Pocas ocasiones se ve a la corredora canadiense Alison Jackson en ausencia de su insigne sonrisa; una de ellas fue al quedarse con la victoria de la París-Roubaix, la carrera más difícil de ganar en el mundo. Alison Jackson cruza la meta boquiabierta, con las manos arriba, a la altura del casco, en señal de sorpresa: un festejo inédito al hablar de la París-Roubaix: uno de los monumentos históricos del deporte, el sueño de cualquier ciclista profesional. Alison, la corredora de 34 años, del equipo norteamericano EF-Education First, se tira al suelo, sonríe, se toma la cabeza, se levanta y empieza a bailar frente a las cámaras.

La París-Roubaix, la reina de las clásicas, ha inventado su propia mitología: los destructivos segmentos de adoquín (puntuados de una a cinco estrellas según su dificultad), el abundante kilometraje (una prueba de resistencia, de fundirse los pulmones y las piernas), las regaderas (los equipos se retratan al final de la competencia, bañados en tierra y lodo como testimonio de supervivencia), la llegada al velódromo de Roubaix (media vuelta de preparación frente al público y una última anunciada por una campanada). 

Alison Jackson fue tildada de poco profesional. Su actividad en redes sociales y sus bailes en TikTok, la hicieron presa fácil de una prensa deportiva arcaica y profundamente machista, lo cual no es extraño en un deporte como el ciclismo de carretera (ciento veinte años de la carrera masculina, apenas tres ediciones de la carrera femenil). Se dijo que por ciclistas como ella no se tomaba en serio al ciclismo de mujeres. No se dice de ella que fue dos veces campeona nacional de Canadá y top 5 en más de seis ocasiones. No se dice que ganó la contrarreloj nacional y que es una potente rodadora con una habilidad natural para el sprint. Su nombre en redes es Aliaction Jackson, juego de palabras entre su nombre y la palabra acción: mote adecuado para una persona de sus características.

Se puede ganar una carrera con suerte, se puede ganar con inteligencia, se puede ganar con piernas, pero si se trata de la París-Roubaix, ni siquiera las tres aseguran la victoria. Hablamos de una carrera llena de accidentes, de incidentes mecánicos, de riesgos, de aventura. Tantas posibilidades vuelven impredecibles los resultados. Las favoritas se descartaron una por una: Marianne Vos, la más ganadora. Por un inocente desperfecto mecánico pasó un infernal día persiguiendo al grupo. Lotte Kopecky, la llamada ciclista definitiva, carta principal del mejor equipo del mundo, batallaba cara a cara con el Trek Segafredo, el equipo ganador las dos ediciones pasadas. Ninguna quería gastar de más, para asegurar un buen cierre, lo cual terminó por retirarlas de la conversación.

Alison Jackson participó en una fuga de más de 70 kilómetros. Una fuga en la que, de manera paulatina, todas las competidoras dejaron de colaborar para guardar energías. Alison pedía ayuda, pero ninguna chica se ponía adelante. El grupo de siete ciclistas entró al último kilómetro, al histórico velódromo de Roubaix después de una jornada marcada por caídas multitudinarias. Todas se preparaban para el ataque final, con el riñón puesto en cada pedalada. Hay que subrayar que ninguna de las competidoras restantes aparecía en las quinielas. Lo imposible, de nueva cuenta, se hacía presente en el velódromo de Roubaix. La fatiga pesa en los hombros y llevan todo el día siendo perseguidas. Suena la campanada que marca los últimos 500 metros de la carrera. Para sorpresa de todo el mundo Femke Markus, la última ciclista del SD Works, el equipo femenil más poderoso del mundo, se va al suelo. El final termina en seis ciclistas, que se vigilan, se estudian, aún confundidas por la caída de Markus, el rival a vencer del grupo. El pelotón avanza furioso detrás de ellas, a menos de 10 segundos. Los gritos de la afición se alinean con el pulso de las ciclistas. Ataque final: todas se levantan en su bicicleta. Seis equipos, seis colores. Una se pone adelante, Alison le toma la rueda. Otra las rebasa a ambas. Alison se mueve y la captura. El resto de competidoras acelera. Las ciclistas se alinean hombro a hombro, en búsqueda del camino de un último esfuerzo. Alison cruza primero y levanta las manos.

La ganadora responde a las preguntas llorando. Afirma que le gusta ser parte de la acción, que una carrera como esta solo se gana si evades la mala suerte. Trata de explicar su estrategia mientras se limpia las lágrimas. Sus compañeras la abrazan, también el equipo técnico. Abraza a sus rivales en el podio.

Los analistas deportivos se equivocan en algo: más de uno afirmó que Alison ni en sueños se había imaginado ganar una París-Roubaix. Habría que recordarles que al inicio del día la bicicleta de la canadiense tenía dos cintas pegadas, una de cada lado del manubrio. La primera decía: “No pienses”. La segunda decía “Solo hazlo”. Alison creció en una granja de bisontes, en Alberta, Canadá. “No había ciclistas en mi pueblo”, ha dicho más de una ocasión. El trofeo de la París-Roubaix es un adoquín, bella metáfora de su trazado. Alison afirma sonriente: “Trabajaba cargando piedras y ahora tengo mi propia roca”.

Fernando Jiménez
ferjimdel@gmail.com
Escritor. Psicólogo clínico por la Universidad Autónoma de Querétaro. Autor de "Ensalada Western" (ICA, 2016).

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