gente no me iba a ver raro. Es un espacio pensado para desarrollarse, para tener otras habilidades, para explorar tus propios talentos”.

Me explica que se formó un AKA, es decir, un sobrenombre dentro del Ballroom, con el que se ha mantenido hasta la fecha: Madame. Desde su llegada a House of Apocalistick se le ha reconocido su talento en la escena nacional y en diferentes casas: “hay personas que han visto eso en mí, mi esfuerzo, mi trayectoria y por las cuales ahora me llaman a participar o me invitan al jueceo”.

Considera que no solo se trata de ejecutar una destreza, un baile, sino también un lugar para construir lazos, amistad, reafirmar la identidad y la autoestima, es un espacio en el que se recibe con los brazos abiertos, donde “se da la libertad para posar, caminar, bailar, cantar entre muchas otras actividades que son muy enriquecedoras para todas las edades y todos los géneros”.

Habría que decir también que la comunidad Ballroom en Querétaro, Queeretara, se encuentra muy activa y en crecimiento. En la actualidad, se ha centrado en las prácticas en espacios como la CCC o el Centro de Arte Emergente que está atrás del Centro Cultural Manuel Gómez Morín. Madame resalta la importancia de generar vínculos con otras personas que forman parte de la comunidad LGTBQT, personas que tienen sus propios colectivos. Cuando le pregunto por organizaciones aliadas sin chistar responde: “yo pienso mucho en Ternura Queer quienes hacen actividades literarias principalmente: se reúnen a leer, a escribir a hacer micrófono abierto, a hacer collage. Y veo otros colectivos que han estado ahí desde un activismo más sólido como lo es el Comité Transbimarikalencha Qro, que se enfocan en actividades desde acompañamiento, hasta conversatorios, proyección de películas y documentales”.

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Danielle tiene mucha claridad sobre su futuro en la escena. Se ve a sí misma desarrollando estos performances, propuestas escénicas, vestimentas, estilos y modas en plataformas donde pueda hacerlo con la seguridad que las personas van a apreciarlo, celebrarlo y respetar, por supuesto. “Me veo explorando todavía estos aspectos porque realmente nunca se termina de conocer algo. Quiero dejar huella para que otras personas puedan ver el paso de algo que en algún momento yo haga y quede atrás y me convierta en una ancestra como ya muchas lo han hecho en otras generaciones”.

Antes de despedirme, me cuenta que todo esto es una experiencia que concreta eso que siempre quiso gozar desde su infancia: su feminidad. Goce que le fue arrebatado por el tipo de genitales con los que nació. “Esta celebración es sana, es educativa y te enseña disciplina porque también hay que practicar, hay que producirse, hay que maquillarse; y es fructífera y enriquecedora: es un lugar donde se reúne el arte, la cultura para las personas que así han decido hacerlo”.

Danielle AKA Madame Guzter se ha convertido en una persona talentosa, valiente, resiliente. El no ser aceptada por otras personas ajenas a su experiencia, le ha permitido abrazarse a sí misma y darse una oportunidad de seguir adelante. Intenta que sus yo del pasado y la niña que fue puedan verla ahora y se den cuenta que hicieron lo mejor que pudieron para sobresalir y seguir adelante.

Laura Santos
lausantos012@gmail.com
Afromexicana, abogada feminista, docente, integrante del Colectivo de Litigio Estrátegico e Investigación en Derechos Humanos, A. C.

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