Fotografía: Marco Marcovich


Todos, o la mayoría, tenemos un amor fatal. Un amor del que hay muchas veces en las que preferimos no haber aprendido tanto de su paso por nuestra vida, o que el borrar los recuerdos como en la película de Eternal Sunshine of a Spotless Mind fuera posible. Posible, posibilidades, de eso trata el libro de Emilio Lezama, «El mejor mundo posible».

Para el politólogo, pintor, músico, escritor y estratega comunicacional, el libro representa un cariño un tanto inocente del dolor de un amor perdido, un amor posmoderno, como él mismo le llama. 

A pesar de que el detonante impulsor para que escribiera la novela fue en realidad el conjunto de situaciones y experiencias, también ha podido ubicar en sus lecturas que “hay autores que te hacen querer volverte autor”. Rulfo, Cortázar, Susan Sontag y García Márquez son los nombres que vienen a su mente cuando invoca a sus autores impulso. 

«Esta novela, en especial, surge de que yo necesito contar una historia, una historia de unos sentimientos, no de un relato. Y a esa historia de los sentimientos, le voy generando relatos, cuentos, historias, personajes… melancolía, desamor, amor por el arte, la cultura, la filosofía».

El punto de quiebre para que la novela de Lezama viera la luz en la pantalla del ordenador y se moldeara en el teclado fue una ruptura amorosa, «pero el rompimiento trajo a la luz muchos sentimientos que yo ya quería expresar y los expresé a través de esa historia».

Al preguntarle a Emilio si considera que la generación de autores a la que pertenecemos se caracteriza por estar aprendiendo a vivir con múltiples ausencias, citó a Guillermo Arriaga: «…dice por ahí que antes solo se tatuaban los criminales —ahora todo mundo se tatúa— lo que pasa es que a nuestras generaciones les faltan cicatrices. Los tatuajes se vuelven esas cicatrices que no tenemos, porque nosotros no tuvimos que enfrentarnos a guerras ni a grandes revoluciones; ni siquiera al trabajo agrícola, que requiere de mucha voluntad y fuerza física». 

El desamor, la desilusión y la romantización del recuerdo de lo que fue y de lo que hubiera sido, pero no es, han inundado las emociones de la generación de los tatuajes y de los amores pasajeros que siempre aspiran a desmentir su efímera presencia. 

Para una generación que no ha sufrido tragedias como las guerras mundiales, la guerra civil o las enfermedades que azoraron los siglos pasados, la falta de cicatrices se puede ver en la necesidad de buscarle significados profundos a los dolores de lo cotidiano. 

«Con la pandemia esto ha cambiado, hemos aprendido a perder o a convivir con la pérdida (…) Nos concentramos más en las ausencias que sí tenemos y que sí construimos. Decía Leonard Cohen que Kanye West no era ningún Picasso porque a él no le había tocado la guerra, como a las generaciones de grandes artistas». 

Entre las mini ausencias que Emilio reconoce en lo cotidiano podríamos considerar a las familias que se destruyen y se reconstruyen, y a los amores perdidos, como una especie de regresión al romanticismo: «claro, no tenemos otra ausencia, entonces, podemos pasarnos toda la vida pensando en la ausencia de la que o el que se fue, y es muy bonito (…) Creo que puedo canalizar mi energía a esa pérdida romántica». 

Después de terminar «El mejor mundo posible», Emilio perdió a su mamá, cuestión que también marcó un antes y un después en su escritura, puesto que no tenía siquiera el interés de escribir de una pérdida romántica «porque había una pérdida mucho más absoluta. De repente veo al libro y digo “qué maravilla”, porque es un libro muy ligero en el sentido de que es muy etéreo en lo romántico. Hoy no podría escribir algo tan etéreo, está el fantasma de mi mamá, de la pandemia y están muchos fantasmas que ahorita ya me pesan». 

A pesar de que consideró que los temas de la literatura sí se verán influenciados por la pandemia que ha afectado al mundo entero, las historias de amor seguirán presentes entre las páginas de los libros en papel o en las pantallas en los que se leen: «las historias de amor continúan y son historias que siempre nos van a tocar fibras sensibles, porque no conozco ser humano que no se haya enamorado o que no haya sentido algo parecido al amor».

Sobre la posibilidad de que la pandemia se convierta en un estímulo creador para los escritores estimó que «a todos nos hizo reflexionar sobre nuestra vida. Esto va a generar un viraje muy necesario, muy refrescante de profundidad, literatura que reflexione sobre la condición humana», como es el caso de las grandes obras «Guerra y paz», de Tólstoi; «Por quién doblan las campanas», de Hemingway, o las obras posrevolucionarias en México. 

