Texto: Claudio Sarmiento y María del Mar Covarrubias

Fotografía: Yahvéh Flores


Desde el punto de vista de las vialidades, debemos reconocer y reiterar que hay personas detrás de su diseño, operación y evolución a través del tiempo: hay una intencionalidad. Las vías no surgen naturalmente de las condiciones geológicas de la tierra aunque, en efecto, estas condiciones influyan. Las vialidades no son como los ríos, no se forman naturalmente resultado de los escurrimientos y el fluir del agua. Las vialidades son diseñadas por equipos de ingenierías, planeación y personas tomadoras de decisiones con ciertos objetivos, expectativas y valores sobre cómo movernos y cómo conectar las ciudades. La manera en la que se trazan nuestras vialidades toma en consideración aspectos regionales, económicos y sociales.

Este proceso de creación y construcción determina lo que sucederá en la vía. El cómo es la vía, las características que tiene dispone una velocidad de diseño. Por ejemplo, elementos viales como anchos de carriles, acotamientos, radios de curva y otros elementos de geometría vial determinan la velocidad a la que transitarán los vehículos. Así que, antes de que una vía se construya, quienes la diseñan deciden a qué velocidad irán los vehículos; a esto se le llama la velocidad de diseño. Sin embargo, la velocidad de diseño no determina el límite seguro al cual deben transitar los vehículos, eso viene después.

La velocidad de diseño y la velocidad de operación de una vialidad son distintas: la primera es la expectativa de comportamiento y la segunda es la siniestra realidad.

Esto es bien sabido por quienes diseñan las vías; saben que los límites de velocidad lo cumpliran apenas el 85% de los automovilistas; es decir que, quienes diseñan las vialidades estiman que el 15% restante de los vehículos no respetarán la velocidad contemplada (con todas las implicaciones de seguridad vial que esto tiene). Por ello, no es de sorprender que varios automóviles sean capaces de circular a más del doble de velocidad de los límites establecidos en la señalética. ¿Cómo es esto posible?

Hay estudios que aseveran que los conductores nos guiamos más por la configuración y geometría de la vialidad (incluyendo la presencia de curvas, cruces, obstrucciones visuales, arbolado, edificaciones contiguas, etc.) que por las velocidades indicadas o deseadas. Entonces, si vemos una vía recta amplia y plana es muy probable que tendamos a pisar el acelerador por más que diga que el máximo permitido son 80 km/h. En otras palabras, el diseño de la vialidad tiene mucha más influencia sobre las velocidades operativas que un reglamento vial. Ingenieres viales tienen que decidir si una vialidad facilitará que algunos excedan velocidad, si van a optimizar los costos de operación, si van a tomar en cuenta el factor humano, o si van a primar la vida de peatones sobre el flujo vial (lo cual casi nunca sucede). Durante el proceso de diseño les debe rondar la idea de que están diseñando vías con alta probabilidad de siniestros y muertes viales.

La naturaleza de una vialidad puede cambiar (como sucede con los libramientos que eventualmente absorbe la mancha urbana) pero se necesitan re-diseñar las vialidades para ajustar los objetivos y esto puede ser muy costoso. Sin embargo, es una falsedad pensar que no hay nada más qué hacer para corregir el funcionamiento de las vialidades.

Aparte del diseño, ¿de qué otras estrategias, políticas y tecnologías disponemos para incentivar las velocidades vehiculares deseadas?

Redacción
proyectosaltapatras@gmail.com

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