Fotografía: Sam Thing


El niño Ewald Hekking Sloff, originario de Holanda, se interesó por México y su cultura, por lo que buscó aprender a hablar español para poco a poco acercarse a su sueño de conocer el país, «cuando tenía quince años estaba buscando libros sobre los aztecas y lo incas, porque era de lo único que se sabía en aquel entonces (…) Yo estaba estudiando muchas lenguas; en la preparatoria tenía oportunidad de estudiar al mismo tiempo el alemán, el francés, el latín, el griego y el hebreo, pero pensaba: “Quiero aprender el náhuatl”, y ya quería conocer México, pero primero tenía que terminar mis estudios».

Lo logró, habló español muy pronto, esa fue la puerta de entrada a Latinoamérica y después se adentró en el mundo de la lingüística, estudió Letras y Lingüística Hispánica. Se dio cuenta de que los universos de lenguas que el español castellano había intentado aplastar con la colonización seguían vivos.

El gobierno mexicano le dio una beca para poder venir a México a estudiar. En 1973 tomó un avión y, desde entonces, se ha aventurado en los muchos mundos que laten pujantes en las lenguas indígenas que se resisten a morir. Ewald trabajó en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en la que, para su sorpresa, nadie estudiaba el otomí o hñahñu, que bajo algunas de sus interpretaciones puede significar «no poseer nada» o «pueblo errante».

Además de intercambiar el rol de maestro y aprendiz con investigadores de diversas disciplinas, en su camino desde la capital del país hacia las tierras queretanas, en 1981 se encontró con Severiano Andrés de Jesús. En equipo, crearon el primer diccionario de lengua otomí y le dedicaron años de estudio no solo al lenguaje oral, sino también al escrito. Severiano era hablante nativo del otomí, originario de una comunidad de Amealco, Querétaro, donde a la fecha persiste un alto porcentaje de población indígena.

«En las comunidades de aquí no había maestros de esa región, todos venían de Hidalgo y del Estado de México, la gente se quejaba en Santiago Mexquititlán y San Idelfonso, decían: “no, pero ni siquiera dan clases, no nos enseñan a escribir y a leer en nuestra propia lengua”, pues al ser del estado de Hidalgo tienen otra variante (…) En la enseñanza hay que pensar en la variante propia de la comunidad. Esa era la queja en general de la gente: somos analfabetas en nuestra propia lengua y todavía sigue así», lamenta Ewald.

En el camino se encontró con el biólogo Aurelio Núñez, y fue curiosamente a través del análisis del nombre de las plantas que hoy ambos coinciden en que el maíz y su domesticación es un origen muy probable para comprender a las lenguas mesoamericanas. Aurelio recuerda sobre el proceso de castellanización como política oficial: «para poder dar un paso a la modernidad, y que todos seamos la raza cósmica y moderna con el mundo, teníamos que olvidarnos de las lenguas indígenas, esa era la posición del gobierno de Vasconcelos, después de la revolución».

Así, la desmemoria se hizo política pública y priorizó la enseñanza del español a costa de una inmensidad de concepciones del mundo a través de la palabra, «hay un trauma que se causó, los abuelos de los jóvenes de hoy les castigaban severamente», de manera física, cargando al sol piedras y ladrillos.

«Les prohibieron a sus esposas que les enseñaran a los hijos el hablar su lengua materna, los mismos maestros decían que era un estorbo porque ni la aprendían bien, ni tampoco el español», dice Aurelio, mientras que Ewald interviene y afirma: «conocedores del bilingüismo sabemos que siempre hay que aprender desde los primeros años de la escuela la lengua materna, y después, poco a poco, siguiendo con la lengua materna, una segunda. Esa es la manera perfecta para aprender, por eso hay tantos hñahñus con rezago educativo y no llegan a niveles que los mestizos sí».

La gente de maíz, la planta sagrada en la que basamos nuestra alimentación desde hace siglos, fue también el punto de partida para darle nombre al mundo, a través de las palabras. «Al inventar la agricultura, cambia completamente el modo de organización de las sociedades, al hacerse agricultores se hacen sedentarios y se empieza el proceso civilizatorio, empiezan a construir edificios y a hacer ciencia, encuentran que hay una relación del ciclo de la luna con el crecimiento de las plantas», explica Aurelio, recordando cómo es que la forma de vida se definió a partir de la relación de los grupos humanos con la planta que los alimenta.

Tanto Aurelio como Ewald coinciden en que es posible conocer la historia de la humanidad a través del lenguaje: «hemos encontrado a través de los nombres de las plantas, que son muy importantes para los pueblos mesoamericanos, incluyendo mayas, zapotecos, mixtecos y los grupos oaxaqueños, que están emparentados con los otomís. En algún momento pertenecieron a la misma familia. Lo podemos saber porque es una lengua tonal».

