“Coger la escapada es muy difícil, ganar es de artistas”, le responde Esteban Chávez a un periodista que le preguntaba sobre la victoria que se le fue de las manos en los últimos metros. Pello Bilbao ganó la etapa diez del Tour de France, la carrera más mítica, la de los genes más largos. Fue un día particularmente extraño: ataques absurdos, suspicacia justificada, movimientos inesperados y un amasijo de profesionales dando pedaladas sin encontrarle un sentido claro a sus esfuerzos. Se adelantaron los que no debían adelantarse, no se guardaron los que tenían que guardarse. Ciento sesenta y siete kilómetros, una exigente etapa de media montaña con más de cuarenta grados de temperatura. Terreno quebrado, difícil de controlar. Los comentaristas cambiaban su relato cada cinco minutos dado que la situación de carrera, volátil y efervescente, no permitía ninguna proyección coherente. Pello remató un esfuerzo de más de cien kilómetros delante del grupo principal y logró arrebatarle la victoria a sus compañeros de fuga.
Pasaron cuatro años: cien etapas, cien días de carrera para que un ciclista de España, país histórico para el ciclismo internacional, volviera a levantar los brazos en la meta del tour de France. Pello Bilbao terminó con la maldición y los titulares fueron lapidarios: “Gana el ciclista más infravalorado de España”. ¿Por qué se infravalora a Pello Bilbao? “Su pedaleo es sui géneris, por decir algo” apunta el analista Javier Ares en Eurosport. “Pello Bilbao hace diez kilómetros más que sus rivales en cada carrera”, añade Mario Sábato en ESPN. El ciclista español tiene un vicio reprobable para los estándares del deporte actual; balancea de un lado a otro su rueda delantera mientras pedalea, lo cual supone un gasto innecesario de energía en un deporte de resistencia. Pello ha reconocido públicamente que debe modificar su técnica, pero le resulta imposible. A Pello no se le tiene que ver el casco, ni el color de las lycras para reconocerlo. Su bamboleo destaca entre sus rivales y compañeros de equipo y, ya que hablamos de un deporte en el que compiten más de ciento cincuenta personas, tener la gracia de diferenciarse es una extravagancia más que bienvenida.
Pello Bilbao anunció al inicio del tour, que día a día, por cada ciclista que llegara detrás de él, donaría un euro para comprar un terreno y sembrar flores endémicas de la región. Esto como homenaje a su compañero Gino Mäder, conocido por sus donativos a causas ambientales, fallecido apenas unas semanas antes de su victoria, mientras corrían en equipo el Tour de Suiza. Gino cayó por un barranco al perder el control de su bicicleta durante un descenso riesgoso. Tuvo que ser reanimado y trasladado en helicóptero para recibir atención médica. Falleció esa noche y su equipo se retiró de la competencia. “¿Pensabas en Gino cuando aceleraste para quedarte con la victoria?”, le preguntan a Pello en el flamante espacio designado para que los ganadores de etapa hablen con la prensa. “Todos los días. Todo el tiempo. Pienso en su familia. Pienso en su esposa y en sus hijos”. No sabemos si Pello ganó por España o ganó por Gino Mäder, pero resta pedirle encarecidamente que no deje que ningún entrenador le ponga rienda a su hermosa extravagancia.