Por: Ramsés Oviedo Pérez

Fotografía: Jefte Acosta


Rodolfo Campos Paulín nació en 1981 en Querétaro, donde se licenció en Sociología. Durante más de una década se ha dedicado a trabajar en solitario una obra de crónicas, ensayos y entrevistas al tiempo que se desempeña de tamalero. Ha colaborado como articulista en Tribuna de Querétaro y en el suplemento cultural Barroco del Diario de Querétaro. Es autor de «Bitácora queretafóbica» (Fondo Editorial de Querétaro, 2018), donde reúne un conjunto de crónicas con un estilo tendente al humor negro y la indagación sociocultural. Con su libro «Lego. Modelo para armar: consideraciones sobre literatura queretana contemporánea» (Ediciones La Copia, 2021), aparecido en el contexto de la pandemia, ofrece una inquietante visión de la producción literaria de Querétaro. A continuación, transcribo la generosa charla que tuvimos presencialmente a fin de visibilizar un poco al autor y su obra.

¿Cómo nace «Lego. Modelo para armar: consideraciones sobre literatura queretana»?

Este libro nace, en primera instancia, para sobrevivir a la pandemia: noches insomnes en que no había otra cosa qué hacer. Con los horarios alterados me puse a releer lo que tengo más a la mano en los libreros de la casa: precisamente la literatura queretana. Entonces empecé a agarrar de aquí y de allá libros de autores que básicamente han escrito desde Querétaro. En un segundo momento, hice pequeñas listas de narradores primero, de poetas después, que a mí me parecían relevantes en esta especie de relectura que emprendí. Ya en un tercer momento, lo que es el pequeño libro propiamente, surge por una invitación directa del editor Blas Terán que me lo planteó como reto: «Pues está muy bien tu lista, pero ahora arguméntame algo, por qué sí, por qué no». A partir de eso, armé pequeños bloques —no sé si temáticos o si simplemente obedezcan a mi capricho como lector—, y comencé a redactar los primeros bosquejos de lo que fue el libro.

¿Qué buscaste ofrecer al lector con tu libro?

Antes que nada, un pequeño panorama de lecturas que a mí como un lector muy provinciano me interesa que hacen los escritores, no en términos de la figura del escritor consagrado o la gran figura sino más bien la gente que saludo, frecuento, con los que me encuentro tomándome una chela, un café, que me invitan o les invito un cigarro. Entonces fue un pequeño homenaje a la camaradería, por un lado y, por otro lado más ambicioso, era tratar de demostrar al posible lector interesado en el futuro próximo: «¿Sabes qué? Aquí en esta ciudad había esta poeta o ese señor de la estatua que está en el barrio de San Sebastián fue un poeta que, si bien no es en absoluto famoso, tiene versos relevantes y textos que valdría la pena revisitar». Es eso, pues, decir que aquí en Querétaro también escribimos. Seguramente no saldrá un premio Nobel o un premio Cervantes de Querétaro, pero hay gente talentosa que de repente da en el clavo con algún cuento, poema o crónica. Era eso más que nada.

Es bien sabido que en México los ensayistas se cuentan con los dedos de las manos porque hay muy pocos, y tu obra pareciera juntar la crónica y el ensayo. ¿Cuál fue el reto principal que tuviste con este género de escritura?

El reto no estuvo del todo bien librado. Me retaron a escribir un ensayo propiamente en el sentido aristotélico de introducción, desarrollo y conclusión. Creo que en ese sentido no fue tan logrado el ejercicio porque sí, como dices, en efecto, se cuela esta vocación primera que tengo de hacer crónica: ahí va la historia personal siempre entreverada con el dato. Creo que funciona. Si hubiera hecho un ensayo más académico o en un formato más sobrio, con mayor rigor en el aparato crítico y las notas, sería aburrido o menos relevante de lo que de por sí fue o será el libro. Entonces uno hace lo que puede. En mi trato personal, en mi charla cotidiana suelo ser muy acartonado y aburrido, y me desquito por escrito, trato de hacer la cosa más llevadera y meter puntillazos de humor; de la anécdota o del chisme tratar de tomarlos como sinécdoque; a la manera del acto fallido de Freud: una anécdota nos revele cosas que, en un discurso más elaborado, no salen a la luz o salen ya demasiado racionalizadas y artificiales.

