Thibaut Pinot pedalea enardecido hacia la última oportunidad de ganar una carrera en su año de despedida. En Francia. En el Tour de France, la guerra más mítica y legendaria en el ciclismo mundial. Es la etapa 20, la penúltima porque la 21 es un paseo y dada su escasa altimetría, no es opción para el ciclista francés. No queda otra bala. Está lejos de los favoritos. Semana a semana la carrera se le atragantó. Pinot va en punta, pero pierde el fuelle a más de una decena de kilómetros de meta. Lo capturan, lo despedazan y lo dejan fuera de combate. Llega en sexto lugar. Las cámaras acompañan a Pogačar, el ciclista maravilla, que gana la etapa tras un sprint calculado y una impecable maniobra de Adam Yates, su escudero. Pinot no es invitado a la fiesta y llega más de medio minuto después, cabizbajo, como suele mirarse los últimos años.

Pinot ganó la etapa ocho del Tour de France del año 2012, pese a que se integró a la carrera casi por accidente, en su primer año en el FDJ, equipo World Tour en el que corrió toda su vida profesional. Marc Madiot, el director del equipo es recordado por su furiosa celebración desde el auto de apoyo. Él, a su vez, un campeón con pocas medallas, festejó a la entonces joven promesa. Pinot terminó dentro del top 10 en su primera participación, siendo el más joven en lograrlo desde 1947. El francés, que de una vez por todas, vendría a reivindicar la historia, parecía haber llegado.

Thibaut Pinot es un ciclista irregular como pocos, días muy malos, días muy buenos. A veces en el top cinco de una gran vuelta, a veces en el lugar 50. Comete errores. Es explosivo, impulsivo como pocos. Un año después de su debut regresó al Tour de France y en la primera etapa de montaña decidió quitarse el auricular, molesto. El dispositivo se atoró en su rueda y requirió apoyo mecánico. El saldo total de la etapa fue una pérdida de más de 6 minutos respecto a Chris Froome. Al día siguiente perdió veinticinco minutos y decidió retirarse de la competencia. Se le acusó de llorón, de temerle a las bajadas. No ganó ninguna carrera ese año.

Thibaut se enferma, se cae, se enfurece, grita, abandona las carreras. Desde muy temprano en su vida profesional, se descubrió que no estaba hecho para las competencias de tres semanas, pese a su podio en el Tour en el año 2014. Pinot se convirtió en un cazador solitario, acusado de mezquino, de desobedecer, de ser mal compañero. Ni siquiera la hermosa victoria que consiguió en el Alpe d’ Huez en 2015 pudo mitigar las críticas, porque se le recuerdan más las derrotas que las victorias. Prueba de ello es la etapa 4 del Tour de los Alpes, donde después de ser derrotado con bastante facilidad por Miguel Ángel López se quebró frente a las cámaras, al borde del llanto, sediento de una victoria tras dos años de sequía. Las imágenes recorrieron el mundo. Al día siguiente ganó, pero a nadie pareció importarle su victoria.

En el 2020 se popularizó una canción que Jaune Mayo le escribió al ciclista francés. El coro dice: “¡Vamos, Thibaut Pinot! ¡Vamos, Pinot! Sobre la bici eres bello, Thibaut”. Hay que decir que Pinot vio a un compañero caer frente a él sobre un barranco. Hay que decir que cuando era muy joven, participó en una carrera en la que se rompió los dos brazos. Hay que decir que Pinot ama las granjas y a los animales, que se retira a hacer miel, a cultivar frutas. Se le recordará descompuesto, mirando hacia atrás, hacia la inevitable derrota. Molesto, cansado de perder. Reventado en la bicicleta. A veces con la lengua afuera. El maillot abierto. No se hablará de sus victorias, pero sí de sus batallas. Se despide un romántico, un apasionado, un ciclista que ganó poco, pero peleó mucho. Un corazón transparente que supo cargar toda la tristeza del mundo.

Fernando Jiménez
ferjimdel@gmail.com
Escritor. Psicólogo clínico por la Universidad Autónoma de Querétaro. Autor de "Ensalada Western" (ICA, 2016).

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