Fotografía: Ana Karina Vázquez


Johanna Watson se enamoró del rock a los 12 años, encarnado en Axl Rose y en el show de Guns N´Roses al que la acompañó su papá, que no paraba de hacer gestos de desaprobación ante las escenas de euforia y desenfreno característicos del género; esa primera experiencia de infancia se convirtió en destino, puesto que en su carrera profesional ha girado en torno a la música y la escritura sobre ella. 

“Ese día para mí fue clave en mi vida (…) recuerdo con mucho amor todo lo que vi, cómo se fue llenando el estadio, cómo fue anocheciendo y la gente cantaba, lo más impresionante fue cuando comenzaron a tocar y que a mí se me derritieron las piernas de la emoción, lo que vibré esa tarde, todo lo que canté, yo en ese momento dije: esto es lo mío, este es mi mundo y de aquí no me saca nadie”. 

La emoción colectiva y el ambiente que se genera cuando cientos o miles de personas están reunidas con un mismo fin, en una efervescencia en la que se encuentran los pares, al menos por un par de horas. Johanna se volvió experta en ponerle palabras a lo que el cuerpo, el corazón y la mente viven con, en y a través de la música. 

“Yo al rock le debo mucho”, dice al recordar que fue en un concierto de rock precisamente cuando se dio cuenta de lo que había vivido su país en dictadura. Ella, como muchas niñas que crecieron en el contexto del silencio tras los momentos más oscuros de la dictadura de Augusto Pinochet tras derrocar al gobierno de Salvador Allende, desconocía las prácticas de tortura y desaparición forzada que aún hoy mantienen en el dolor de la incertidumbre a cientos de familias que no volvieron a saber de sus seres queridos a partir de esos años. 

Ella nació y vivió los primeros diez años de su vida en dictadura “y eso es una herida y una cicatriz muy grande en la identidad de los chilenos, algunas personas que dicen hay que dar vuelta a la página y avanzar, pero hay quienes decimos: no se puede dar vuelta a una página si todavía hay gente que no aparece, que no sabe qué pasó con su familiar ni encontraron jamás el cuerpo de esa persona y los responsables están libres”. 

La música se ha encargado de no olvidar, de mantener en la memoria colectiva lo que sucedió y tener presente, así como el cine chileno que lo ha abordado en profundidad, desde la mirada hermosa y estelar de Patricio Guzmán, por ejemplo, en el Botón de Nácar o en Nostalgia de la luz. “Mientras no se haga justicia, es imposible no dejar de sangrar, y cuando uno está sangrando, necesita expresarse, por eso hay tantas áreas del arte chileno que abordan esa temática, porque se necesita llorar, gritar, cantar, decir, pedir justicia”.

La belleza puede surgir en ese contexto de dolor, “es en ese momento en el que se abren las puertas de la creación. Hay tantas cosas que nos hacen sufrir en nuestro país que esas heridas se volvieron a abrir ahora para el estallido social, hubo momentos muy parecidos que a mucha gente la llevó a recordar esos momentos tan terroríficos en los que tuvieron que abandonar el país, que fueron torturados o encarcelados”. 

La denuncia social en la música chilena se manifestó fuerte en 2019, cuando la gente se hartó de las políticas neoliberales y de la Constitución que se había impuesto desde el golpe militar, que cumple 50 años este 11 de septiembre.

La generación de músicos herederos de Los Prisioneros, Los Jaivas, Los Tres, de Víctor Jara y de Violeta Parra se juntaron para musicalizar la rabia y manifestarse por la brutalidad policiaca y el abuso de autoridad que se vivió en las calles meses antes de la pandemia que paralizó al mundo y apagó miles de vidas. 

“A la música yo le debo mucho, ya con eso fue imposible que cambien mi opinión, absolutamente nadie me va a cambiar de la posición que tengo que es de izquierda y de que voy a defender los derechos humanos, que para mí esas cosas son más importantes que cualquier edificio”. 

Música: las facciones del tiempo

Los géneros urbanos no han sido un campo en el que la fama y el dinero del narcotráfico no hayan incidido, hasta llegar a haber casos de “música totalmente intervenida”, como es el caso de los denominados géneros urbanos, aún a pesar de que el rap había nacido en la cuna de la protesta, la actualidad es distinta. 

Sobre el trap en el que en Chile se han involucrado grupos delincuenciales, así como ha sucedido en el denominado regional mexicano, la periodista lamentó que “se ha perdido la denuncia social, pese a que hay artistas que lo siguen haciendo, no es que se haya acabado, pero hoy creo que a los jóvenes que están haciendo música los mueve más hablar de sexualidad o de ostentar ciertas marcas, ropa o joyas que hacer alguna denuncia sobre abuso o desigualdad que eran cosas que abordaba el rock”. 