En el último apartado del libro hay una bibliografía de cien obras de literatura local de distintas épocas, editoriales y géneros literarios. ¿Cuál fue el criterio que utilizaste al momento de hacer esa selección?

El primer aspecto era que existiera la plaquette al menos. No me quise meter con revisión hemerográfica o con revistas porque me resultaba más complicado. No tenía acceso al material. En ese momento estábamos en plena epidemia: bibliotecas cerradas, hemerotecas cerradas. Entonces el primer criterio fue ese, que la plaquette estuviera y, claro, que yo la hubiera leído con antelación ya sea porque la tengo en físico, porque la pude consultar antes de que se atravesara toda la emergencia sanitaria, que la hubiera podido consultar en una biblioteca o en la red —que es lo menos frecuente—. Yo soy uno de esos lectores a la antigua: me gusta tener el libro material. Por otro lado, tiene que ver también con el sesgo de todo crítico o comentarista: finalmente es un gusto personal, es un «canon accidental» —si me permiten la desviación de Harold Bloom—. Es decir, son libros que a mí me gustan y que releyéndolos me siguieron gustando. Hubo libros que incluso no los había considerado antes y, a partir de esta relectura, dije ¡guau!, me había perdido de una lectura más atenta. Creo que los únicos dos o tres libros que hasta ese momento no había podido leer y que, digamos, se convirtieron en mis clásicos instantáneos que en la primera lectura dije ¡guau, qué es esto!, fueron «Ludovico. El volador» de Dalia Larisa, «Lomas es la onda gruesa con cumbia» de Raúl Álvarez y «El vals de los monstruos» de Lola Ancira. Esos libros no los había leído y a fuerzas tenían que estar presentes en la selección. Básicamente esos fueron los únicos dos criterios. En el libro viene algún párrafo explicativo de tres autores que en el discurso oficial han sido muy significativos en los últimos tiempos: Francisco Cervantes, Hugo Gutiérrez Vega e Ignacio Padilla. A ellos los excluyó porque no me parece que formen parte de esta literatura queretana —entendida en términos regionales muy territoriales—; y, por otro lado, porque lo que me interesaba era no rescatar, porque suena muy arrogante, pero sí mostrar autores menos conocidos que lo que esas tres personalidades pudieran ser.

¿Cómo llegaste a publicarlo con Ediciones La Copia, una editorial queretana que parecía extinta?

Sí, efectivamente editorial La Copia es un proyecto muy personal de su editor, Blas César Terán Páramo. Tuvo una primera etapa entre mediados de los años noventa y los primeros años de los dos mil. Hasta ahí parecía haber llegado el proyecto, estuvo en pausa cerca de 15-20 años. Y justo en esta época pandémica a Blas le mueve nuevamente la inquietud de volver a proporcionar materiales que él edita de manera muy artesanal. En esta segunda etapa publicó primero un poemario de Tsio Luna y después tuvo a bien invitarme a participar con este proyecto que, como te decía, fue un reto. A partir de esa invitación/reto/gestión me publican. La idea era que fuera un texto más compacto, que es el formato que La Copia maneja, un formato escueto de pocas páginas. Originalmente Blas me había solicitado entre 5 y 8 cuartillas. Yo por más que recorté nunca me pude ajustar. Entonces dije, Blas, ahí te va lo que tengo porque ya no me es posible prescindir de demás párrafos. Pensé que me lo iba a batear pero para mi sorpresa el proyecto continuó y salió publicado en primavera.

¿Cómo se relacionó tu pasión por la crónica, presente en tu libro Bitácora queretafóbica del 2018, con esta nueva exploración ensayística de la literatura local?

Para mí la crónica y el ensayo son géneros prácticamente indivisibles. Tengo muy claro que hay una crónica periodística apegada al dato, pero me siento más afín a cronistas como Monsiváis o Juan Villoro, que tienen exploraciones ensayísticas dentro de las crónicas. Releyendo la «Bitácora» me da la impresión que, en realidad, bien podría ser considerado un libro de ensayos cotidianos en vez de crónica; como crónica le sobra mucho contexto y mucha cita bibliográfica. A mí personalmente no es algo que me moleste. Cronistas más puros dirán que por supuesto no hago crónica —risas—. Me gusta mucho leer crónica, la disfruto mucho, pero sí me doy cuenta que, en efecto, no soy un cronista puro y duro, pues brinca demasiado la parte ensayística y, viceversa, ahora que intenté hacer ensayo brinca la parte testimonial. Quizá sea defecto del autor más que cualidad del texto, que no me puedo definir por un género específico y seguir sobre esa particularidad.

En medio de la lucha de egos entre grupos literarios de la localidad, ¿cómo de adentras en todo ello y cómo las integras en tus consideraciones?

Bueno, es que yo soy como el outsider del outsider, es decir, casi nadie hace crónica y casi nadie hace ensayo en Querétaro. Entonces es una beta muy poco explorada. No soy visto en realidad como competencia de nadie. Yo creo que por eso todo mundo me da vianda, me da chance y por eso me puedo ir a tomar una chela con prácticamente cualquier gente. Por otro lado, también soy muy subterráneo. Si bien ya es la segunda publicación, muy poca gente estaba en conocimiento de que aparte de leerlos y platicar con ellos también tenía algún interés por escribir cosas. Eso me da muchísima facilidad de andar en todos o bastantes los recovecos. Por ejemplo, pienso en los Testarudos, con ellos llevo poca relación, he estado en un par de eventos suyos. Siento que, en la medida que no compito por becas o por publicaciones y no me interesa tampoco tanto descalificar, más bien me interesa ser conciliador y decir si un libro de fulano o de zutana tiene fallas pero tiene también momentos bastante aceptables, bastante valederos. En ese sentido soy muy diplomático. Sé que el libro seguramente no le gustará a todo mundo o habrá gente que se sentirá excluida de los listados que hice, o sentirá que a mí quién me da derecho de opinar. Quizá el derecho no lo tenga pero el capricho está. El librito salió. Las consideraciones ahí siguen. El texto tal cual lo publicó Blas ha servido como una especie de bosquejo de un proyecto que está todavía gestándose. Esperemos que pronto pueda ser un libro que tome en cuenta otras consideraciones, otros autores que quizá en este primer bosquejo quedaron al margen o tocados de manera muy elemental. Con la versión definitiva en la que estoy trabajando espero poder saldar esas fallas y lagunas, y pueda ser un texto más valioso no sé si trascendente o más interesante.

¿Tienes figuras tutelares?

Sí, por supuesto, en términos de las literaturas escritas en Querétaro, desde Querétaro, a pesar de Querétaro incluso, hay varios autores que me interpelan más o me dicen más cosas que otros. En poesía, mi autor predilecto es César Cano Basaldúa y muy cerquita está Marta Favila, o Gabriela Aguirre. Entre los jóvenes considero que Nadia Bernal tiene muchísimo potencial. Guillermo Vizcaíno también hace cosas muy interesantes. En narrativa, los cuentos de Osvaldo Fernández, de Jaime He o de Ayari Velásquez me resultan muy significativos; las novelas de Gabriel Vega y Juan Malda también. En la crónica, si bien no son cronistas de tiempo completo o incluso solo tienen un libro de crónica, Eduardo Garay, el propio Blas Terán tiene un libro de crónicas muy interesantes. Raúl Álvarez, que hace rato lo comentaba, tiene un libro de crónica urbana muy valioso. En ensayo, que es más complicado, para mi sorpresa encontré más textos de crónica que de ensayo —yo hubiera pensado lo contrario—. Pero tenemos en Augusto Isla un ensayista notable. Claro, prácticamente todos los poetas y narradores han escrito ensayos pero andan desperdigados en revistas y en periódicos. Para los propósitos de mi selección no los incluí en esa faceta. Esos serían los autores que de momento se me vienen a la mente como los más significativos que conozco.

¿Qué temas emergentes observas en las nuevas generaciones de escritores locales?

Nadia Bernal trae un feminismo militante y rudo muy notorio en su obra; si bien no tiene un libro o una plaquette, hasta donde sé, quizá por ahí anda en publicaciones y obras colectivas. El cronista David Álvarez tiene esta beta de hacer periodismo gonzo, contracultural, que me parece bastante loable. Agustín Vizcaíno, ya no tan joven, hace una resignificación de cómics, de mangas, los pone a hablar en términos literarios y poéticos que me resulta muy interesante. ¿Quién más entre los jóvenes? El primer poemario de Sebastián Díaz Barriga también es muy interesante con la cuestión de la paternidad ausente/presente. Están padres sus versos en ese sentido que es de los más jóvenes. Diana Galindo, entre los autores de menos de 30 años, también trae propuestas interesantes. Son a bote pronto los autores más nuevos que podría mencionar.