Un caso que evidencia la triangulación entre humanos, lenguaje y plantas es el del pericón, puesto que «crece desde que empieza a brotar el maíz hasta la época de la cosecha, es una planta sagrada, ¿cómo lo sabemos? Lo descubrimos, los otomís no nos lo dijeron, ellos saben el nombre: pericón, pero ya solo la gente grande sabe el nombre “hmijwä”, que se compone de hmi: cara + jwä: dios, “la cara de dios”».

Jwä es el creador del universo otomí, al rastrear el nombre encontramos que en náhuatl la planta se llamaba yautli, que significa «el oscuro». Gracias a las crónicas de Fray Bernardino de Sahagún encontraron que era una planta sagrada que se usaba en los rituales de sacrificio, la secaban, la molían y una parte de la ponían en el rostro a quien sacrificaban. No es casual que se utilizara en este ritual, puesto que la hierba tiene propiedades aromáticas y analgésicas, «les ayudaba al bien morir». La otra parte se la ponían en un sahumerio al dios al que dedicaban el sacrificio, «el humo es la conexión entre lo terrenal y lo divino».

La metonimia, es decir, el cambio semántico por el que se permutan las palabras en  hñahñu, fue el tema de investigación de posgrado de Aurelio; para él, la evidencia lingüística se complementa con los aportes de otras disciplinas, y sus estudios en biología son un ejemplo obvio.

El clasificador jwä, que remite a lo sagrado se encuentra en los nombres de otras plantas en el cosmos otomí, como el cempasúchitl, el mirasol y la flor silvestre que se llama cinco llagas: todas son plantas de la milpa. «Los aztecas llegaron y se apropiaron de todos los saberes, cosmovisiones, conocimientos de todo tipo, de los toltecas, que eran otomís y le dieron un toque para apropiárselo; es el primer caso de apropiación cultural que hubo, por eso se desconoce tanto de los otomís», lamenta Aurelio.

Refirió también que existe la creencia predominante de que los toltecas ya no están, que no hay ningún registro de su presencia en la actualidad porque ningún grupo se autodenomina como tal, pero son los otomís del Valle del Mezquital. «Cuando se ve la estructura de su lengua, caemos en cuenta de que siempre han estado allá. Lingüísticamente también se puede explicar su ubicación», ante esta afirmación de Ewald, Aurelio interviene explicando que «le llamamos la huella lingüística», sobre los registros de la presencia de los toltecas, de los teotihuacanos y aún antes, de los otomianos, pueblo hermano que evolucionó junto con los mazahuas, matlazincas y toltecas.

Maíz, nopal, maguey, hongos, chile y calabaza son el mismo nombre en las cuatro lenguas de los pueblos fundadores de Teotihuacán, «se puede decir que un zapoteco y un hñahñu tienen los mismos antepasados», dice Ewald asombrado.

La danza de las pastoras que aún vemos en Amealco también está presente en los mazahuas y en los matlatzincas: «son el reminiscente vivo de esa cultura». El pericón está pintado en los murales de Teotihuacán, «aún hay familias que hacen rituales de agradecimiento a la milpa con esta planta”. El 15 de agosto, que normalmente se celebra la primera elotada, se hace el agradecimiento con el pericón a los cuatro puntos cardinales y se hierven los elotes con la planta. Es un símil con la eucaristía cristiana».

Sin embargo, aún las familias que practican estos rituales no son conscientes del todo de su explicación y simbolismo, lo que, en opinión de Aurelio y Ewald, contribuye a la pérdida de la lengua y la cultura. La virgen de Guadalupe no es la única figura que los conquistadores retomaron de la cultura prehispánica para convertir a los pueblos indígenas al catolicismo, puesto que San Miguel Arcángel, San Isidro Labrador y muchos otros santos fueron antecedidos por deidades indígenas, incluso, sus fechas de celebración y causas se conservaron: «llegaron los españoles y como no podían acabar con lo que había, impusieron una virgen: la Guadalupana, (…) impusieron sobre la cultura que ya estaba un nuevo santo o virgen».

A pesar de que se ha perdido mucha información, Fray Bernardino de Sahagún con su libro sobre la Historia General sobre la Nueva España, pudo rescatar algunas cosas, porque se dio cuenta de todo el conocimiento y la cultura con la que estaban acabando «los médicos tradicionales eran perseguidos, (…) La idea era implantar un solo dios».

Sobre las investigaciones más recientes y de diversas disciplinas se ha avanzado, el problema es que hay una cantidad importante de atribuciones hacia los mexicas que no necesariamente están comprobadas, puesto que no en todos los trabajos se toma en cuenta el proceso previo de apropiación cultural y el papel de otras civilizaciones indígenas antes y durante la llegada de los españoles. «Lo que hay, hay que tomarlo con mucho cuidado porque se lo atribuyen a los mexicas y es tolteca o teotihuacano», apunta Aurelio.