No obstante, Johanna no es una conservadora en cuanto a la naturalidad con la que fluyen los géneros musicales y las juventudes de cada época, puesto que a pesar de estas evidencias de los síntomas que aquejan a nuestras sociedades hoy, también son un ejemplo de liberación y de declaración de principios, aunque quizá en otros sentidos. 

“Yo me imagino que cada generación tiene su lucha y en ese sentido pienso que, si los jóvenes hoy están cantando y haciendo letras hipersexualizadas -alguien me decía, música porno- yo me imagino que detrás de eso hay una necesidad de liberar un poco el acartonamiento el tabú respecto a un montón de temas sexuales”.

Ella lo encuentra válido y ha llegado a esta conclusión a pesar de que reconozca que no es una música que la mueva, tiene sentido que esto sea así hoy. A pesar del auge del reggaetón en el mundo y de lo apabullante de la presencia de regional mexicano en las primeras listas de popularidad de nuestro país, el rock sobrevive y todavía germina entre las juventudes de todas las latitudes del continente. 

“He conocido jóvenes chicos que se siguen encandilando con esos sonidos, con esa puesta en escena, ese look, con todo lo que significa la cultura del rock y creo que, si bien el rock no ha muerto, ha envejecido”. 

La forma en la que se hace música ha cambiado radicalmente ya no solo en las últimas décadas, sino en años recientes y de una manera vertiginosa, al punto en el que es casi pensar en una reliquia cuando se habla de las grabaciones con las que se hicieron los discos más vendidos y emblemáticos del rock latinoamericano, como es el caso de El Amor Después del Amor, del argentino Fito Páez. 

Al sur del continente se gestó una narrativa propia de poetas, músicos periodistas y escritores cuya visión particular del mundo, dada su geografía e historia herida por los golpes militares y la censura que su presencia conllevó, lleva sello propio. Un sello que llega a esta parte del mundo y trasciende en otras con historias paralelas. 

“Hemos crecido oyendo y leyendo a Violeta Parra, Nicanor Parra, Pablo Neruda, Pedro Lemebel, Gabriela Mistral y tantos otros (…) Chile está lleno de escritores, escritoras, poetas, aunque Chile sea un país al que le cuesta reconocer el talento y el éxito de sus pares”. 

Las herencias de los poetas chilenos, así como en México de toda la literatura y de la identidad anfibia que caracteriza a los países que alguna vez fueron colonia, no le son ajenas a las nuevas generaciones que, quizá por añadidura incluyen los acordes y los ritmos de los gigantes del rock latinoamericano. 

“En Argentina yo creo que les pasa con la música, ahí una escucha una banda súper joven y te das cuenta que ahí están las influencias de Cerati, ahí está Spinetta, ahí está Charly, Fito, ahí está Calamaro (…) nosotros tenemos a otros referentes que son Violeta, Víctor Jara y para las generaciones un poco más jóvenes, Los Prisioneros, sin duda un referente y específicamente el disco Corazones ha inspirado a un montón de músicos actuales indie como Javiera Mena, como Gepe, Pedro Piedra, hay toda una generación de artistas que está inspirada en eso”. 

Lado B 

La trayectoria periodística de Johanna incluye publicaciones en numerosas revistas y medios chilenos, argentinos, estadounidenses merece una compilación sin la interferencia, en ocasiones mutiladoras de los editores. Sus crónicas, entrevistas, reseñas y perfiles pueden leerse en la publicación de la editorial Ocholibros. 

El libro es un viaje por la trayectoria periodística de Johanna, que no por ser escrita deja de ser tarareable, bailable, cantable y de poderse escuchar. Desde bandas anglosajonas como Faith No More, hasta las rutas de vida de Gustavo Cerati, Charly García, en la parte argentina y el espacio dedicado a los músicos chilenos y de otros países, como España. 

Encuentros con Los Jaivas, Los Prisioneros y con Jorge González, Ana Tijoux, Cecilia la Incomparable, y la voz siempre honesta, siempre apasionada y cariñosa de una amante de la música que se acerca con cautela a las personas, a los artistas que crean y que comparten tanto corazón con el mundo conforman el Lado B de Johanna Watson. 

La periodista presentó el libro en junio pasado en distintos foros en México, acompañada de Cecilia Toussaint y de Mauricio Durán, guitarrista de Los Bunkers, en una de las librerías del Fondo de Cultura Económica de la Ciudad de México y en Querétaro, durante la Feria Internacional del Libro y Medios Audiovisuales; es posible encontrar ejemplares en distintos puntos de ambas ciudades. 

Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *