En el estado de Querétaro hay 43 mil 342 personas que se autodefinen como afromexicanas o afrodescendientes, que equivale al 1.83% de la población total, según los registros del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), que por primera vez tomó en consideración a este sector durante el último censo en 2020 al incluir la pregunta “¿de acuerdo con su cultura, historia y tradiciones, se considera negra(o), es decir, afromexicana(o) o afrodescendiente?”.

De una población de 2 millones 368 mil 467 personas la comunidad negra en la entidad parece poca, pero actualmente es mayor a la de municipios como Pinal de Amoles (27 mil 365), Arroyo Seco (13 mil 142), Huimilpan (36 mil 808), Jalpan de Serra (27 mil 343), Landa de Matamoros (18 mil 794), Peñamiller (19 mil 141), San Joaquín (8 mil 359) y Tolimán (27 mil 916). 

Las comunidades negras hasta en un sentido conceptual nos parecen escasas e invisibles, pero se encuentran en la vida cotidiana como un vaso de agua de tamarindo o jamaica, en un baile de cumbia, en una simple mochila y en esa palabra corta y contundente llamada «chingar». Se ignora, aunque está presente en lo que creemos que es nuestro. 

No son pocos los estudios sobre el tema en Querétaro. Las investigadoras Luz Amelia Armas y Oliva Solís Hernández publicaron trabajos al respecto, a fin de dar a conocer la existencia de poblaciones negras y sus condiciones de vida, donde documentaron que en 1791 existían 7 mil afromexicanos o afrodescendientes, quienes trabajaban en haciendas, obrajes y trapiches.

Este territorio fue edificado en el olvido y la sangre de poblaciones negras que llegaron como esclavas durante la Colonia, y que fueron propiedad de familias de tradición local como los Fontecha, Escandón, De la Llata, los Fernández de Jáuregui, y de monjas y jesuitas, quienes los mantenían encadenados en condiciones paupérrimas, liberados hasta el siglo XVIII simplemente porque dejaron de ser rentables en el incipiente modelo capitalista.

En ese sentido, la tesis de Juana Patricia Pérez Munguía, «Negros y castas de Querétaro, 1726-1804. La disputa por el espacio social con naturales y españoles» da una perspectiva más clara sobre este periodo, de personas disminuidas a condiciones de trabajo forzado y miseria permanente, concentrados por esta época en los barrios de Santa Ana, San Sebastián y San Roque, espacios pertenecientes a «La otra banda» (a excepción de Santa Ana, que fue absorbido bajo el concepto «Centro Histórico»), en condición de libertad, aunque los aún esclavos vivían en el casco del Centro Histórico en las casas de españoles.

Estas poblaciones fueron introducidas a Querétaro durante el siglo XVI luego de que los españoles y caciques naturales reconvirtieron el territorio de una república de indios a una ciudad nobilísima con el hallazgo de minerales en Zacatecas. Querétaro es una zona que destaca por su posición geográfica al ser un lugar intermedio entre la Ciudad de México y los centros mineros de Zacatecas, Guanajuato y San Luis Potosí, lo que motivó a peninsulares a radicar en la zona, junto a sus esclavos africanos.

«De hecho, la historiografía actual sigue conservando la idea de que  Querétaro fue una ciudad dual en la traza; en cuanto a su sociedad hay  pocas menciones de la esclavitud y la presencia africana, pese a que en el siglo  XVIII, los negros y mulatos van a ser el segundo sector en importancia demográfica de la ciudad, como lo demuestran las actas de bautizos, matrimonios y defunciones de las parroquias locales, así como el Padrón de 1778» (Pérez Munguía, 2011, p. 102).

David Álvarez
davidalv1990@gmail.com
Sociólogo, periodista y gestor cultural. Dirige Proyecto Saltapatrás.

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