Si bien vivimos en una época de gran diversidad editorial a nivel regional, ¿crees que la producción de la literatura local tiene impacto nacional?

Me parece que no. Es que, si bien ya hay nuevas propuestas editoriales independientes, me parece que todavía el autor queretano depende en buena medida de publicar con el fondo de gobierno del Estado, lo cual para efectos prácticos es como no publicar. Las editoriales independientes tienen el terrible conflicto de que editan pero la comercialización es complicadísima: prácticamente de mano en mano. Así se van haciendo cosas. A mí personalmente la obra de Rubén Cantor no es de mis predilectas pero él se ha sabido mover muy bien, ha sido un éxito en ventas con sus novelas —éxito dentro de nuestras probabilidades queretanas, claro, tampoco digamos es un bestseller—. En la medida que no logre el autor queretano dar el brinco y tratar de medirse, ya sea por concurso, ya sea buscando alguna clase de beca en cosas más grandes y ambiciosas, la difusión será complicada. Sí hay gente que lo está logrando. Por ejemplo, Chío Benítez, Imanol Martínez, están haciendo un poco más de ruido extraterritorialmente; Lola Ancira es un éxito dentro de todo pero tuvo que migrar de Querétaro para poder dar ese salto no de calidad, porque su obra siempre ha sido buena, sino de visibilidad.

¿Consideras que a la tradición de la crítica literaria en México le ha interesado lo que se produce en Querétaro?

Me parece que no. Si uno busca en antologías o en libros colectivos los autores queretanos pintan muy poco, salvo Francisco Cervantes que es la enormísima excepción que no hace sino confirmar la regla. Y Cervantes en modo alguno puede calificarse como autor queretano o no puede al menos quedar circunscrito sólo a eso. La apuesta de Cervantes era ser un autor internacional y, al menos en términos de su lusofilia, creo que lo consiguió. Fuera de él, Marco Antonio Campos tiene algún comentario de Arturo Santana o de José Luis Sierra por ahí desperdigado. David Huerta tenía algún tipo de relación con Humberto Carrión. Hugo Gutiérrez Vega desde La Jornada Semanal trató de publicar de vez en cuando autores queretanos. Pero, en general es muy excepcional que suceda esto. Y al autor queretano tampoco le ha movido mucho este tipo de promoción. Yo recuerdo mucho un verso del viejo Chava Alcocer que justo decía eso: te crean un premio de provincia y te quedas en la ciudad que te convierte en estatua de sal. Es un poco lo que sucede grosso modo con el autor queretano. No creo en absoluto que sea cuestión de calidad, más bien se trata de promoción o de autopromoción, por un lado, y también tiene que ver con la cosa institucional. También al fondo editorial de Querétaro muy poco le ha interesado hacer más alharaca con los materiales que publica.

¿No crees que la generación que hizo la revista Crótalo tuvo una marcada proyección nacional —me refiero a la generación de Luis Alberto Arellano, Román Luján, Luis Enrique Gutiérrez Monasterio—?

Ah, sí claro, por supuesto, los estaba obviando. Era su apuesta y lo consiguieron. De algún modo siempre buscaron eso. Luis Alberto, entre los poetas queretanos contemporáneos, sin duda fue el que mejor acogida nacional tuvo. Se movía con mucha soltura lo mismo en Guadalajara que en Tijuana, en Aguascalientes. Su rango de acción era más ambicioso. De LEGOM ni se diga. Román Luján se dedicó más a la academia después, pero sus primeros acercamientos con la literatura propiamente sí tenían que ver con esa apuesta de salir, de ¡pum, vámonos! Es una impronta que hay marcada en varios de los discípulos de Arellano: Rafael Volta, Jaime He, Imanol Martínez. Salvo Imanol, quizá, los demás todavía no han logrado consolidar esa proyección, pero van en ese camino también. Sí, tienes razón, sin duda.

¿Qué lees actualmente?

Ahorita estoy en standby de literatura queretana, le quiero dar un tiempo, ya me pasé un rato ahí. Justo ayer acabo de enterarme que falleció Manuel Cruz, entonces haré un standby del standby; me pondré a releer lo que tenga de él. Fuera de eso, estoy revisando los textos sobre López Velarde de Octavio Paz y estoy leyendo los cuentos de Juan Villoro. Es en lo que ando.

Redacción
proyectosaltapatras@gmail.com

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