Fotografía: César Gómez
En un mundo donde la diversidad y la inclusión son esenciales, Malú Olguín, artista plástica queretana, enfoca sus obras en la fortaleza femenina y los movimientos sociales. «Mi trabajo va mucho en conexión con lo que vivo y con lo que me rodea. En este momento de mi vida está muy relacionado del movimiento feminista y de las luchas sociales, entonces, pues todo eso tiene un rostro detrás».
Más allá de las galerías y exposiciones, Olguín utiliza su arte como un medio para visibilizar las luchas que a menudo pasan desapercibidas y permanecen en el anonimato, especialmente aquellas sobre mujeres. «Cada mujer que me fui encontrando y que veía (en ellas) estas actitudes como sociales y de fortaleza dije bueno, ellas son las que tienen que estar». Así, su trabajo trasciende de la técnica óleo a la prima, al abordar el tema de la representación.
Este interés por lo social proviene de la abuela, quien «antes de cuestionarme por el novio me decía ‘qué onda, tú qué quieres estudiar y qué vas a hacer’, apoyándome». El rebozo, símbolo emblemático en los retratos de Olguín, representa, en honor a su abuela, la fuerza y sostén entre las mujeres, por ello nunca falta en sus retratos.
Originaria de Santa Rosa Jáuregui, ha logrado que sus pinturas y murales adornen diversos rincones de Querétaro, extendiéndose más allá de la capital hacia lugares como Jalpan de Serra, Pinal de Amoles, El Pueblito, San Juan del Río y, por supuesto, Santa Rosa Jáuregui.
Sin embargo, la muralista sostuvo que el arte queretano se encuentra centralizado y planteó la falta de apoyo y reconocimiento en las zonas periféricas. «Muy rara vez me llega la información de convocatorias o de becas o de proyectos hasta acá (Santa Rosa Jáuregui). Siempre se busca como lo que está inmediato, de ahí, no del centro. (…) Limita mucho la participación de quienes vivimos en la periferia». En este contexto, abogó por la necesidad de ampliar la mirada artística más allá de los confines urbanos para incluir la riqueza creativa que florece fuera de los límites céntricos.
Además, mencionó que la experiencia de trabajar en la periferia funciona diferente que en la capital del estado. «En un principio no están acostumbrados a ver en las calles a mujeres, o sea, siempre es como ‘oye y tú por qué siendo mujer estás por acá’», de modo que la presencia femenina en el ámbito del arte continúa siendo objeto de sorpresa, especialmente cuando se trata de las temáticas que aborda Olguín como el feminismo. Este desafío se acentúa por el acoso y el miedo que enfrenta en este entorno, puesto que la capital suele contar con una mayor seguridad que vela por la integridad de los artistas mientras llevan a cabo su labor. Ante esta situación siempre procura estar acompañada mientras da vida a sus murales.
Su comienzo como muralista sucedió en 2017, en una colaboración con el colectivo «YOSOYYOHO». Este grupo, conformado por antropólogos queretanos egresados de la Universidad Autónoma de Querétaro emprendió la tarea de rescatar la figura de la muñeca Lele como parte de una exposición colectiva de Juguete Mexicano. En este proyecto, la muñeca tenía un sistema bilingüe donde recitaba frases en hñähñu y español como un esfuerzo para preservar la identidad indígena. En este evento, le propusieron a Olguín llevar al plano artístico a la muñeca Lele a través de un mural. Desde entonces plasma historias a través de los retratos y el color.
Para Olguín, el color no es simplemente un elemento más en sus creaciones, es la fuerza que trasciende y da vida a su obra. En su universo artístico, la paleta de colores se convierte en un lenguaje capaz de transmitir emociones. «Mi producción puede variar en cosas, o sea puede haber representación humana o animales o naturaleza o simbolismos, cosas que denotan mensajes, pero todo eso siempre va acompañado de colores muy vibrantes, porque eso es lo que más disfruto de la pintura».
En esta propuesta visual, los colores y las flores, simbolizando la diversidad y la belleza inherente a cada una, junto con la creatividad, abordan temáticas sociales y de género. Al ser una forma de expresión, esta propuesta construye puentes de conexión y comprensión en la sociedad. No se limita a pintar lienzos o murales, sino que también teje narrativas complejas y significativas.
Ningún rostro se repite
Enfocada en la diversidad, Malú Olguín se dedica a la creación de retratos, donde subraya la singularidad de cada una de las modelos: «ningún rostro se repite porque cada uno es distinto y tiene su complejidad». Aunque la elección de las protagonistas se ha dado de manera orgánica, selecciona mujeres fuertes que le inspiren admiración para capturar, además de su figura, la esencia que las caracteriza.
La falta de apoyo entre mujeres es una realidad que la artista plástica reconoce en el entorno queretano: «nos falta es hacer más comunidad entre nosotras (cosa que sí veo entre los hombres), o sea, como en este aspecto de compartir las chambas, de reconocernos entre nosotras. Creo que eso abonaría mucho más porque de repente no sabes con quién refugiarte ante una duda, o un apoyo que ocupes». Aunque las creaciones individuales suelen ser un proceso personal e introspectivo, tener una red de apoyo tanto para seguridad como en materia artística enriquece el trabajo al compartir ideas y experiencias.
Su más reciente y primera exposición individual, titulada «De la raíz al brote», refleja cómo cada mujer, desde su espacio, también está generando un cambio, y permite que la gente que observa el mural se cuestione sobre lo que ve: «eso ya da pauta a que de alguna manera también reconozcan a estas mujeres que están viendo en las calles».
Violeta Arciga es la primera mujer retratada en esta colección, fue elegida tras un encuentro fortuito mientras Olguín buscaba parches bordados para el 8 de marzo. La personalidad fuerte, así como la personificación de lo punk y la contracultura, llamó la atención de la artista. Gaby Gutiérrez, en ese entonces una estudiante de psicología, integrante del colectivo de madres solteras «Tonantzin», también forma parte de la exposición, pues ha sido parte fundamental de su desarrollo en el ámbito feminista.
«Me di cuenta que hay una parte que disfruto mucho que es admirar estos rasgos en las mujeres, son muy inspiracionales para mí». Lo importante de este trabajo es que representa múltiples realidades de las mujeres porque cada una viene de un contexto diferente, con una historia distinta.
La colección demandó tres años de dedicación, un proceso que, aunque inicialmente la desmotivaba por el ritmo que llevaba, ahora llena de orgullo a su creadora al ver el resultado final. «Al final, no es sano compararse con los procesos y los ritmos de otras personas porque los ritmos son únicos, o sea, tu día no es igual al de tu otro artista compañero». Afrontar las obligaciones y desafíos de la vida adulta significó una traba para la vida artística de Olguín, sin embargo, su esfuerzo se traduce en el amor que siente por dar vida y rostro a las causas sociales.