Ciclista 1 bufa con las manos apretadas encima del manubrio. Su respiración tambalea y se atraganta en la primera de una serie de cuatro rampas, retorcido ascenso a Ojo Zarco, un monte en el que se cuenta que se apareció un Cristo compuesto de tres mazorcas. Ciclista 1 pedalea con una cadencia dolorosa: reinterpretación deportiva del mito de Sísifo. A sus espaldas crece un rumor mecánico, voces, el viento de la montaña alterado por una invasión. Un grupo de diez ciclistas uniformados de color rojo avanza sin misericordia y termina por devorar a Ciclista 1. El grupo es variopinto, pero destaca una mezcla de jovialidad y musculatura. Ciclista 1 se entrega y se retira de la disputa con notable tranquilidad. Ciclista 3 pasa a su lado, suerte de relevo, prepara un ataque sorpresa al grupo de rojos que asciende desordenado, detrás de él, a un ritmo parecido. Ciclista 2 da un trago a su botella de agua y se prepara para la siguiente rampa, la más exigente del recorrido. Ciclista 3 tiene al grupo de rojos a tiro y trata de esconder un cansancio que se le nota en la mirada y en el pedaleo. Mira atrás y ve a Ciclista 2 atento, entregado a la persecución. Uno de los rojos se queda sin combustible y empieza a perder metros: es momento. Ciclista 3 atraviesa el grupo de rojos, que tarda en reaccionar. Toma al menos treinta segundos de ventaja y se coloca al frente. Hace daño y el grupo de rojos se rompe. Ciclista 3 mira atrás y ve a sus rivales retorciéndose en la bicicleta. Su compañero se queda con ellos. La subida se hace dura y el ciclista piensa que su movimiento fue apresurado.
Cada 31 de diciembre, los peregrinos arriban a Ixtla, comunidad perteneciente al municipio de Apaseo el Grande, y entre fritangas, música y flores, se celebra la aparición de Cristo en Ojo Zarco. Ixtla destaca por sus decenas de capillas que, fuera de las creencias particulares de cada persona, son prueba de un espacio de espiritualidad vasta. Ixtla y Ojo Zarco están separados por apenas 3 kilómetros y medio: un ascenso corto, pero exigente que se sube en motocicleta o a pie. Apenas hay vehículos y es común encontrarse con grupos de cinco o siete vacas que observan extrañadas a sus visitantes.
Uno de los rojos pasa a su lado y le arrebata la punta, por lo que Ciclista 3 se desespera y lo persigue con un pedaleo descompuesto. El rojo no se ha dado cuenta que lleva a su oponente detrás y cesa el fuego. Ciclista 3 recupera la punta y se lanza de nueva cuenta, esta vez con menos suerte. Su movimiento es detenido por el rojo, que no se deja sorprender y responde con un cambio de ritmo agresivo. Ciclista 3 no puede hacer más y lo mira irse. Se pregunta quién más viene detrás. ¿Lo devorarán todos? ¿Ciclista 2 detendrá algún movimiento o se habrá quedado enterrado en alguna de las rampas? Queda un kilómetro de camino y la dureza del ascenso no aminora. Uno más de los rojos lo pasa, uno más amistoso, podría decirse, dado que sonríe y levanta el pulgar para celebrar el esfuerzo. Ciclista 3 revienta y se queda sin fuerzas, casi al punto de detenerse por completo. Ciclista 1 espera abajo del monte y se pregunta sobre el destino de sus compañeros. Ciclista 3 mira atrás y ve a un rojo más acercarse, respira profundo para paliar la crisis y hace un cambio de ritmo: no va a entregar la posición. Los dos rojos llegan a meta. Ciclista 3 se deshace en pedaleadas para que su rival no lo alcance. Ya no hay técnica, solo movimientos torpes con las escasas fuerzas restantes. Está cerca. Mira por encima del hombro y, por primera vez, nota debilidad en el rival. Acelera de nuevo, aprieta los dientes, oscila bajo el sol de la montaña, como un péndulo. Cierra los ojos y termina el recorrido. El rojo cruza detrás, molesto y decepcionado. Ciclista 3 baja de la bicicleta, toma agua y espera al resto de corredores. La pregunta que se hizo a media montaña se responde con una imagen heroica: Ciclista 2 llega en quinto lugar, con siete rojos detrás, soldados a su rueda, sin atreverse a intentar un último movimiento. Ciclista 2 pedalea concentrado, firme, un roble en movimiento que contuvo el enjambre de oponentes.
Ciclista 1 es mi hermano mayor, Ciclista 2 es mi padre y Ciclista 3 soy yo. Salimos un sábado por la mañana en que, al menos en mi mente, jugamos a ser un equipo ciclista. Los rojos eran un grupo de adolescentes, al menos quince años menores que yo y cuarenta años menores que mi padre. Fue un buen día. Pasó hace al menos un año y desde ese momento supe que quería escribirlo. Se habla de que la bicicleta es una aventura, pero yo iría más allá, porque es una aventura hecha de muchas aventuras, de embates y alianzas, y a veces, solo a veces, un tercer lugar, sumado a un quinto lugar, en inferioridad numérica, en un monte sagrado, parecen algo así como una cita con el destino donde cada pieza y cada respiración, encuentran su razón de ser.