Consideran que entre los factores que identifican para que entre los mismos indígenas prevalezca el desconocimiento de su propia cultura se encuentran los siglos de discriminación, maltrato y negación que anteceden a los tiempos actuales.

«Todavía en la colonia se estudiaba el hñahñú, había universidades donde se hacía esto, pero después de la independencia o un poquito antes, tal vez, cuando en España el rey dijo que ya no se podían usar las lenguas indígenas oficialmente, desde ese momento se quedaron completamente solos en sus pueblos y empezó el desplazamiento. Empezaban a aprender la lengua española, pero no había ningún apoyo por parte del gobierno ni en la independencia. Se quedaron completamente aislados. Los problemas muy fuertes del siglo pasado fue que durante cincuenta años prohibieron completamente el uso de las lenguas maternas de los grupos indígenas porque querían que todos aprendieran lo más pronto posible el español. Esto fue algo horrible, fue “lingüicidio”. ¿Cómo puedes decir que ya no puedes hablar tu lengua materna? Los niños fueron castigados en las escuelas, esto ha contribuido mucho a la pérdida de las lenguas y el conocimiento, porque dentro de la lengua está el conocimiento», rememora Ewald, con una explicación que no pareciera catedrática sino fraterna.

Aurelio insiste en que antes del proceso de castellanización ocurrió la imposición de los mexicas, en la que comenzó el sometimiento que trajo consigo el cambio de nombres de los lugares de los pueblos, «destruyeron la evidencia de que ellos eran los portadores de los saberes originales, desde ahí podemos decir que empieza a borrarse la memoria». Hace una comparación con la revolución de Mao en China, cuando eliminaron a los intelectuales y sometieron a los campesinos.

Aurelio vincula el pago de tributos impuesto por los mexicas con el cobro del derecho de piso que ahora piden los cárteles del crimen organizado y también las prácticas de violencia para escarmentar. «Los pueblos guerreros sometieron a los agricultores y forjaron una nueva identidad a partir de la base, eso hicieron los aztecas, como estaban tan sometidos, los otomís y tlaxcaltecas se aliaron con los españoles porque pensaron que los iban a salvar de sus opresores; sin ellos no hubieran podido derrocar Tenochtitlán».

Aurelio y Ewald atribuyen al desconocimiento y a la negación de la historia parte de los cambios que hoy nos identifican, como es el caso del escudo de la bandera con la imagen de un águila devorando una serpiente, representación del mito fundacional de Tenochtitlán. En su momento, la imagen estuvo plasmada en un monolito y no había una serpiente, sino el simbolismo de la guerra sagrada: el agua y el fuego.

«Desde la posición del gobierno empiezan a hacer ajustes y cambios que terminan cambiando la historia de los mismos pueblos (…) Empieza a haber capas, primero porque se impusieron los aztecas para no reconocer que su civilización es a partir de los pueblos conquistados, luego la conquista, la colonia y una posición desde España, a quienes se les hizo más fácil aprender el náhuatl para colonizar».

En el pequeño cubículo que comparten en el edificio que vio nacer a la Universidad Autónoma de Querétaro, concluyen en que, a pesar de todo, hay esfuerzos y oportunidades que son útiles para resarcir un poco de todo el daño acumulado en siglos de injusticia, sobre todo Ewald, que se muestra más optimista al respecto. En cambio, Aurelio dice: «pero sigue habiendo una desvalorización, ellos mismos dicen que su lengua no es importante para el desarrollo de México, ¿para qué la vamos a usar si nada más la vamos a hablar aquí? (…) Aparte, el racismo es un problema muy fuerte, que ha hecho que la misma gente diga: “yo no le voy a enseñar la lengua a mis hijos porque no quiero que se burlen de ellos, no quiero que sufran lo mismo que hemos sufrido nosotros”».

Aurelio recuerda la pregunta que le hice previamente y me explica sobre cómo se conocieron y veo que su camino es de ida y vuelta entre México y Holanda, porque él fue a estudiar un posgrado a aquel país, así como Ewald llegó a México, «yo estaba muy alejado de lo indígena, a pesar de que en mi pueblo mi abuela era mazahua, solo hablaba unas cuantas palabrasy mi abuelo era otomí, pero no creció con nosotros. Siempre fue como una negación de lo indígena, inconsciente, también, porque nadie nos lo dijo». La colaboración comenzó en la transcripción de los trabajos de documentación que llevaban a cabo. Ewald dice, sobre su aprendizaje de las lenguas: «eso me abrió el mundo». Aurelio reconoce: «la lengua me llevó a un encuentro con mi propia raíz».

Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

Un comentario en «Dos detectives tras las huellas lingüísticas»

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