Fotografía: César Gómez


La escritora Dahlia de la Cerda representa lo que los que crean el canon no quieren escuchar: una mujer que no salió de los centros hegemónicos de escritura, una mujer que los cuestiona y que cuenta historias de otras mujeres. La coincidencia con las violencias compartidas ha hecho de su libro Perras de Reserva un éxito en ventas. 

Ha sido cuestionada por su supuesta falta de técnica, crítica que deja de lado la construcción de una narrativa circular, concreta y con los elementos clave para empatizar y no dejar la lectura; pero las críticas también se han dado bajo el argumento de que “se ha aburguesado”. 

Razones o no a parte, lo cierto es que, como ha sucedido con las mujeres que escriben, a ningún hombre se le cuestiona tanto la técnica, sus ideas, sus declaraciones y la aspiración reconocida a querer vivir de la escritura, a poder contar con los recursos económicos para vivir con dignidad y tranquilidad en este capitalismo voraz. 

Dahlia ofreció un taller gratuito de escritura para mujeres en La Otra Bandita, ahí, lejos de las exposiciones decimonónicas de la cátedra académica, entre chismecitos, experiencias compartidas en el marco de la confianza que el ambiente generó, alrededor de setenta participantes se reunieron con el objetivo de aprender a contar historias. 

La duda sobre la validez de nuestra voz fue una constante, puesto que varias externaron su intención de escribir textos a partir de referencias autobiográficas y la necesidad de legitimar la propia experiencia como algo con el potencial digno de convertirse en literatura. Dahlia apuntó a que esta percepción se debe a que históricamente se ha invalidado desde el canon la escritura de las mujeres, cuando en realidad los varones lo han hecho siempre. 

“No hay nada más importante que escribir de nosotras mismas”, consideró la escritora, sobre la llamada compulsión autobiográfica que tanto se les cuestiona a las autoras mujeres, cuando el canon masculino de escritores ha hecho lo mismo durante siglos, sin que se chistara sobre la validez literaria de sus experiencias. 

La discusión en torno al reconocimiento de los lugares de enunciación literaria no sólo tiene que ver con el género, como se ha visto en el caso de Dahlia de la Cerda, sino que incluso ponen en evidencia la permanente tendencia hacia la centralización de la producción de escritura, puesto que aunque el epicentro de los mundillos literarios pareciera seguir en la capital del país; el ejemplo de la escritora ha demostrado que las experiencias de los estados de provincia también generan ventas, discusión y empatía lectora. 

Entre la autorreferencia y la universalidad hay un uróboros de principio y final conectados, por eso es que las historias de las mujeres que retrata la autora han encontrado un eco en un público amplio. 

La praxis de Dahlia lleva la literatura y la exploración de la escritura, como una reivindicación a la pregunta sobre quién puede escribir. ¿Quién puede escribir? En este mundo de precariedad laboral, de estímulos constantes de inmediatez, de carencias educativas que arrastramos durante toda nuestra vida, en donde en pleno 2024 se sigue cuestionando quién puede tener la autoridad suficiente para narrar. Pues la escritora lleva sus talleres a centros de readaptación social. 

El sitio desde donde se habla también se convierte en una pronunciación política, porque la experiencia lo es, tal como lo son los relatos. La literatura, como todo producto cultural, es un acto político, de acuerdo con la autora. Si setenta mujeres nos reunimos para escribir, a partir de la lectura de Dahlia de la Cerda, es porque la lectura también es un acto político. 

Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

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