Decimos que un hombre es coherente cuando su comportamiento está basado en las ideas y valores que pregona. Y el mundo ama a los hombres así, ¿o no? El equilibrio entre lo que pensamos y lo que hacemos no es una senda sencilla. Se nos presenta en forma de un camino vertical y pedregoso, cuya cima requiere un acucioso trabajo interno.

Pero ¿qué ocurre cuando estos principios resultan distintos a los nuestros, o más aún, completamente opuestos? En esos casos, se nos exige un ejercicio de tolerancia en el que no siempre estamos dispuestos a participar, aunque ¿deberíamos?   

La historia está plagada de hechos y sucesos oscuros. Puntos que marcan un antes y un después en el devenir mundial. Fue durante la más lóbrega etapa de Alemania que Martín Heidegger, el filósofo más importante de este siglo, tuvo una compleja relación con el movimiento nacionalsocialista, por las que en más de una ocasión fue reciamente criticado.  

Posturas hay muchas, tanto de quienes consideran vital separar la biografía de las ideas, hasta de quienes lo califican como nazi sin mayor preámbulo. No es raro que la lectura de sus obras se polarice. ¿Hay ideas antisemitas en «Ser y tiempo»? Hay quienes lo afirman, la interpretación dependerá de si nos quedamos con el hombre o con sus ideas. También es justo ubicar en su tiempo y dimensión los acontecimientos que ligaron al filósofo alemán en su papel de intelectual con las decisiones que se tomaron desde  la cúpula hitleriana.  

Si bien, se puede afirmar con contundencia que Heidegger nunca participó o incitó para la  creación de los campos de concentración y exterminio judío, en su papel de pensador e intelectual tampoco manifestó rechazo o aversión a estos acontecimientos. Resulta imposible pensar que Heidegger desconociera la maquinaria política, armamentista e ideológica con los que se condujo el gobierno alemán de Hitler. No Heidegger, quien en 1933 tomará la rectoría de la Universidad de Friburgo, y la dejará un año después antes de la llamada «noche de los cuchillos largos» en la que Hitler consolidara su llegada a la cúpula político-militar de Alemania.

Heidegger pronunció durante el desarrollo y expansión de la política hitleriana múltiples discursos incendiarios sobre la necesidad imperante de la nación teutona por contrarrestar tanto el mercantilismo americano, como el socialismo soviético: «Alemania necesita espacio vital». Sobre estos alegatos Jüren Habermas diría en «Perfiles Filosóficos»: «Los estudiantes salían convertidos en oficiales». Las ideas de Heidegger en ese periodo parecieron coincidir con la posterior expansión de Alemania sobre Polonia y territorios circunferentes. Aunque es necesario señalar que en lo referente a la superioridad racial, Heidegger fue bastante ambiguo en el tema.

Pero entonces, ¿Heidegger fue un hombre incongruente?, o por el contrario, la coherencia del filósofo alemán se expresó en su adherencia y militancia al partido nazi hasta el final de la guerra —en su condición de pequeño burgués alemán—. En todo caso, si este miró en el nacionsocialismo un camino acorde a sus ideas, ¿debemos tolerar o justificar tal acción por premiar sus indiscutibles aportes al quehacer filosófico? O es que se vuelve necesario separar a Heidegger de sus obras puesto que su adhesión al nazismo no es un acto filosófico.

Heidegger es el filósofo más importante del siglo XXI, pues como pocos, advirtió las consecuencias del mercantilismo: el hombre contemporáneo, reducido a un ente devorado por lo ontológico —las cosas—. «El hombre ha olvidado al ser y se ha consagrado a la manipulación y conquista de los entes», es decir,  el hombre extravía su existencia, reduciéndola a un «ente» más. Su tesis respecto a que la técnica devastaría la tierra se ha cumplido, las consecuencias de ello lo padecemos constantemente.

Después de 1945, concluido el gran conflicto bélico, sobreviene para el filósofo alemán una etapa triste y oscura, conocida como el silencio de Heidegger: refugiado en su cabaña, dentro de la selva negra alemana, Heidegger guarda un mutismo respecto al movimiento nazi y su participación en él. Nadie sabe si esta decisión de autoexilio es muestra de arrepentimiento, vergüenza o simple arrogancia del vencido. En sus diarios copilados bajo el nombre «Cuadernos negros», y publicados póstumamente, no existe una postura abierta respecto al holocausto judío. Domina la ambigüedad sobre un tema que por momentos parece escapar al entendimiento total del propio autor.  

Las sentencias morales llegan de diferentes coordenadas: los intelectuales sobrevivientes de los campos de concentración, y diversos pensadores y filósofos como Sartre, también marcarían distancia, más por sus antecedentes que por sus obras. Otros tanto de manera tibia evitarían señalamientos respecto a su militancia nacionalsocialista, mientras que otros, como Hanna Arent, antigua amante suya, justificaría su actuar alegando que como lo ocurrido a Tales, Heidegger también cayó en un pozo por observar las estrellas en busca de las respuestas elementales. Pero entonces, ¿estaba tan distraído para no notar Auschwitz? 

Quizás, una declaración hubiera sido suficiente para exonerarlo por lo menos en términos intelectuales de esta etapa perversa, aunque ello nunca aconteció. En una carta escrita por su discípulo Hebert Marcuse se condensa el reclamo de sus contemporáneos: «La mayoría de los que le hemos apreciado como filósofo y hemos aprendido muchísimo de usted no podemos, a pesar de todo, hacer una separación entre el filósofo Heidegger y el hombre Heidegger —ello contradice su propia filosofía—. Un filósofo se puede confundir en política y puede mostrar su error públicamente, pero no se puede confundir sobre un régimen que ha asesinado a millones de judíos solo porque eran judíos, que ha hecho del terror un estado normal».

Al final, la mejor exhortación respecto al tema lo haya expresado Jacques Derrida: «Todavía hay en el texto de Heidegger una enorme cantidad de elementos para otras interpretaciones; por consiguiente, tenemos el derecho de exigir a los que pretenden cerrar muy rápidamente la obra filosófica de Heidegger a causa de su compromiso político, que al menos comiencen a leerla».

Concluyo que es válida toda lectura, cualquiera que sea el punto de su partida, a más de uno nos gustaría un Heidegger sin nazismo, pero la incongruencia brota como mal de nuestro tiempo. Aunque tal vez el punto sea otro, después de todo Heidegger nos regresa a las preguntas originales y nos devela el carácter del ser que hoy en día se ha extraviado. Pienso en la filosofía no como una vacuna contra los errores, sino como una posibilidad —no única— que nos ayuda a salir de ellos.


Iván Landázuri
psicoeducivanrl@gmail.com
(Oaxaca, 1990). Ha colaborado para diferentes revistas como la Revista de la Universidad de México (UNAM), Apócrifa Art Magazine, Yaconic, Registromx, Penumbria, Letrina, Monolito, Clarimonda, Errr Magazine, Hysteria, entre otras.

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