«Nos habíamos olvidado de que somos animales, somos seres biológicos. Habíamos gastado toda nuestra energía y nuestro dinero en imaginarnos cómo nos iban a matar los ovnis, cómo iba un asteroide a explotar contra el planeta, o cómo los robots se iban a rebelar contra nosotros… a nadie se le ocurrió decir, oye, un microbio, un bicho, un virus… Entonces, yo creo que viene una reconstrucción del ser humano, a partir de su vulnerabilidad».

El politólogo de formación reconoció que ha dejado la comunicación política, «porque en la política, la comunicación es muy conservadora; no puedes hacer nada porque a alguien vas a ofender o vas a lastimar y, entonces, no te da espacio para la creatividad».

Además, también tiene una faceta musical, pues es guitarrista de la banda LEZ, junto con Carlos Baltazar y Daniel Sandoval. Al ser una persona con múltiples pasiones artísticas, le cuestioné si considera que el arte carga algún tipo de compromiso social, a lo que contestó que anteriormente estaba convencido de que así era, sin embargo, su opinión ha cambiado. 

«Salí de la UNAM y cuando escuchaba música, yo decía: a Neil Young porque siempre ha estado comprometido con las causas sociales, y luego había unos artistas que, de pronto veía que no me gustaba mucho su onda política y qué asco, vendidos… Pearl Jam, Patti Smith… Hoy te digo, usando mi inteligencia y no mi corazón, no mi emocionalidad: no, absolutamente. Yo creo que el arte solo debe ser fiel a sí mismo y no debe tener ninguna responsabilidad hacia nada más. El arte, no digo que los seres humanos; sí creo que los humanos debemos tener esa responsabilidad social». 

Aplaudió que existan expresiones artísticas que acompañen a los movimientos feministas y por la reivindicación de los afroamericanos, sin embargo, consideró que ese arte no va a trascender «porque el arte que trasciende siempre es contracultural (…) Porque en treinta años van a reescribir la historia y ahí el status quo no queda. Hoy en día, el status quo es la corrección política».

Refirió que hoy podemos ver cómo es que ciertos temas en la música y otras ramas del arte son aplaudidos solo por corrección política, sin embargo, «no puede ser, no puede sucumbir a la moralina coyuntural, porque la coyuntura cambia (…) Porque al momento en que empiezas a atar el arte a la ideología o al deber ser, lo politizas y lo vuelves moral, y la moral es lo que destruye el arte». 

Observó que estos tiempos podrían encajar en la definición del totalitarismo que ve la intromisión del Estado en cada uno de los ámbitos de la vida humana: «nuestra época se está volviendo autoritaria; hoy en día, los individuos supuestamente libres, van al súper y compran políticamente», pensando en que si el director de determinada marca votó o no por Trump: «¿Quieren que tu arte también sea así? Yo creo que el artista se tiene que rebelar ante eso y plantear que el arte es libre, porque al momento en que queremos complacer estamos vendiendo esta principal cualidad del arte». 

Esta libertad en el arte se refiere a las posibilidades de pensamiento que ofrece cierta ambigüedad que no cuadra con los mensajes fijos de la corrección política, necesarios en otros espacios, pero que, de acuerdo con Emilio, no le corresponde invadir «que el arte que trasciende no te dice qué pensar, sino que te invita a ti a pensarlo. La Mona Lisa no te dice qué pensar, Liszt tampoco, La Divina Comedia, tampoco».  

Emilio Lezama participó en la estrategia de comunicación para la película «Roma», del director Alfonso Cuarón, a través de la consultoría «Los hijos de la Malinche», que dirige; también han colaborado con el Senado de la República, La Orquesta Imposible de Alondra de la Parra, Netflix y con el Centro de Capacitación y Apoyo para Empleadas del Hogar A.C., entre otras organizaciones.

Sobre los proyectos a corto y mediano plazo, Emilio percibe las ganas de experimentar, «hay un deseo de explorar y de vivir el ser humano. Hoy en día, la especialización hace que la gente solo sepa de una cosa y hable de una cosa, que esté clavado en una cosa, y yo no puedo. Me da mucha hueva, soy creativo —me parece—, y esa creatividad la aprovecho lo más que pueda». 


Ana Karina Vázquez
akarina.vb@gmail.com
Periodista de la generación del fin del mundo. Hija de la crisis y de la incertidumbre. Tengo muchas pasiones.

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